|  | HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE ESPAÑA. ANALES DE LA GUERRA CIVIL: 1833 - 1886LIBRO PRIMERO . LA COALICION TRIUNFANTE
             ESCARAMUZAS
                   LXIX
                   Al ponerse el sol de aquel
              mismo día, don Francisco Bayona, comandante del falucho Leónidas, con
              éste y los guardacostas también San Jorge, Atrevido y Tiburón, se
              dirigió hacia la ensenada de Escombreras donde se hallaba anclado el bergantín Nervión,
              uno de los que bloqueaban la plaza y sobre el cual se hacía fuego de fusilería
              desde la costa, y al hacerle de cañón contra el buque, halló interpuesto un
              brik-barca inglés mercante; mas en cuanto se puso a la vela a las ocho y media
              de la noche, se rompió el fuego, siguiéndole en la dirección que tomó el
              Nervión a incorporarse con el Manzanares que se hallaba al Sur del islote. Pasó
              Bayona el resto de la noche cruzando en las aguas de Escombreras y las del
              boquete del puerto de Cartagena; salió á la madrugada con el Leónidas a
              hacer la descubierta, llegando a tiro de cañón de ambos bergantines, y
              regresando a Escombreras, donde zarpó el ancla y cadena que el Nervión, en su
              precipitada fuga, dejó abandonada, por no detenerse a levarla, y la trasladó al Tiburón para llevarla a la plaza. Echáronse al
              agua algunas embarcaciones menores que se hallaban varadas, y se remitieron a
              la junta; y habiendo observado que una avanzada se replegaba en dirección hacia
              las alturas, dispuso saltasen a tierra cincuenta hombres de las tripulaciones
              para provocar al enemigo; pero éste ocupó las alturas fuera del alcance del
              cañón, y observando a la vez que otras fuerzas pronunciadas se batían en
              guerrilla en la altura de la Campana, y que cargadas por superiores fuerzas se
              replegaban por escalones, rompió el fuego sobre las masas contrarias, que
              sostuvo por mucho tiempo, consiguiendo detenerlas o impedir que sacasen de un
              barranco una pieza de artillería para colocarla en punto más conveniente:
              viendo también que por la parte de Levante se hacía un fuego nutrido y
              sostenido, echó a tierra algunos nacionales que llevaba a bordo, satisfaciendo
              su deseo de tomar parte en la acción, subiendo al castillo de San Julián. En
              efecto, en la mañana del 4, y en combinación con los buques, se efectuó una
              salida hacia Escombreras; acudió Concha con algunas fuerzas de todas armas; se trabó
              empeñada acción, se peleó bravamente en las alturas del Calvario, hubo
              infinitos grandes hechos de valor personal en oficiales y soldados, valerosas
              cargas a la bayoneta, enardecidos todos cual si fuera extranjero su contrario,
              y al cabo de tal bregar, los sitiadores volvieron a sus posiciones y los
              sitiados a la plaza, contando unos y otros, jefes, oficiales y soldados,
              muertos y heridos .
               El general Ruiz dirigió el
              5 una alocución a los soldados y nacionales, diciendo lea que excedían en valor
              a los que muchas veces le acreditaron a sus órdenes en los campos de Aragón y
              Navarra, porque aquellos se batían frecuentemente con gente sin disciplina ni
              instrucción, y en la célebre jornada del día anterior se batieron con tropas
              que también eran valientes y que llevaban la ventaja en el número; que de ellos
              era la gloria y suya la satisfacción de haber conocido en la primera ocasión
              que les había puesto a prueba, cuánto debía prometerse en adelante de su
              intrepidez y arrojo: «un día, cuando hayamos llenado el objeto de nuestra noble
              empresa, recibiréis la recompensa que merecen vuestros servicios y que os
              asegura vuestro general».
               
 BLOQUEO
              DE ALICANTE Y CARTAGENA
              LXX
                  Roncali, que en la mañana del 7
              había llegado a Muchamiel, y se situó por la tarde con fuerzas considerables en
              San Juan de Alicante, intimó la rendición de la plaza, estableció su línea de
              bloqueo, que fue adelantando, y se extendió el 9 desde el monte de San Julián
              al pueblo de San Vicente ocupando su derecha el general Pardo y la izquierda el
              brigadier Larrocha. Se prometía estrecharle en cuanto
              fuera recibiendo más fuerzas, aumentándose también las que tenía con las que de
              la plaza se le pasaban.
               Las enérgicas intimaciones
              que Roncali dirigió a Alicante, fueron contestadas el
              9 , y el 14 dio la terrible contestación de que había fusilado en el mismo día a
              los oficiales prisioneros de Elda, como puede verse en el mismo número que el
              anterior documento.
               Presentóse el 11 el general
              Senosiain con un batallón de Gerona; llegaron también ingenieros, y por mar,
              don Luis Pinzón a establecer el bloqueo marítimo con el vapor Isabel II,
              los faluchos Telégrafo y Rayo, el guardacostas Argos y una
              escampavía. Los pronunciados tenían a su vez algunos buques, con los que desde
              Alicante y Cartagena hacían expediciones a Torrevieja y otros pueblos de la
              costa a proveerse de lo que necesitaban, obligando a Roncali estas excursiones a trasladarse a Santa Pola, donde tuvo el 12 su cuartel
              general, estableciéndolo el siguiente día en Villafranqueza.
               Para estrechar el cerco
              aspilleraron y reforzaron los ingenieros a prueba de artillería la casa fábrica
              Alicantina, que al alcance de los fuertes de la plaza y San Fernando, y a tiro
              de metralla del mar, formaba la extrema derecha de la línea. Dos faluchos
              guardacostas de los pronunciados, con 7 piezas, trataron de impedir las obras,
              con metralla y bala rasa, combinando una salida de la plaza; pero se aproximó
              el vapor Isabel II, se movieron las tropas de los puestos inmediatos a
              la línea, y se cambiaron algunos cañonazos y tiros de fusil, experimentando
              unos y otros contendientes algunas pérdidas.
               El 16 quedó concluido, a
              pesar del cañoneo de la plaza, el emplazamiento para los cuatro obuses de a 24
              que quedaron en batería en la Alicantina y casa de las Palmas, que a tiro de
              cañón de la plaza formaba la extrema derecha de la línea, que ocupada ya por
              las tropas, aseguraba a Roncali la posición de un
              gran depósito de carbón de piedra, necesario para el Isabel II que se
              acababa de apoderar de la isla de Tabarca, abandonada por sus defensores.
               Importante el bloqueo
              marítimo, reunióse en Santa Pola, al mando de Pinzón,
              una escuadrilla compuesta de la fragata Cristina, vapor Isabel II,
              bergantín Nervión y Manzanares, el Rayo y seis guardacostas,
              que efectuaron algunas operaciones: marchó Roncali el
              20 a la Torre de la Meta, a donde había llegado con el Isabel II, el
              general Cotoner; mandó desembarcar diez piezas de a
              24, procedentes de la isla Tabarca y de la fragata Cristina, y se
              aprestaba al ataque cuando llegase de Valencia la artillería, municiones y
              demás efectos, cuya remesa fue a acelerar el jefe de estado mayor brigadier Laviña, embarcándose el 21 ocho morteros, dos obuses y doce
              piezas de a 24, con 400 disparos para cada cañón y un inmenso material de
              artillería, que ocupó sobre catorce embarcaciones; y con las ocho piezas de a 24
              que se desembarcaron de la Cristina, llegó a tener el ejército sitiador unas
              treinta y ocho piezas, sin contar las de las fuerzas navales, pues todas se
              hacían ascender a 130 de todos calibres.
               El 26 salieron algunas
              tropas de Alicante a cortar y recoger leña de la alameda, y las atacó la
              caballería sitiadora, con intención de cortarlas, sin conseguirlo. Se produjo
              con esto un gran fuego de fusilería y cañoneo.
               En la tarde del 28
              efectuaron otra salida, apoyados en el fuerte de San Fernando, avanzando sobre
              las casas que ocupaba fuerza del provincial de Murcia, encargada de proteger el
              establecimiento de una de las baterías que se estaban construyendo contra el
              indicado fuerte, trabándose una pequeña lucha, y volviendo a poco cada fuerza a
              su respectivo sitio. A la madrugada siguiente efectuaron otra salida con
              mayores fuerzas y dos piezas hasta la Cruz de Piedra, y se trabó la lucha con
              los soldados de Saboya y Lusitania que ocupaban aquel punto: acudió el
              brigadier Larrocha, adelantó Córdova el batallón de
              Almansa y un escuadrón de Lusitania, y abrumados los alicantinos, que no
              llegaban a 300 los infantes ni a 60 los caballos, se replegaron con algunas
              pérdidas, causándolas también. Dos obuses de los pronunciados hostilizaron en
              seguida la fábrica de las Palmas.
               El 2 de Marzo terminó el
              desembarco de todo el material de sitio, a pesar de las dificultades que
              ofreció el mar; ayudó el brigadier Pavía, comandante general de las fuerzas
              navales, y se trabajó afanosamente en el establecimiento de las baterías, cuya
              operación aseguraba el general Cotoner sobre la
              extrema derecha. En la descubierta de este día, aprovechando una salida que
              hizo Bonet, se pasaron algunos de los pronunciados, como sucedía diariamente.
               
               ADELANTAN
              LOS TRABAJOS DE SITIO. ESTADO DE LOS PRONUNCIADOS
                  LXXI
                  En Alicante, se tocó
              llamada a las cinco de la tarde de este día 2, y formó toda la guarnición en el
              Malecón. Proponíase Bonet fusilar a los presos en el
              castillo, y se sacó el primero al capitán de carabineros señor Acevedo; pero
              empezó a sublevarse la tropa de la fortaleza y manifestar su gobernador que
              quedaba el preso en libertad, añadiendo le dijese a Bonet que en nada le
              obedecía y se ciñese a mandar en la plaza. Bonet pudo considerarse desde este
              momento perdido; eran ya inútiles tantas órdenes como empezaron a darse, y el
              toque a rebato del campanón de la municipalidad, que
              le siguieron las campanas de la colegial y demás templos; todo para anunciar el
              inexacto pronunciamiento de Mahón, Ibiza, Tarragona, Málaga y Sevilla.
               El 3 no se abrieron ni los
              portillos de la plaza, y desarmó Bonet a varios carabineros, tomando algunas
              precauciones para su defensa personal. La actitud de la guarnición del
              castillo, el abatimiento que empezaba a cundir en casi todos al verse solos,
              pues únicamente Cartagena les seguía, y las fundadas desconfianzas que se
              tenían, decidieron un supremo esfuerzo, y a las once de la noche del 4 formaron
              los carabineros y Saboya en el Malecón, el batallón de los pueblos de la Marina
              y Monóvar en la plaza de la Constitución, los de Alcoy en la de San Agustín,
              los guías del general en la de las Monjas, y los provinciales de Valencia en el
              cuartel de San Francisco. Se municionó a los que lo necesitaban, y se les dio
              alpargatas. Corren los jefes de una a otra parte, se nota aturdimiento; y dijo
              uno: «Todo se ha perdido; vamos a marchar y romper la línea». No se realizó
              este acto de desesperación por consejo de los más prudentes, y se retiraron
              todos a las dos de la madrugada. En la tarde de este día disparó Santa Bárbara
              tres cañonazos, reventando dos granadas encima de la ciudad.
               Se acercaba el momento del
              desenlace; el 5 amaneció con algunos disparos del castillo de San Fernando. A
              las nueve se vio todo el castillo guarnecido de gente haciendo señas y
              gritando: «Que suban al castillo los presos de Cartagena que están en la cárcel:
              alicantinos, subid los que queráis: afuera el Manco.» Subió un ayudante de
              Bonet, y a la hora de regresar subieron por orden de éste a los oficiales de
              Gerona que había presos. Iban a embarcarse algunas señoras de familias
              extranjeras, y lo suspendieron por una orden del gobernador del castillo, que
              prohibió el embarque de persona alguna, so pena de hacer fuego, sin saber
              quienes eran.
               Las circunstancias se iban
              haciendo críticas; y para alentar la junta a los pronunciados, publicó un
              manifiesto diciendo que la guarnición del castillo había sabido que algunas de
              sus familias estaban presas por Roncali, y por esto
              habían pedido los presos de la cárcel para tenerlos en rehenes.
               El ayuntamiento tomó, como
              no podía menos, una parte activa en aquellos momentos críticos, y dio cuenta de
              ello a los alicantinos, diciéndoles en una alocución que deseoso de calmar la
              ansiedad en que se hallaban, por lo sucedido en la mañana de aquel día en el
              castillo de Santa Bárbara, se apresuró a dirigir al gobernador este oficio: «La
              extraordinaria alarma que ha causado en la población el suceso acaecido hoy en
              esa fortaleza, ha movido a la municipalidad a reunirse en cabildo
              extraordinario para adoptar dentro del círculo de sus facultades las medidas
              que exigiesen las circunstancias, a fin de proveer a la salvación del
              vecindario, primer deber de esta corporación.
               «Una comisión de su seno
              se ha acercado con este objeto a la junta de gobierno, y por ella se le ha
              manifestado que había tenido por conveniente disponer la subida a ese fuerte de
              los prisioneros que existen en estas cárceles, accediendo a la reclamación
              oficial que con este objeto se le había dirigido por usted. En este estado de
              cosas, la municipalidad, deseosa de calmar la agitación y ansiedad de sus
              administrados, y de hallarse en posición de proceder con acierto en sus
              gestiones sucesivas, ha crecido oportuno dirigir a usted la presente
              comunicación, para que se sirva dar con la franqueza y lealtad que le
              caracterizan, las explicaciones necesarias sobre el gran acontecimiento de que
              se trata; manifestando al propio tiempo cuáles sean sus intenciones en orden a
              la situación actual, puesto que la suerte del vecindario depende en gran parte
              de la marcha que usted se proponga seguir.»
                   «La corporación espera que
              usted, haciéndose cargo de la azarosa posición en que se ven los habitantes de
              esta ciudad, no rehusará la explícita manifestación que apetece, para obrar en
              consecuencia según lo exija el sagrado deber que pesa sobre ella».
               Llevado el precedente
              escrito por una comisión del ayuntamiento, se recibió por el mismo conducto
              esta respuesta:
               «Gobierno liberal militar
              del castillo de Santa Bárbara de Alicante.—Contesto al oficio de V. S., que
              recibo en este momento, diciendo pueden vivir seguros y tranquilos, y que en
              cualquiera orden de cosas que siga, seré víctima antes que deje de quedar con
              el mayor lustre y garantías ese valiente o ilustre vecindario.—Dios etc., Marzo
              5 de 1844. —Juan Martín el Empecinado.—Muy ilustre ayuntamiento de Alicante.»
               La contestación era
              evasiva, y si podía tranquilizar a algunos vecinos, de ninguna manera a los que
              estaban comprometidos por la revolución; máxime manteniéndose firme la junta en
              su propósito de ocultar que ya no contaba con el apoyo del castillo desde el
              día 2.  Bonet continuó adoptando
              disposiciones de resistencia.
               Sábese al mismo tiempo que el
              bombardeo es inminente, se apodera un terror pánico de todo el vecindario, y el
              cónsul inglés pretende que don Gaspar Withe lo
              manifieste al público. Lo anuncia a las personas que encuentra, y al ver el
              silencio de todos, exclama: «Señores, el que sea amante de su reina, el hombre
              honrado, el padre de familia, el que tenga que perder y no tema, como yo, que
              me siga al consulado.» Hacen efecto estas palabras, se llenan en breve los
              salones del consulado, se pide allí que se abran las puertas de la plaza para
              salir los que no estuvieran identificados con la revolución; se trasladan todos
              al ayuntamiento, de donde les desalojan de allí dos compañías; inflama este
              acto los ánimos de todos, pide animoso don José Bas al cónsul inglés y
              oficiales franceses del bergantín de guerra auxilio y protección para el
              pueblo; le apoya don Pascual Vasallo, suplicando al cónsul le acompañara con
              otras personas de distinción al cuartel general de Villafranqueza a implorar de Roncali suspendiera el fuego por
              veinticuatro horas para librar a las mujeres, los ancianos, los niños, y a los
              que no quisieren ser partícipes de aquella situación; conmovieron estas
              palabras, y las lágrimas de otros, a algunos de los comprometidos; ofrecióse el cónsul a todo, y los oficiales franceses a
              reclamar la observancia de las leyes de la humanidad y el derecho de gentes: reúnese en tanto el tribunal y la junta de Comercio, el
              estado eclesiástico y el ayuntamiento, se nombra una comisión, y al subir al
              carruaje reciben un oficio del gobernador del castillo de Santa Bárbara,
              participando al ayuntamiento, haber capitulado con Roncali,
              obteniendo un indulto general y olvido de todo lo pasado para la ciudad y
              pueblos de la provincia.
               En vista de esto, se
              resolvió que una comisión fuera al cuartel general a entregar las llaves de la
              plaza.
               
               ENTREGA
              DE ALICANTE.—FUSILAMIENTOS
                  LXXII
                  Adelantaban los trabajos
              de sitio contra Alicante, procurando impedirlos la artillería de la plaza,
              especialmente la del fuerte de San Fernando, y salían a la vez algunas
              guerrillas, con las que se empeñaban diarias escaramuzas; no impidiendo que
              avanzara el establecimiento de las baterías, por lo que el bombardeo se veía
              inminente. Para que no sufrieran los que ni tenían culpa, ni podían ser
              responsables de lo ocurrido en la plaza, se presentó a Roncali,
              en la noche del 5, la comisión de Alicante, reclamando la salida de las
              mujeres, ancianos y niños: «dura ha sido mi contestación, dice Roncali en su parte, pero la única que conviene al mejor
              servicio de S. M.: nada les he concedido ínterin la plaza no se me entregue a
              discreción; para llevar a efecto este deseo mío, me han pedido suspenda el
              fuego hasta el medio día de mañana». Casi podía tener la seguridad el general
              de que no llegaría á romperse el fuego; y si no la tenía, antes debió haber
              comenzado el ataque, porque malgastó algún tiempo, interpretado bien
              desfavorablemente por algunos.
               Recibe las comisiones,
              sabe perfectamente la situación dé los pronunciados, y se presta a tomar
              posesión de su fácil conquista.
               La contestación de Roncali llevó la tranquilidad al seno de la población que
              no había tomado parte en el pronunciamiento, y el temor y el desorden a los
              comprometidos. Reina en la ciudad un silencio profundo, que sólo le interrumpen
              algunos carabineros que esconden sus caballos, corriendo aquellos a disfrazarse
              o a pedir asilo; para hallarle a bordo de los buques, se arrojan algunos al
              mar, y si son de alabar los sentimientos de humanidad que mostró el jefe del
              barco francés, deben reprobarse los del inglés, que a ningún fugitivo quiso
              recibir, aunque podía y debía considerarlos más amigos. ¡Qué horrible fue
              aquella noche para algunos!
               Bonet con pocos de los que
              le acompañaban fueron los más serenos: aún intentó oponer desesperada
              resistencia; y seguido de la compañía de guías y de algunos carabineros, se
              dirigió al principal de la Puerta del muelle para que se tocase generala; pero
              se excusó el oficial de la guardia, manifestando que no quería producir en la
              población una alarma que podía serle funesta. Corrió entonces Bonet al baluarte
              de San Carlos, y su orden a los nacionales de artillería de que rompiesen el
              fuego contra el enemigo, tampoco fue obedecida; marchó hacia la plaza de San
              Francisco, reunió allí la poca fuerza que aún le obedecía, y en su correría
              desde la Puerta de la Reina a las Casas Consistoriales, nada consiguió y hasta
              estuvo expuesto; pues el temor había armado a algunos paisanos resueltos a
              apoderarse de aquel jefe, cuya obstinación podía provocar una catástrofe; no se
              resolvieron a hacerlo, y Bonet al regresar a la plaza de San Francisco vio que
              los carabineros se habían también dispersado, y después de buscar en vano el
              medio de embarcarse en alguno de los buques extranjeros que habían admitido a
              otros individuos de la junta, salió por la Puerta de San Francisco a las tres
              de la madrugada, seguido de seis amigos leales.
                    Tratóse por algunos
              de evitar nuevos compromisos y poner término a aquella situación; subieron al
              castillo los señores Bas y Caro; conferenciaron con los señores Lasala y Ceruti; auxilióles también don
              Camilo Labrador, Alberola, Palacios y la viuda de don Francisco García, y se
              convino en que al amanecer se enarbolaría una bandera blanca en el baluarte de
              San Carlos, en señal de que Alicante transigía. Efectuado así, se dispararon a
              las siete los 21 cañonazos de saludo, que fueron contestados por las baterías
              que circunvalaban la plaza y por los buques de guerra.
               Una comisión de
              corporaciones y algunos particulares fueron a recibir en la Puerta de San
              Francisco al general Roncali, que se hizo esperar,
              precediéndole a las doce una compañía de zapadores y dos batallones, el señor
              Senosiain, dos escuadrones de lanceros y otras fuerzas, hasta el número de
              5.000 hombres, y a las dos el general Roncali,
              después de recibir en la Puerta de San Francisco la sumisión del Ayuntamiento,
              cuyo discurso interrumpió bruscamente, preguntando qué Ayuntamiento era el que
              le hablaba, pues no se le habían presentado más que tres personas de
              notabilidad, a lo que repuso el regidor que llevaba la palabra, que cumpliendo
              la orden del gobernador del castillo de Santa Bárbara, que designó tres
              personas para la entrega de las llaves, eran las mismas que se le habían
              presentado. Replicó S. E. altanero que iba a restablecer el orden y sostener
              los derechos de la reina y la Constitución, y unir a los hombres de bien de
              todos los matices para que expeliesen de sí las heces de la sociedad, y continuó
              su marcha para la ciudad, rodeado de su Estado Mayor, y por entre las filas de
              las tropas formadas por toda la carrera, ostentando en toda ella un
              intempestivo ademán de conquistador, aunque no lo era, pues no había debido su
              fácil triunfo, ni a su pericia militar, ni a su valor, del cual no dio ni una
              sola muestra en los 28 días de bloqueo, sino a que el gobernador del castillo
              faltó a la confianza en él depositada y a la fe prometida, y se puso a
              disposición de Roncali.
               El pueblo presenció la
              entrada silencioso y triste.
               Al día siguiente no se
              permitió salir de la plaza a persona alguna sin una papeleta del jefe de Estado
              Mayor; se la proveyó de comestibles, y aunque había tranquilidad material,
              estaban agitados los ánimos por el temor, por las prisiones que se hacían, por
              las desgracias que todos presentían, a pesar del ofrecido indulto. Se mandó el
              desarme de la Milicia, y todos obedecieron, entregando sus armas en casa de sus
              jefes.
               Decía así el bando:
               “Don Federico de Roncali.— Ordeno y mando:
               1. Queda disuelta la
              Milicia nacional de Alicante.
               2. Los milicianos
              nacionales que a ella pertenezcan, o los que sean de otros puntos del reino,
              entregarán en el término de una hora, a los comandantes de mis compañías, oficiales
              o sargentos, para que estos lo hagan en el parque de Artillería de la plaza,
              toda clase de armas, municiones y demás prendas militares que existan en su
              poder.
               3. Igual disposición
              comprende a todos los individuos que pertenezcan a cuerpos francos o fuerza de
              paisanos, marineros u otra cualquiera creada por la junta rebelde.
               4. Los cuerpos de todas
              armas del ejército, los carabineros de infantería y caballería o fuerza de la
              armada, permanecerán en sus cuarteles hasta nueva orden.
               5. El que estuviere
              comprendido en los anteriores artículos y faltase a ellos, será pasado
              irremisiblemente por las armas.
               Alicante 6 de Marzo de
              1844. .—Federico de Roncali.”
               Convirtióse Alicante en un
              campamento, aunque no había enemigos que temer; dictábanse las medidas más severas para mantener el orden, por nadie perturbado; y
              apoderándose de los jefes del pronunciamiento, se llenaron las cárceles y
              cuarteles de nacionales, militaras y paisanos, y se nombró nuevo Municipio.
               Bonet había roto la línea
              con sus compañeros y después de vagar errante toda la noche, fue sorprendido en
              un barranco que hay entre Relleu y Sella, por el
              somatón que levantaron algunos pueblos en su persecución; sostúvose tenaz refriega, en la que fueron heridos don Manuel Zamora y don Pedro Menor,
              éste de muerte, se dispersaron los fugitivos, y Bonet, exhausto de fuerzas por
              el cansancio y la desesperación, se entregó al paisano Tomás García y Boades, vecino de Sella, que le condujo a dicha población
              escoltado por el alcalde y algunos paisanos armados. Habidos también los demás
              compañeros de Bonet, aquella misma tarde se encargó de ellos el coronel don
              Juan Contreras, que, con quince lanceros de Lusitania, había salido en su
              persecución: entró con ellos en la ciudad en la tarde del 7, y el 8 formaron
              muy temprano todas las tropas en el Malecón. Difundióse la voz de que Bonet y algunos de sus compañeros iban a ser fusilados, aunque
              nadie se podía figurar el número de tantos como iban a sufrir la última pena, y
              el terror se apoderó de todo el vecindario al ver desfilar aquella larga
              procesión de víctimas, inocentes en su mayor parte, aun del delito de rebelión
              que en ellas se pretendía castigar. Veinticuatro españoles iban a ser pasados
              por las armas, españoles que no habían dejado de aclamar a doña Isabel II y la
              Constitución, y a los que se acusaba de desafectos a su reina.
               Bonet marchaba tranquilo,
              y al llegar al sitio del suplicio pronunció algunas palabras en pro de las
              ideas que le habían impulsado o pronunciarse, dio un viva a la libertad, que
              contestaron muchos de sus compañeros, y recibió la muerte. Cada uno de aquellos
              iba custodiado por un piquete de diez hombres. A poco, veinticuatro cadáveres
              ensangrentaron aquél suelo, convertido después en recinto de veneración para el
              pueblo alicantino, que desde entonces celebra todos los años una fiesta cívica
              el 8 de Marzo.
               Los fusilados fueron: don Pantaléon Bonet, coronel de carabineros; don Simón
              Carbonell, maestro de obras, don Rafael Moltó y
              Pascual, comandante de nacionales de Cocentaina; don Vicente Linares y Ortuño idem idem de Funestral;
              don Ignacio Paulino Miguel, capitán de nacionales de Villajoyosa; don Isidro
              Pastor y Casas, teniente idem de Monforte; don José Calpena y Peinado, teniente idem de Monóvar; Joaquín Valero, carabinero; Antonio Béjar, idem;
              Diego Gómez, idem; don Gregorio Sabio, comandante
              capitán de reemplazo: don Manuel Zamora, nacional de Valencia; don Francisco Fernández,
              comandante del provincial de idem; don José Miñana capitán de idem; don José
              Valiente, teniente de idem; don Carmelo Jiménez idem idem; don Antonio Caballero
              subteniente de idem; don Bartolomé Ribot, sargento
              segundo de idem; don Pedro Fernández, idem idem; don Carmelo García, idem idem; don Manuel Nuñez, idem idem;
              don Juan Calatayud, alférez de caballería de Lusitania: don José Ruiz Ortiz,
              sargento segundo de idem; don Pedro Fraile, sargento
              primero de artillería.—La señora viuda de Bonet, fue presa en Teruel; se mandó
              su excarcelación el 20 de Marzo, y no se dio cumplimiento a esta orden basta el
              29 de Agosto. Fue lujo de crueldad.
               El 12 fueron fusilados en
              Cocentaina Félix Quereda y don José Pugat: el 13 en Monforte don José Botella, y en Alicante el
              secretario que fue del gobierno político don Félix Garrido.
               Desde el primer
              aniversario de aquella catástrofe, y subsistiendo el mismo Gobierno,
              aparecieron en el Malecón 24 coronas de laurel, y en el templo de San Nicolás
              se rezaba un solemne oficio de difuntos dispuesto por la piedad de personas
              desconocidas. En el segundo aniversario se convirtieron las coronas en
              pedestales rodeados de flores, con el nombre de las víctimas a quienes se
              consagraba aquella apoteosis, y posteriormente se construyó un bello monumento
              que se eleva todos los años.
               
               RENDICIÓN
              DE CARTAGENA
                  LXXIII
                   La pérdida de Alicante fue terrible para los
              pronunciados en Cartagena, sólo por la esperanza, algo desfallecida, de que se
              pronunciaran algunas otras poblaciones, como muchos ofrecieran y ninguno
              cumplió por diferentes causas.
               Aun no se sabía en la
              ciudad de Asdrúbal el anterior desastre, cuando se centralizaron en la
              Depositaría de rentas todos los fondos que se recaudaban a excepción de los
              arbitrios municipales y locales; decretándose que los ingresos y pagos se
              intervinieran por el funcionario que la junta nombrase al efecto, continuando
              todas las dependencias cumpliendo en cuanto a administración y contabilidad lo
              prevenido por sus respectivas instrucciones. Al saber después que quedaban
              solos, si alguno temió, lo disimuló, y su Boletín continuó infundiendo valor y
              resolución, y hasta se procuró atraer al ejército que les combatía; a cuyo
              efecto don Francisco de P. Ruiz como comandante general de las tropas de
              Cartagena, dirigió a las que la bloqueaban una alocución procurando
              convencerles, vitoreando a la Constitución de 1837 y al a reina constitucional
              doña Isabel II. Esfuerzos estériles; que no era en el ejército que acababa de
              hacerse dueño de Alicante, donde debían esperar la mejor ayuda. Aun cuando
              hubiera quienes simpatizaran con los pronunciados, era ya tarde para que se les
              unieran; más podían procurar que no les abandonaran algunos de los
              pronunciados.
                    Lisonjeado Roncali con su fácil conquista, fue inmediatamente contra Cartagena, precediéndole el
              general Cotoner, segundo general en jefe de aquel
              ejército, y delante de todos el Empecinado con los carabineros que entregaron
              el castillo de Alicante. Considerablemente aumentadas las fuerzas sitiadoras, completóse el bloqueo por mar con el vapor Isabel II, la fragata Cristina y un falucho; la línea terrestre estaba a cargo, la
              derecha, del general Córdova; el centro, del brigadier la Rocha, y la
              izquierda, del general don José de la Concha; contándose en junto unos once
              batallones de línea, tres de nacionales y cuatro escuadrones, con un buen
              número de piezas de varios calibres que se fueron aumentando. El jefe sitiador
              ordenó que se permitiera por seis días la entrada en la plaza a las madres y
              mujeres de los encerrados en ella que lo solicitasen, distrayéndoles el
              frecuente campaneo y luminarias de los sitiados en celebridad de supuestos
              pronunciamientos. Estrechóse el bloqueo, adelantando
              la línea a tiro de cañón, el cual tronaba de una y otra parte; el 13 (Marzo)
              tenía establecido Roncali su cuartel general en los Marcelinos; se ocuparon varios edificios avanzados, efectuó
              el 14 un reconocimiento sin que de la plaza se hicieran más disparos que los
              del fuerte de San Julián a las Escombreras, ocupadas por dos compañías, que
              ejecutaron algunas obras de defensa, y las necesarias en la casa del bosque
              para una batería de obuses de a 24, y no dejó de extrañar a los sitiadores el
              que los sitiados no hubieran presentado alguna resistencia a la ocupación de
              puntos que ofrecían defensa, y cuya conquista hubiera costado sangre
              necesariamente.
               Así sucedió el 17, que al
              observar al amanecer los cercados, que sus enemigos se habían apoderado del
              inmediato barrio de San Antón y preparaban una batería, hicieron fuego algunos
              cañones de los baluartes de la muralla que dan al frente de aquel punto, y una
              compañía de la milicia nacional de la plaza, se desplegó en guerrilla por la
              Alameda, ínterin salía la fuerza franca de servicio del batallón provisional de
              la misma, como lo ejecutó; pero reforzadas las tropas del gobierno, marchó
              rápidamente el capitán don Manuel Andía, con su compañía de cazadores de Gerona
              a ocupar el barrio a toda costa, en unión de la anterior fuerza; reforzáronse aún más los contrarios, y los pronunciados lo
              hicieron a su vez por más tropas de Gerona mandadas por los comandantes
              Martínez y Gavilá, dos piezas rodadas a las órdenes
              del subteniente del arma don Jaime García, y la caballería a las del conde del
              Valle. Atacando de frente Andía y Gavilá y de flanco
              Martínez, se apoderaron de las posiciones y casas aspilleradas que abandonaron
              sus defensores, retirándose por el camino de Orihuela y Murcia, batiéndose con
              los que les acometían de cerca. Nuevos refuerzos empeñaron otra vez el combate,
              en el que no llevaron la peor parte los pronunciados, si es que no obtuvieron
              la victoria, que como tal presentaron al público la jornada de aquel día; y era
              triunfo la ocupación de parte del barrio de San Antón.
               La construcción de las
              baterías de sitio era uno de los preferentes cuidados de Roncali,
              y de los de la plaza el impedirla: los cañones de la muralla, y los de los
              castillos de Moroc y Despeñaperros tronaban con
              largos intervalos, habiendo día que ningún disparo se hizo, lo que facilitó el
              emplazamiento de las baterías, que eran bastantes las que se construían. Ya el
              22 arrojaron los cañones de la plaza y baluarte cerca de 300 proyectiles,
              contestados por los obuses y morteros sitiadores. El fuego de este día hizo que Roncali dirigiera una comunicación al ayuntamiento de
              Cartagena calificando de alevoso aquel fuego, al que no pudo menos de
              contestar, aunque con economía; que aquella ciudad quería su ruina cuando no
              abría sus puertas al ejército de una reina tan angelical como clemente; que
              entraba en sus principios humanos el hacer la intimación antes de romper el
              fuego; mas puesto que la plaza había tomado la iniciativa, excusada era
              aquella, y no tendría que repetirla cuando llegara el momento, y que pensara la
              ciudad lo que la convenía más; si volver a la obediencia de S. M., o sufrir
              todos los rigores de aquel día, porque ya había recibido mensajes de la plaza.
               El ayuntamiento en su
              vista, comisionó a sus compañeros Rolandi, Alcaraz y
              Berger para conferenciar con el general, manifestándole en el oficio en que se
              lo participaba, suspendiera en tanto toda la hostilidad que pudiera perjudicar a
              la población. Recibidos por Roncali, les marcó hasta
              las doce del día 24 para entregarse a discreción.
               Satisfecha volvía la
              cornisón, y los cónsules francés e inglés a la plaza, cuando se encontraron la
              puerta cerrada y en hostilidad a sus defensores, si bien esto era efecto de la
              indignación que produjo en alguna parte del pueblo y los soldados el embarque
              de los jefes de la insurrección, indignación que estuvo a punto de producir una
              catástrofe a no impedirlo el ingeniero de minas don Felipe Caballero, con
              algunos nacionales, que tuvo valor y habilidad de evitar la intentada voladura
              de un depósito de 2.000 quintales de pólvora; llegándose a decir que los
              autores lo iban a ejecutar, metiéndose ellos en el polvorín y volar juntos:
              ¡bárbara resolución y feroz valentía!
               La noticia de la
              capitulación produjo algunos desórdenes, más acentuados por el embarque de los
              jefes de la insurrección después que comprendieron la inutilidad de la
              resistencia por grandes que fueran sus esfuerzos, llenándose la Villa de Madrid
              y algunos otros buques, con cuantos en ellos cupieron, para buscar su salvación
              en tierra extraña. Los nuevamente sublevados obligaron a algunos a desembarcar,
              pero allí no había ya jefes; todos se agitaban por extraños impulsos, era
              verdadero el desorden y grande la anarquía; esperando contenerla abriéronse las puertas de la prisión donde permanecía el
              anterior gobernador de la plaza don Blas Requena, que se dirigió al cuartel de
              Gerona; vio a las tropas en actitud de resistirle, resolvió hacerse fuerte en
              la plaza del Ayuntamiento con los nacionales, desechando la proposición de la
              tropa para volver a su prisión; no se le reunieron los nacionales bastantes; se
              apoderó de él la tropa, conduciéndole al cuartel para fusilarle a su frente:
              pidió le oyeran antes, les habló con el lenguaje que convenía al desorden en
              que se hallaban, procuró fascinarlos contra el general que les había abandonado
              y contra los oficiales que estaban presentes, ofreciéndoles ponerse a su cabeza
              y morir con ellos en la defensa de la plaza; y produciendo su efecto la
              excitación, en vez de fusilarle le aclamaron su general. Los oficiales
              desaparecieron.
               Requena, salió del cuartel
              con fuerza reunida a reponer los repuestos y reunir la restante hasta la puerta
              más próxima al campo sitiador; se presentó entonces una nueva conmoción de
              oficiales excitando a la tropa; se sobrepuso Requena, y cuando ya tenía reunido
              todo el regimiento en la Puerta de Madrid, la clase de sargentos, por sí, o
              excitada por nuevos oficiales, que llegaban, se presentó a reconvenirle;
              necesitó nuevo esfuerzo para animar al soldado contra esta clase numerosa o
              influyente, ofreciendo que las hostilidades cesarían dos días para el embarque
              y entrega con seguridad.
               Peligroso cada momento, le
              fue preciso fomentar la insubordinación, declarando que allí era igual a su
              último soldado, que todo se haría sin secreto y a gusto de la mayoría; hizo
              persuadir con ofertas y dádivas a algunos soldados para que se le dirigieran en
              comisión, pidiendo abreviase el término y salir a dar un abrazo a los
              compañeros de los batallones 1.° y 2.° de Gerona en el ejército sitiador; les
              oyó al frente de la fuerza; encomió la oportunidad; pidió la votación, y
              respondiendo algunos, viva el general, esto le bastó. Se amparó tanto de ellos,
              que tuvo ya la mayoría, pidiéndole esta castigara a la milicia nacional que les
              había engañado y comprometido. No era esto realizable, y sólo procuró terminar
              pronto aquella peligrosa situación, temiéndose una reacción a cada momento, y
              salió al campo para dar entrada a los sitiadores.
               A la vez que esto sucedía,
              se iba aumentando la alarma y el desorden en algunos puntos de la ciudad, y en
              la noche del 21 se reunieron todas las autoridades y personas respetables,
              quienes después de mucho discutir no pudo haber avenencia entre los que deseaban
              la capitulación y los resueltos a resistir. La sumisión tuvo, sin embargo, más
              partidarios, y con la intervención de los cónsules inglés y francés se convino
              en ella. No la aceptaban todos a la mañana siguiente; se soliviantaron las
              pasiones, hubo desórdenes; pero venció Requena, como hemos visto. Riquelme
              ocupaba el castillo de Atalayas y Concha el de Moros, y la plaza abrió una de
              sus puertas al brigadier Laviña, siguiéndole el
              general Córdova, entrando después Roncali con el
              resto del ejército.
               Los principales
              comprometidos y cuantos temieron las consecuencias de sus actos, se embarcaron
              para Orán y Gibraltar; otros se refugiaron en las casas de los cónsules, bien
              llenas, y se dio pasaporte a muchos. Cartagena no presenció los suplicios que
              Alicante: sin la generosidad no hubiera sido tan fácil su conquista. Se
              entregaron las armas y fornituras; se pagó la contribución de 10.000 duros, a
              que redujo Roncali la de doble suma que impuso; se
              alojaron las tropas en las casas, por destruido el mobiliario de los cuarteles;
              se nombró un Ayuntamiento interino, y se adoptaron y obedecieron otras,
              providencias secundarias, reinando completa calma en la ciudad, que festejó a
              poco solemnemente a su querida Virgen de la Caridad.
               
               TRIUNFO
              ELECTORAL DE LOS PROGRESISTAS EN MADRID—BANQUETE
                  LXXIV
                  En el año 1844 comenzó el
              movimiento político con las reuniones electorales, importantes siempre de suyo.
              En la que en el teatro del Genio tuvieron el 2 de Enero los progresistas,
              proclamó Madoz la unión de todos sus correligionarios para conjurar, decía, el
              peligro que amenazaba a la libertad, y para que la elección de cinco diputados
              y una terna de senadores que se habían de efectuar en Madrid el 8, fuera la
              verdadera expresión de las aspiraciones todas del partido. Acordóse la candidatura y se trabajó con decidido empeño para hacerla triunfar. A su
              frente se puso la candidatura parlamentaria, y sus partidarios manifestaron
              que, colocado en contraposición el nombre de Olózaga, la lucha era entre la
              reina y un hombre, y aun se atrevieron a decir que entre la monarquía, el orden
              público y las instituciones, contra la rebelión y la anarquía.
               Siempre excita la pasión
              política y aun extravía; pero en los periodos electorales la exageración no
              tiene cauce: do todo se hacía arma de partido; hasta se prohibió a las
              orquestas de los teatros tocar himnos patrióticos, que habían sido causa alguna
              vez de manifestaciones más ruidosas que trascendentales.
                    El partido progresista empezó a unirse con
              estas elecciones, y considerado esto como un peligro por sus contrarios, usaron
              de menos tolerancia, y en algunas provincias se permitieron las autoridades
              ciertos excesos, que evidenciaban en sus autores la carencia de las altas dotes
              que deben adornar a toda autoridad que no halla en la ley y en su inteligencia
              lo que no ha de buscarse en la pasión y en la arbitrariedad.
               Prenda de unión empezaron a
              ser estas elecciones para el partido progresista, que bien la necesitaba, aun
              cuando con ella atormentara a sus enemigos en el poder, que fomentar la
              desunión les interesaba. Mas sus esfuerzos se estrellaron en Madrid, donde
              siempre ha tenido mayoría el partido progresista. De 13.319 electores tomaron
              parte 7.013, triunfando la candidatura progresista por unos 2.000 votos de
              mayoría; pues al obtener Cantero 4.423 votos, que fue el máximum, don José
              María Nocedal, el que más, no pasó de 2.988. Olózaga quedó de tercer suplente,
              por sólo haber obtenido 3.687 votos, pues no todos los progresistas quisieron
              olvidar al cantor de la Salve.
               Los mismos sufragios que
              obtuvo, no dejaron de alarmar a los moderados, por ver en aquéllos un cambio de
              la opinión que daba ya entrada a las protestas y palabras de Olózaga desde
              Lisboa, y preguntaban sus órganos: «¿es que han votado en Madrid los que
              constituyen su inmensa mayoría?» No: contestaba El Heraldo, porque
                la conducta del gobierno no satisface completamente. De aquí las
              lamentaciones de que estuvieran en pie todos los elementos de la revolución:
              error lamentable de nuestros partidos políticos, que no han tenido las más de
              las veces el valor de asegurar lo bueno o conveniente que sus rivales hicieran;
              y aquellos lamentos se dirigían cuando se renovaban todos los empleados, toda
              la magistratura, en la que había personas dignísimas, y se nombraba para jefes
              políticos y para otros cargos no menos importantes a acusadores y
              perseguidores, no sólo de progresistas, sino de liberales. Fueron desembozadas
              las censuras al gobierno, por haber perdido las elecciones en Madrid,
              desconociendo su trascendencia, y decía la prensa, que no parecía sino que
              bebían las aguas de Leteo los individuos del ministerio cuando pasaban los
              umbrales de la Secretaría.
               Los progresistas, en
              cambio, estaban, como no podían menos, bien satisfechos, y su junta directiva
              de elecciones de Madrid, dio el 23—Enero—las gracias a sus correligionarios por
              haber correspondido al llamamiento que les hizo en nombre de la patria y de la
              reina constitucional; expuso la importancia del combate legal de los partidos
              que comprenden sus verdaderos intereses, ofreciendo el espectáculo más sublime
              al mundo civilizado, y mostrando su dignidad personal, su cordura y sensatez;
              que donde esto sucede había echado el gobierno representativo profundas raíces,
              que esa máquina artísticamente montada para que cada rueda concurriera con su
              peculiar impulso al movimiento armónico del todo, no se parara jamás, si bien
              alguna vez se perdería el equilibrio; que se entregaran los electores
              tranquilos y satisfechos a sus domésticos negocios, y a descansar en paz,
              aunque no dormirse a la sombra del laurel de la insigne, victoria conseguida,
              confiando en los diputados electos que tenían graves compromisos por la causa
              de la libertad: que la unión era la necesidad de la época, necesidad fundada en
              las afecciones del corazón, en los consejos del entendimiento, y en los avisos
              de la historia, de ese espejo de la verdad que nos presenta en el cuadro de lo
              pasado el anuncio de lo venidero.
               «La historia
              contemporánea, añadía, nos revela en efecto, que con la unión franca y sincera,
              cimentada sobre un completo olvido de fugaces disensiones relegadas ya al
              juicio de la posteridad, el partido progresista es invencible, el porvenir es
              suyo, y suya la dirección de los negocios públicos, porque sus creencias y sus
              opiniones forman parte del derecho constitucional de la Europa emancipada,
              están en perfecta armonía con las tendencias del siglo, y representan los
              intereses sociales y materiales de los pueblos. Sigan, pues, con fe y
              perseverancia los electores del partido liberal de Madrid y provincias la línea
              de conducta que se han trazado; secúndenles en tan noble propósito los de toda
              la Península, y un éxito feliz coronará los gloriosos esfuerzos de los que
              siempre han sido leales al trono de sus reyes, a la causa de la libertad, y a
              los poderes constitucionales que la simbolizan».
               El triunfo electoral le
              felicitaron los progresistas con un banquete, al que invitaron al jefe político
              señor Banavides y a algunos individuos de la
              diputación provincial y comisionados de distrito de opuestas opiniones,
              excusándose el primero con la finura que le distinguía, y con menos los demás.
               Presidido por Arguelles,
              brindó el primero por la reina constitucional, dando las gracias por su
              elección y protestando de sus constantes sentimientos de amor a la libertad:
              Cortina por la unión del gran partido progresista; que abría a sus ojos un
              risueño porvenir; Madoz dijo que si en un momento de obcecación pudo
              desenvainar su espada en defensa de una causa que tan funestos resultados había
              producido, no tardó mucho en conocerlo y confesarlo; protestó de su amor a la
              reina y la libertad, por las que había derramado su sangre, y brindó por el
              colegio electoral de Madrid y su provincia: Cantero, que era la décima tercera
              vez que le nombraba su representante, manifestó que nunca le había lisonjeado
              tanto el serlo como entonces; dio las gracias a los electores, y brindó por la
              Constitución y la reina constitucional: Miralles por la Milicia nacional de
              todo el reino; Sagasti, después de leer ocho versos de escasa poesía a la unión
              de los liberales, brindó porque fuera sincera y eterna la de todos los
              progresistas: don José María Fernández de la Hoz, aseguró al partido del
              progreso tan amante do la ley y del orden como de la libertad, que podía contar
              con su cooperación franca y sincera para conservar en su integridad y pureza la
              Constitución de 1837, dar lustre y brillo al trono y la merecida consideración a
              las corporaciones populares, brindando por la reina constitucional,
              Constitución y progreso: Ángulo por el colegio electoral y la unión: Lerin por la nacionalidad polaca y la unión de todos los
              liberales progresistas de Europa: Luxan por la reina constitucional,
              Constitución del 37, y unión del partido del progreso: don Juan Seoane leyó
              unos versos a la unión de los liberales: los señores Damián, Romeral y Barreras
              brindaron por los distritos, por la junta directiva y por la abolición del
              diezmo y desamortización; y Guardamino se acordó de la prensa independiente, de
              la que tanto esperaba el partido del progreso y no fue invitada. Pocas veces
              debió serlo con más justicia y necesidad, ¡y eran progresistas! partidarios de
              todas las libertades, que olvidaban, ya que no digamos desdeñasen, a los que
              consideraban el cuarto poder.
               
               DESARME
              DE LA MILICIA—DESGRACIAS EN ZARAGOZA
                  LXXV
                   Estos alardes alentaban indudablemente al
              partido progresista, y le iban uniendo a costa de la alarma de sus contrarios;
              y aun cuando el gobierno y las autoridades sensatas, temían aún lanzarse a una
              reacción franca, hubo funcionarios como el jefe político de Salamanca, señor
              García Herreros, que borró los artículos de la Constitución que había
              estampados a la subida del edificio del Gobierno, impidió la publicación de las
              actas y documentos de la Diputación, relativos a este hecho, y expulsó por sí
              mismo del salón de sesiones de la Diputación al pintor que, según acuerdo de la
              misma, estaba escribiendo los artículos de la Constitución que él había
              borrado; y esto después de haber escrito el 50, el 2.° y a medias el 6.°
               El pueblo armado, que no
              deja de ser un elemento temido de todo poder, no podía me nos de serlo del que
              lo ejercía a la sazón, aun cuando tanto ayudó al triunfo de la coalición en
              muchos puntos, y estaba bastante mermada su fuerza. Se desarmó a la Milicia
              nacional de Burgos, Valladolid y San Sebastián, y en breve a la de casi toda
              España, sin que hubiera desgracias que lamentar, excepto en Zaragoza.
               Aunque con arreglo al art.
              2.° de la capitulación de Zaragoza, se habían recogido bastantes armas de la
              Milicia, aún se trató de reorganizarla, y ordenó el 13 de Enero el ayuntamiento
              a los comandantas de batallones y escuadrones, que en el término de seis días
              recogieran las armas de los individuos que por no reunir las circunstancias
              necesarias consignaba en una lista, facultándoles para no hacerlo con los que
              los expresados jefes creyesen las tenían y hubieran sido calificados
              equivocadamente. Algunos jefes vieron que el municipio exigía tantas o mayores
              circunstancias para ser miliciano como para ser elector, lo cual no
              consideraban legal. Mediaron contestaciones, y en vista de la dada por el
              ayuntamiento, a la que los comandantes suscribieron el 16, el del cuarto
              batallón, teniente coronel de infantería don Lucas Piñeiro de Bermúdez, reunió
              en su casa a los capitanes, les enteró de lo determinado por el ayuntamiento,
              manifestaron con recibo haberse entregado en los días de desarme, en la casa de
              Misericordia, más de 6.000 armas completas, por lo que creían hallarse
              cumplimentada la orden, así como consideraba disuelto el batallón por la que
              ahora se daba, a cuya virtud renunciaba a su mando su comandante devolviendo su
              título. Los capitanes del tercer batallón, consideraron el mandato como fuera
              de la ley, respetaban la medida, y no pudiendo negarse a darla cumplimiento, y
              salvando su responsabilidad de faltar a la ley, renunciaron sus cargos.
               El municipio remitió al
              capitán general el oficio de Piñeiro para que se entendiera con aquella
              autoridad, advirtiéndole que el suponer que el objeto principal de los acuerdos
              de aquella corporación había sido recoger las armas de la Milicia nacional, era
              una injuria punible.
               Presentábase al capitán general y
              subinspector de la Milicia la ocasión, que, si no deseaba, no huía, y sin
              apelar, ni el municipio a otros medios conciliatorios que hubieran ahorrado
              desgracias o dado mayor fuerza a la razón, mandó el 22 disolver la milicia de
              infantería, artillería y zapadores-bomberos; —la caballería había
              obedecido;—que desde las nueve a las dos de la tarde entregaran todas sus
              armas, fornituras y municiones, y en el término de tres días recogerían los
              comandantes de compañías el vestuario y lo pondrían a disposición del
              ayuntamiento, procediéndose a la reorganización de la Milicia con arreglo a la
              ley.
               Entregáronse a su virtud algunas
              armas, pocas, y no parecía muy dispuesta la Milicia a entregarlas, por creer
              unos ofendido su amor propio, otros por considerar que el tenerlas era una
              garantía para la libertad, o incitados varios por excitaciones y pasquines que
              les llamaban a las armas para defender la Constitución y la reina.
               Empezaron a formarse
              grupos, se vitoreó a la Constitución y la libertad, hubo algunas corridas, se
              publicó a las dos de la tarde la ley de 17 de Abril de 1821, principiando por
              el café de Jimeno, donde se dieron voces subversivas, y ya trataran algunos de
              apoderarse de los bandos o tomaran actitud más o menos hostil, no pasaron a
              vías de hecho, cuando la tropa del piquete hizo una descarga sobre la multitud,
              resultando varios muertos y heridos, y entre los primeros un niño. Se
              disolvieron los grupos, se empezaron a efectuar prisiones, y el capitán general
              publicó el mismo día 22 un bando declarando la ciudad en estado de sitio hasta
              que la tranquilidad se hallase completamente restablecida, y mandando que se
              condujese de entregar las armas en plazo que fijaba en el día siguiente,
              conminando con la pena de muerte y ser juzgados por una comisión militar los
              que contravinieren a lo mandado; que se harían visitas domiciliarias, pasándose
              por las armas al dueño de la casa en que se hallaren, y se prohibía la reunión
              demás de tres personas en las plazas y calles, dispersándose por la fuerza el
              grupo que excediera de este número.
               Obedecido este bando, al
              día siguiente se levantó el estado excepcional.
               
               TENDENCIAS
              OPUESTAS
                  LXXVI
                   Las declaraciones de estado de sitio a que dio
              lugar el pronunciamiento de Alicante y Cartagena, hizo enmudecer a la prensa
              progresista, no sin protestar antes contra una medida que calificaron
              públicamente los redactores de aquellos periódicos de ilegal, atentatoria y
                tiránica.
               El poder iba viendo
              desembarazado su camino, aunque temía los pronunciamientos, por los que no
              dejaba de trabajarse; y en verdad que más justificados podían serlo entonces
              que en 1843; pero era grande el cansancio político, por lo mucho que habían
              sufrido los progresistas, bien infructuosamente, y aunque menudeaban los
              emisarios y se concertaban elementos, poco antes heterogéneos, ni el
              pronunciamiento sostenido de Alicante y Cartagena, ni el presentar como un
              sarcasmo la estancia en el poder del ultrajador de la reina madre, ni lo hecho
              con Olózaga, ni la prisión de diputados, como Cortina, ni el desarme de la
              milicia, ni la reforma deja ley de ayuntamientos, ni la reacción, que era
              evidente, movieron las masas para lanzarlas a la insurrección, ni aun para
              libertar á la reina cuando los progresistas, que no querían hacerla solidaria
              de los actos de los gobernantes; declararon que no estaba libre.
                    Y los moderados se lamentaban de que el
              gobierno, en vez de reponer a empleados cesantes de 1840, colocaba a favoritos
              sin méritos; llamaban a la situación infructífera, de la que se apartaban
              muchos, que ni era la continuación del pronunciamiento, ni lo era de reparación
              y de justicia; publicaban que era grande el descontento que cundía, y que, como
              amagando una tormenta, reunía contra el gobierno odio, y explotaban en daño
              suyo sus errores, su lentitud y hasta los defectos personales de sus
              individuos: un sistema queremos, decían, no una desorganización más legalizada.
              Lo que querían era volver decididamente en todo a 1840. Esta ha sido siempre la
              lógica de nuestros partidos políticos.
               Al mismo tiempo anunciaba El
              Heraldo, entusiasmado, que habían vuelto a restablecerse las buenas
              relaciones de amistad y fina correspondencia que entre los señores general
              Serrano y don Luis González Bravo, existían antes de la desagradable escena
              ocurrida en el Congreso. Importante era la amistad del general, por lo que ya
              se hablaba y no con la mayor reserva, de los muy elevados favores que obtenía.
               En tanto, el general don
              Manuel de la Concha, inspector de infantería, dimitía el cargo por no acceder a
              exigencias injustas y arbitrarias, él que tan opuesto había sido a la
              aprobación de los grados concedidos por las juntas revolucionarias, dando el
              ejemplo de renunciar el suyo. Le reemplazó Soria, no aceptó Serrano reemplazar a
              Butrón en la inspección de caballería, que se confirió a Pezuela, gobernador
              militar de Madrid, y aunque algunos designaban para este gobierno a Prim, se
              nombró al general Shelly que estaba de jefe político de Barcelona.
               Los que proclamaron volver
              decididamente en todo a 1840, dijeron a los pocos días: «Esta situación no
              puede enlazarse con la del partido que sucumbió en Setiembre, porque una
              revolución espantosa y de inmensa trascendencia alteró no sólo su posición,
              sino las necesidades que sentía entonces; de tal modo, que los hombres
              monárquico-constitucionales de la catástrofe de Valencia, expresión más o menos
              pura del gran partido que se distinguió por aquel nombre, ni hoy serían los
              representantes de sus creencias, ni los adictos á ellas les confiaran
              ciertamente el dirigirlas ni salvarlas. Los partidos pensadores y leales tienen
              que pesar los hechos y aprovechar también sus escarmientos».
               PRISIÓN
              DE CORTINA Y OTROS
              LXXVII
                  El origen del gobierno que
              regía los destinos del país, exigía una política de fuerza; y aunque algunos de
              los elementos que la componía o le ayudaban, querían legalizar aquella
              situación, y demostrar que; sin peligros que temer, no pretendía faltar a la
              ley, sino tenerla por norma de todos sus actos, como les faltaba la primera
              base, pues eran poderosos y cada vez más numerosos sus enemigos, les importó lo
              primero su propia existencia. A los elementos que les combatían, se añadieron
              los pronunciamientos de Alicante y Cartagena, y considerando cómplices de ellos
              a algunos diputados influyentes que residían en Madrid o con el ánimo de
              aterrorizar con un acto inusitado, cual era atacar la inviolabilidad del
              diputado, se acordó en Consejo de ministros la prisión de los Sres. Cortina,
              Madoz, Garnica, Garrido (don Joaquín), Linares, Verdú y Pérez, que fueron
              conducidos a la cárcel de corte el 1.° de Febrero, incomunicados y a
              disposición del juez de primera instancia (1): eludieron la prisión don José
              María López y Llanos y Ors.
               Este célebre proceso fue
              sólo un ardid; estribando todo su fundamento en la comparecencia de un agente
              de policía que ante el jefe político declaró ser los acusados autores y
              cómplices de la sublevación de Alicante; comparecencia que no existió cuando se
              negó la ratificación de la denuncia, que pidieron los defensores, y sobre todo,
              cuando la prisión fue efecto de un acuerdo del Consejo da ministros, lo cual
              era un atentado contra el artículo 63 de la Constitución. El gobierno hizo
              ejercer a S. M. funciones judiciales, aplicando las leyes a este caso
              particular, calificando el mérito de los documentos y la complicidad y
              delincuencia de los procesados.
                 Y coincidencia notable,
              eran los autores de la amnistía por la que estaban en el poder los que les
              encerraron en calabozos. Dimitió Cortina los cargos que tan dignamente ejercía,
              entablaron recurso los procesados para que se acelerase la causa á fin de dar
              al país conocimiento de ella y no fuera un obstáculo á su reelección, y hasta
              expusieron a la audiencia en 21 de Junio que se ventilara por los trámites
              legales la inocencia de los procesados, pues de otra manera y quedando impune
              la calumnia, se perdería para siempre la seguridad y la honra de los
              ciudadanos.
               PROYECTOS
              DE SUBLEVACIONES CARLISTAS
              LXXVIII
                   Los carlistas que, en no pocos puntos, habían
              ayudado a derribar la regencia de Espartero, y que se habían lisonjeado con
              esperanzas que no vieron realizadas, no podían, según su doctrina, permanecer
              indiferentes en aquel bregar de opiniones, en aquella interesada contienda, y a
              ella se lanzaron, no en el terreno legal al que han tenido decidida repugnancia
              por no aceptar lo que sus eternos enemigos les concedían, y al aceptarlo
              demostrar que lo admitían, si no en el terreno de la fuerza, al que han
              mostrado siempre amorosa predilección. Empezaron a conspirar de nuevo; se
              descubrió en Madrid la organización de una partida que debía aparecer en las
              Rozas; frustrado su intento, se trató de formar otra en Castilla la Vieja que
              dirigiría el teniente coronel de procedencia carlista don José Amerle, a quien pretendieron inútilmente sacar de la cárcel
              (Enero 1841); se descubrió después otra nueva conspiración en las
              Encartaciones, prendiéndose al cura Lanzotegui, a
              quien se encontró fabricando balas, al sacerdote Bilbao, al comandante Larrumbe
              y a otros. Dióse alguna importancia a este
              descubrimiento por el número de los afiliados, unos 300, los papeles que se
              hallaron y la seguridad que se adquirió del gran empeño que mostraban los
              emigrados carlistas por encender de nuevo la guerra civil, estimulándoles el
              sostenimiento de las partidas del Maestrazgo, a las que era preciso ayudar,
              aprovechándose a la vez de la perturbación que producían los pronunciamientos
              de Alicante y Cartagena; así que la diputación vizcaína, que no prodigaba
              dirigir la palabra a sus administrados, la dirigió en esta ocasión para
              decirles que «ambiciosos y perturbadores de oficio, que quisieran especular con
              revueltas y trastornos, medrando a su sombra, habían elegido aquel país para
              teatro de sus planes, enviando desde tierra extranjera agentes que, con
              mentidas y halagüeñas promesas les seduzcan y arrastren; que estaba reciente la
              memoria de los desastres de que habían sido víctimas, humeaban sus hogares y la
              sangre de sus hijos, y no esperaba que hubiese ningún buen vizcaíno que se
              prestase á ser dócil instrumento de los infortunios de una nueva guerra en una
              provincia tan crudamente castigada; por lo que les amonestaba la diputación, no
              solo a mirar con desprecio y horror a los agentes, sino á denunciarlos,
              recomendando a los alcaldes vigilarles»
               Una pequeña partida que se
              presentó en el Burgo de Osma fue capturada por los vecinos de Santibañez; y en la provincia de Gerona, por los somatenes
              de Vidrá, Vallfogona y Ripoll, varios de los que se
              hallaban ocultos en las escabrosidades para lanzarse a la lucha, los cuales
              fueron fusilados, de cuyo terrible fin se libraron los que se vieron
              contrariados de entrar en España por la exquisita vigilancia de las autoridades
              francesas, como sucedió a muchos, entre ellos a Forcadell.
               La actividad de las
              autoridades y la eficaz ayuda que prestaron los pueblos, impidieron se
              reprodujera la guerra civil: el barón de Meer dio las
              gracias el 18 de Abril, a los catalanes y al ejército por lo que habían hecho.
               En las provincias de Lugo
              y Pontevedra perturbaban la paz y cometían excesos algunos restos de anteriores
              partidas carlistas, capitaneados por don Domingo Arias Castrovilar,
              el presbítero don Francisco Fernández y los hermanos Ceide que, cogidos y sometidos a la comisión militar, fueron fusilados el 8 de Marzo
              en Lugo, prefiriendo la muerte a implorar la piedad de la reina, haciendo las
              declaraciones a que con interés se instaba al primero. Otros fueron condenados a
              obras públicas.
               También se intentó
              trastornar el orden en Navarra, donde avisadas las autoridades, se efectuaron
              prisiones más o menos justas, y se aseguró la tranquilidad, por la que se
              interesaron los pueblos, de cuyo comportamiento se mostró altamente satisfecho,
              y lo expresó así el 20 de Abril desde Pamplona el capitán general Warleta.
               EL MAESTRAZGO — EL GROG, LA COBA, MARSAL Y EL SERRADORLXXIX
                  Como si no quisiera perder
              España sus antiguas y belicosas tradiciones, o hubiera de estar condenada a
              tener siempre abierto el templo de Jano, no bien había terminado una guerra
              civil, se sucedían los pronunciamientos, y se trataba de emprender otra nueva
              lucha, porque bastaba la decisión de un hombre osado para hallar, secuaces y
              poner en conmoción una comarca o todo un distrito.
                    Al comenzar el año de 1841, Tomás Peñarroja (a) el Groc del
              Forcall, que había sido capitán de realistas y carlista, divagaba con dos o
              tres de los suyos por las cercanías de su pueblo, sin haberse querido acoger a
              indulto y proclamando a Carlos V algunos presos fugados de la cárcel de
              Morella, y otros aumentaron su partida, permitiéndole extender el círculo de
              sus correrías, menudear los atropellos y ejecutar asesinatos. Esto ocasionó que
              se hiciera más vigorosa la persecución: la emprendió personalmente el general
              del distrito don Pedro Chacón, valiéndose de la persuasión y de los medios más
              dulces, prodigando beneficios a los pueblos para que le ayudasen; no lo
              consiguió: tuvo que apelar a las medidas que le daba la ley, publicando la de
              17 de Abril de 1821, en un bando que fechó en Morella el 14 de Octubre de 1842,
              aplicable a los distritos de esta ciudad, Albocacer y
              San Mateo; no bastó esto tampoco, y cuando el general don Juan de Zavala se
              encargó del mando del distrito, ocupó con tropas la mayor parte de los pueblos
              del Maestrazgo, los visitó personalmente, mandó bloquear todas las masías para
              mejor distinguirlas, y logró que saliesen somatenes, auxiliando a los pequeños
              destacamentos que operaban de noche a la caza de aquellos partidarios, siempre
              que se presentaban en sus términos. Se fusiló á muchos cabecillas a fines de
              Mayo de 1843, desaparecieron completamente las partidas, y el Groc, La Coba, Taranquet y Marsal tuvieron que esconderse en las cuevas más recónditas
              del país. Zavala pudo vanagloriarse de haber exterminado en poco tiempo y
              merced á su gran pericia y celosa actividad, aquellas partidas que llevaban más
              de dos años de existencia, burlando a sus perseguidores.
               Bando.—No habiendo sido
              suficientes los esfuerzos y fatigas con que las beneméritas tropas se dedican
              ala persecución del bandido Tomás Peñarroja (a) el Groc y sus secuaces, para lograr su exterminio, por la
              indudable protección que le dispensan algunos habitantes del país desde algunos
              pueblos y masías al paso que la gran mayoría de los que residen en el mismo
              solo desea conservar la paz de que actualmente se disfruta; y persuadido de que
              estos, conociendo sus verdaderos intereses, se prestarán gustosos a cooperar,
              por cuantos medios se hallen a su alcance a que desaparezcan los pocos
              criminales que con sus rapiñas y vagancia sostienen las esperanzas de los
              ilusos; autorizado como lo estoy por el gobierno para adoptar medidas en
              extremo rigurosas, he tenido por conveniente, mientras las circunstancias no me
              obliguen a otra cosa, reducirlas por ahora a lo siguiente:
               Artículo 1. Las justicias,
              ayuntamientos y vecinos de los pueblos de los tres partidos judiciales de
              Morella, Albocacer y San Mateo, cumplimentarán, bajo
              la más estrecha responsabilidad, las disposiciones que dicte la autoridad
              militar en la parte que tenga relación con la persecución de los facciosos o
              ladrones, y toda clase de malhechores.
               Art. 2. Quedan sujetos a
              la misma autoridad todas las personas que tengan comunicación con los bandidos,
              las que participen de sus crímenes, las que los auxilien, abriguen o protejan
              de cualquier modo, las que pudiendo no contribuyan a su exterminio, y las que
              no den parte de su situación y movimientos.
               Art 3. Los comandantes
              militares de los referidos partidos quedan autorizados en su demarcación para trasladar
              la residencia de unos pueblos a otros de todas las personas, cualesquiera que
              sea su clase, que por sus antecedentes y conducta Sospechosa den lugar a esta
              medida, dando cuenta al comandante general de la provincia de los datos en que
              la hayan fundado, quien después de rectificarlos cual conviene, la someterá a
              mi aprobación, y me propondrá y resolveré su confinamiento más lejano si lo
              considerase necesario.
               Art. 4. Las justicias de
              los pueblos donde, o en su término, se presentaren los referidos malhechores,
              además de los partes que deben dar, según las disposiciones que hasta aquí han
              regido y de tocar á rebato, deberán perseguirlos sin demora por los medios que
              se hallen á su alcance, y si no lo hicieren pagarán una multa de 1.000 reales
              vellón por cada uno de aquellos, repartida la mitad entre los mayores
              contribuyentes y la otra mitad entre los mismos individuos de justicia y demás
              vecinos.
               Art. 5. El masovero por
              cuyo término pase uno o más facciosos y no haya dado los partes prevenidos,
              será multado según su posibilidad por la primera vez, ya la segunda le será
              cerrada la masía. Esta misma disposición se tomará si en ella se hubiesen
              ocultado, además de los procedimientos á que su connivencia haya dado lagar.
               Art. 6.° Todas las
              diligencias y sumarios que produzcan las contravenciones a los articules
              anteriores se instruirán militarmente, con arreglo a lo dispuesto en la ley de
              7 de Abril de 1821, hasta el tiempo de fallarse en consejo de guerra si fuese
              necesario.
               Art. 7. En el Boletín
              Oficial de la provincia se publicarán los nombres de les contraventores a las
              disposiciones que anteceden, las multas que se les haya existido y la inversión
              que con mi aprobación se dará.
               —Dado en Morella a 14 de
              Octubre de 1842.—El capitán general del distrito, Pedro Chacón.
                 La revolución de Junio y
              la marcha de Zavala, dejaron desguarnecido el teatro de las correrías de
              aquellos tenaces partidarios, que salieron de su 3 guaridas, reunieron su
              dispersada gente, ayudándoles el levantamiento del estado de sitio, dispuesto
              con mejor deseo que acierto, el 11 de Setiembre, por satisfacer los deseos de
              los que por hacer oposición al gobierno, combatiendo aquel estado excepcional,
              le interpelaban: dejaron de recibir los comandantes de las columnas que allí
              operaban los avisos que tanto necesitaban; se envalentonaron los carlistas a la
              vez que se amilanaron los habitantes pacíficos; volvieron a tomar las armas los
              indultados, y merced a la eficacia y constante persecución que les hizo el
              coronel Zavala y el brigadier Campillo, se presentaron a indulto unos 60 entre
              jefes y mozos, quedando solo unas cuatro o cinco partidas de diez á veinte
              hombres la mayor. Pero no había tropas para ocupar el país militarmente y
              evitar actos de audacia, como el que ejecutó el 13 de Noviembre el Groc, que con solo diez hombres entró en su pueblo de
              Forcall, fusiló en la plaza ante un numeroso vecindario al secretario del
              ayuntamiento y a un preso qua llevaba, demolió la fortificación, reunió á todos
              los mozos que sabían tocar instrumentos, y con música y aguardiente celebró sus
              actos delante de las víctimas: se volvió a marchar tranquilo, satisfecho de la
              apatía de aquellos vecinos, merced a la cual penetraba en muchos pueblos, se
              apoderaba de los caudales públicos, ponía a precio la vida de los ciudadanos, y
              cometía toda clase de atropellos, como en Canet y la Roig.
               Para obtener más pronto
              lisonjeros resultados, formóse en Castellón una
              brigada con los tres batallones de Saboya y la caballería correspondiente al
              mando del brigadier Larrocha, destinándose además
              para operar en el Maestrazgo, los tres batallones provinciales de Teruel,
              Huesca y Castellón. En treinta pueblos de los setenta y tantos del Maestrazgo,
              se establecieron destacamentos de tropa; pero lo que más importaba era variar el
              espíritu del país; más favorable en general a los carlistas que a los liberales.
              No se presentaban para ello recomendables las circunstancias, porque la
              situación política de la nación al comenzar el año de 1844, tenía mucho de
              lisonjera para los carlistas, que tanto se envalentonaron, que ya tomaban la
              ofensiva atacando y rindiendo destacamentos; fueron sorprendidos y desarmados
              los de Vallibona y Puebla de Benifasar,
              aunque presentaron alguna resistencia; a otros dos destacamentos persiguió una
              partida en las inmediaciones de Ballester, obligándoles a guarecerse en la
              población salvándose por la inesperada llegada de una compañía del provincial
              de Castellón; y sorprendido fue también en la masía de Aysudi por La Coba y Marsal, el subteniente Roure, quedando prisionero. Estos mismos partidarios
              entraron el 18 de Enero en Chert, hallándose el
              vecindario en la iglesia celebrando la festividad de San Bernabé, y lleváronse fuera del pueblo al alcalde y dos concejales,
              sin permitirles regresar hasta que sus compañeros entregaron el rescate,
              reducido, á fuerza de súplicas, a 90 duros, 5 paquetes de cigarrillos y 14
              pares de alpargatas.
               Estos y otros hechos
              obligaron al gobierno a autorizar al capitán general del distrito, don Federico
              de Roncali para restablecer en todo su vigor el
              anterior bando de Chacón, como le efectuó el 23, de Enero; no pudiendo dar
              inmediatos resultados, porque el pronunciamiento de Bonet en Alicante llevó a
              este punto la atención y las fuerzas del gobierno. El Groc y La Coba, en tanto, entraban en Mosqueruela, se llevaban los fusiles de los
              nacionales, los mozos y a la mujer del comandante, lo cual alarmó a los pueblos
              de la sierra: no tuvieron la misma suerte en Ortells, cuya corta guarnición les
              rechazó, batiéndoles en su retirada la columna del capitán Lanzarote,
              causándoles algunas bajas, especialmente de prisioneros, que identificadas las
              personas eran fusilados.
               No impedía esto el aumento
              de los carlistas, y que se presentaran caudillos como el Serrador, que ya
              mandaba cerca de 200 hombres; seguían recogiendo a los indultados, como
              hicieron en Cati y otros pueblos; no carecían de provisiones, y eludían la
              persecución de las tropas más fácilmente que los liberales que por entonces se
              pronunciaron, como don Rafael Marco, que lo hizo en la Rivera, fue capturado en Bolbante por su Milicia y la de Enguera, y conducido
              con su gente a Valencia para ser juzgado por la inexorable comisión militar.
               Evidente el incremento de
              los carlistas, al que ayudaba el espíritu del país, los esfuerzos de los
              emigrados en Francia y las frecuentes derrotas sufridas por las tropas de la
              reina, llegó el caso de pensar seriamente en el Maestrazgo, a donde se envió al
              general Villalonga, que dio nueva organización a sus fuerzas, procuró asegurar
              los puntos más importantes, y formando columnas móviles que juntamente con su
              pequeña escolta, emprendieran rápidos y bien combinados movimientos, se
              prometió felices resultados, aun cuando no contaba más que con 1.200 hombres
              para las atenciones de tan vasto y quebrado territorio.
               Había que atender también a
              los pueblos divididos y mal gobernados, donde los indultados se veían obligados
              a reunirse a las partidas y colocó en las municipalidades a los primeros
              contribuyentes, adoptando otras medidas bien recibidas por los que deseaban la
              paz. Y como si esto no fuera bastante, avisado que en Vinaroz, en unión con
              Castellón de la Plana y Alcalá de Chivert se
              pretendía secundar el movimiento de Alicante y Cartagena, tuvo que desarmar la
              Milicia nacional del primer punto, y emprender a los tres días una penosa
              marcha a Morella, para caer sobre los carlistas, que se reunían en el barranco
              de Vallibona, dispersándose en cuanto se apercibieron
              del movimiento. El Groc tropezó en su huida con una
              columna, y del encuentro cerca de Ortells, solo tuvo un muerto, cuatro heridos
              y ocho prisioneros.
               Dictó Villalonga algunas
              disposiciones para adelantar el exterminio de los carlistas; pero se vio
              obligado a ir rápidamente a la plaza de Peñíscola, por no inspirarle confianza
              su guarnición; la relevó, dio tranquilidad a los pueblos de Alcalá y
              Torreblanca, harto agitados por constantes disturbios, y como si todo conjurase
              a hacer crítica la situación de aquel país, llegó hasta apelarse al terrible
              sistema de represalias, con motivo de la captura del teniente ilimitado don
              Antonio Reverter, por Marsal, a una hora de Alcalá,
              pues para evitar su muerte se prendió a dos hermanas de éste y otros parientes
              de los carlistas, embargándoles los bienes.
               En no pocas ocasiones solía
              ser infructuoso el celo de las columnas más decididas en la persecución, pues
              al caer una, como sucedió el 20 de Febrero sobre el Ballester, donde estaban
              reunidos La Coba, Espín, Taranquet y Jaime con sus
              partidas, la divisaron a larga distancia, se retiraron, abandonando sus
              ranchos, hacia el convento de Benifasar, y aunque
              aquí hubieran sucumbido, al aviso del vigía de que se presentaba por aquella
              parte otra columna, huyeron por el barranco del Redó, perseguidos sin éxito. Mayor
              fuera éste atener más fuerzas Villalonga, pues solo una continua y acertada
              movilidad logró ir mermando las huestes carlistas, matando a sus jefes y
              segundos, y capturando a otros que eran en seguida fusilados.
               No se prometía menos
              resultados de una excursión a los pueblos de San Jorge, Trahiguera y la Jana, reanimando el espíritu de sus habitantes, que con sus solos auxilios
              hacían frente a los carlistas; y aprovechando el vacío que le dejaba la
              tardanza de la venida de Cristina, pernoctó el 2 de Marzo en San Jorge; mas
              recibió avisos de las consecuencias que pudiera producir lo relajada que estaba
              la disciplina de las tropas, y en una rápida marcha de catorce horas, se
              trasladó con su escolta a Benasal, donde mandó
              fusilar el 6 de Marzo a un cabo de Cuenca, que procuraba la deserción de los
              soldados a los carlistas; reemplazó el ayuntamiento, infundió confianza con sus
              providencias y decisión por restablecer la disciplina, no bien asegurada en
              todos los cuerpos, y marchó a Albocacer, prendiendo a
              su comandante militar «porque no trataba al paisanaje con la finura que tenía
              recomendada, y que de 160 reales con que mandó gratificar a dos celadores que
              habían aprehendido dos facciosos, se quedó con 20». Justiciero en sus actos o
              imprimiendo gran movilidad a las columnas, que tenían prohibido pernoctar dos
              noches seguidas en un mismo punto, empezaron a presentarse algunos carlistas, y
              a la vez que eran estos considerados, era inexorable con los soldados que
              faltaban a sus deberes, fusilando el 21 en Villahermosa a un cabo y un soldado
              que desertaban. Con estas ejecuciones y la de Benasal,
              quedó restablecido el orden entre sus tropas, y pudo continuar las operaciones
              con tanta actividad y acierto, que los carlistas, aunque tenían a su  frente al Serrador y otros afamados
              guerrilleros venidos de Francia, no sólo no progresaron, sino que ni aun
              seguridad hallaban en las escabrosidades de las montañas, sin que por esto
              desistieran de su belicoso empeño los constantes defensores del carlismo.
               Esta tenacidad y el deseo
              de Villalonga de hallar eficaz ayuda en todas partes, le obligó a mostrarse
              severo, expulsando y adoptando medidas de rigor e ilegales contra
              eclesiásticos, concejales y particulares que, o protegían sigilosamente a los
              carlistas, faltaban a los bandos vigentes, promovían la discordia en los
              pueblos, o eran algunos víctimas de la pasión política o de la enemistad.
              Prorrogó el indulto, hasta entonces dispensado con sobrada profusión, desde que
              le concedió el 2 de Febrero, e impuso pena de la vida a los carlistas que
              fueran habidos en cualquier concepto, como lo ejecutó inexorable.
               Al publicarse este bando
              dijo a los habitantes del Maestrazgo: «Al decidirme a dictar la disposición
              contenida en este bando, me he propuesto evitar la multiplicación de escenas
              sangrientas, que a nadie más que a mí son repugnantes. Vosotros sabéis que me
              he valido de todos los medios que puede sugerir la filantropía para conseguir la
              pacificación de vuestro país, y el que ahora me propongo, severo en la
              apariencia, es en realidad dulce y benéfico. La feliz rendición a discreción de
              la plata de Cartagena deja al gobierno de S. M. enteramente expedito para
              dedicarse exclusivamente al total exterminio de las gavillas de forajidos.
              Numerosos batallones estarán ya tal vez en marcha para el Maestrazgo, y los que
              quieran abandonara los bandidos; tiempo más que suficiente tienen en el término
              que se prefija al indulto. Perdonarlos cuando ya no les queda otro recurso más
              que entregarse en fuerza de las providencias que estoy resuelto a tomar, seria
              una debilidad que dista mucho de mi carácter, y que convendría muy poco en la
              marcha enérgica del gobierno, que tan decidido se halla a afianzar de una vez
              el orden y tranquilidad en esta nación, combatida hasta aquí por tautos sacudimientos.—Calig 1 de
              Abril de 1844.—Juan de Villalonga.»
               Al practicar Villalonga un
              reconocimiento en los barrancos de Vallibona y Marfulla, guarida de los carlistas, supo que éstos se
              corrían hacia Aragón para que se les incorporaran algunos jefes y oficiales
              procedentes de Francia, y dispuso marcharan las columnas móviles en su
              seguimiento, mientras él se dirigía a San Mateo a situar convenientemente 1.800
              hombres del regimiento de Gerona, con que se aumentaban las fuerzas del
              Maestrazgo, sometidas ya Alicante y Cartagena. El movimiento combinado de las
              columnas produjo el encuentro con los enemigos, batidos completamente,
              contándose entre sus once muertos el cabecilla Cotorro. Dio Villalonga nueva
              organización a sus fuerzas, que ascendían ya a 3.000 hombres; estrechó el
              círculo de las operaciones; declaró el 21 de Abril, desde San Mateo, bloqueada
              una gran parte del país, ocupando todos los pueblos con pequeños destacamentos;
              mandó cerrar todas las masías; prohibió todo tráfico de comestibles y apacentar
              los ganados en el radio de media legua de las poblaciones, y escoltados por los
              destacamentos respectivos, ordenando que nadie podía viajar a cualquier
              distancia sin el correspondiente pasaporte refrendado y visado por el
              comandante militar del puesto. Llevóse a cabo este
              bando con tanta exactitud y energía, que las partidas que hasta entonces se
              habían mantenido unidas, fraccionáronse en pequeños
              grupos para mejor esquivar la persecución, eludiéndola algunos días por el
              furioso temporal de aguas que sobrevino.
               Mejoraba visiblemente el
              espíritu público con el rigor empleado, y aprovechando Villalonga esta buena
              disposición de los ánimos y el prestigio que le habían granjeado su firmeza,
              integridad y rectitud, facultó a los comandantes militares para levantar
              somatenes, siempre que lo juzgasen conveniente, con sujeción a las
              instrucciones que les comunicó, debiéndose a esta disposición en 13 y 14 de
              Mayo la captura y muerte de los titulados general Serrador y brigadier La Coba,
              principales jefes carlistas y otros varios; llegando hasta el punto el
              entusiasmo de los paisanos, que perseguían a pedradas y aun a algunos mataron
              con ellas. Organizó en seguida Villalonga cuatro somatenes o batidas para los
              días desde el 11 al 22 del mismo mes, haciendo que en ellas tomaran parte todos
              los destacamentos y habitantes del Maestrazgo, de 16 a 50 años; y tan bien
              fueron dispuestas y tan perfectamente ejecutadas, que perecieron en ellas más
              de 100 carlistas, incluso gran número de jefes y oficiales, 14 de los cuales
              acababan de entrar de Francia.
               Y fue, en verdad,
              aterrador o imponente el aspecto que presentaban 40 pueblos moviéndose cuatro
              días en somatenes, formando todos sus hombres útiles, interpolados con tropas,
              recorriendo en bandas los términos respectivos, abandonados los trabajos,
              desiertos los campos, cerrados los pueblos, sin permitir a nadie la salida, y
              cada dos horas tocando las campanas a somatén.
               No se había obtenido, sin
              embargo, la captura de los temidos Marsal y el Groc con parte de su gente: dio el 24 una alocución a los
              habitantes del Maestrazgo, y dispuso Villalonga otras tres batidas para los
              días 29, 30 y 31, dirigiendo en persona las del término de Alcalá de Chisvert, donde se hallaba Marsal,
              que fue apresado el mismo día 29, y con otros compañeros suyos pasados por las
              armas.
               Altamente satisfecho
              Villalonga—podía estarlo—no sólo de sus providencias, sino de lo bien que
              habían sido secundadas por los pueblos, a los que supo imponerse o inspirar
              confianza, concedió el 1.° de Junio a los dispersos que quedaban, indulto de la
              pena de muerte, acogiéndose á él 78. No habiendo ya más carlistas armados en el
              Maestrazgo que el Groc, ejecutó Villalonga una marcha
              forzada al Forcall, donde tomó tales providencias, que el 17 halló muerto en el
              campo a aquel partidario que había burlado siempre la más activa persecución, y
              murió a manos de dos paisanos de su pueblo.
               La completa pacificación
              del país fue el resultado de tan breve campaña, más fácil de referir que de
              ejecutar, por los múltiples y variados obstáculos que tuvo que vencer. Los
              carlistas sufrieron durante el mando de Villalonga una pérdida de 300 muertos,
              inclusos todos los jefes; 29 indultados con destino a sus casas, y 78, que
              habiéndolo sido de la pena de muerte, fueron condenados a presidio con arreglo a
              sus antecedentes. Las pérdidas de los liberales fueron insignificantes, como se
              comprende perfectamente. Dirigió su voz de nuevo a los pueblos del Maestrazgo y
              a las tropas, y su jefe Villalonga fue recompensado con la gran cruz de Isabel
              la Católica. A su paso por Valencia, en todos los pueblos del tránsito le
              aclamaron como a su pacificador. También ellos tenían parte en la pacificación,
              porque sin el patriotismo a que se prestaron los somatenes, sin alegar nadie
              excepciones, no se hubiera exterminado a los carlistas. Las molestias del
              somatón se vieron altamente recompensadas con los beneficios de la paz y con
              las ventajas de la prosperidad del país.
               En cuanto a las
              acusaciones que sufrió el general Villalonga por su sistema, ya haremos
              oportunamente las debidas comparaciones.
               Pudo haberse reproducido
              la guerra civil para lo que no faltaban elementos, si los carlistas hubieran
              contado con dinero; pues don Carlos escribía de su puño y letra desde Bourges a don Pedro Labrador,—8 de Marzo de 1844;—que le
              acababa de enviar Cabrera un coronel para decirle que tenía proporción de
              apoderarse de la plaza de Tortosa, contando con seis batallones en sus
              alrededores, para lo que pensaba enviar persona de su confianza y otra a Aragón
              para efectuar el levantamiento a cuya cabeza se pondría: «que también le han
              venido a ver dos sujetos de por allí o de otro punto, no sé de dónde, a ver si
              yo consentía en el casamiento de mi sobrina con mi hijo, porque si consentía
              harían un levantamiento. Cabrera dice que él está pronto, pero que necesitaría
              dinero y que también sería necesario que se hiciese al mismo tiempo el
              levantamiento en las Provincias, en Cataluña y en Aragón. El comisionado de
              Cabrera me ha dicho con referencia a Arnau que cuando éste estuvo en París le
              ofreció La Rochejaquelin que le proporcionaría cuatro
              millones de francos. Brujo también está dispuesto, y ya me ha avisado
              Villafranca que lo sabía el Gobierno: probablemente sabrá todo Cabrera; otros
              varios también lo están y todo está en efervescencia. Aquí Alzáa me insta para que se haga algo, y sobre todo que se busquen fondos, porque la
              ocasión es la más oportuna y perentoria, porque si mi sobrina se casa sin ser
              con mi hijo, todos tomarán un partido y no se podrá hacer nada, y que habiendo
              ese movimiento era menester que se pusiese a la cabeza uno de nosotros». Habla
              de Ouvrad y de otros legitimistas franceses que
              proporcionarían fondos; no cree en ninguno de estos ofrecimientos, pareciéndole
              muy difícil y expuesto poder efectuar los proyectos anteriores, dudando además
              de su resultado, y añadía: «Yo, ahora y siempre que otros me han pedido
              autorizaciones para entrar y levantar mi pendón, se las he negado y dicho que
              tengan paciencia y que no se muevan; pero esto no basta, me instan, me apuran,
              siempre quedo mal, y así no sé qué hacer ni qué decir. Otra consideración más
              fundada tengo ahora para no decir que obren, y es, que, habiéndote escrito
              últimamente tan claro y con tanta franqueza, y habiéndote dicho, porque así lo
              pensaba, que no había que hablar del primer punto, que era este mismo, J sería
              una felonía decirte una cosa y obrar enteramente en sentido contrario».
               MUERTE
              DE LA INFANTA DOÑA LUISA CARLOTA
              LXXX
                   Un acontecimiento que, por las circunstancias
              de la persona, y las conversaciones a que dio motivo, no hubiera sido en otra
              ocasión tan importante, aunque nunca indiferente, vino a preocupar la atención
              pública: la muerte de la infanta doña Luisa Carlota. Empezó a sentirse
              indispuesta el 19 de Enero, y sin alterar su método de vida ordinario, aún fue
              el 22 al Pardo a una cacería, sin haber tomado alimento alguno; salió el 24 a
              caballo, sintiendo algunos vértigos, y no se quejó hasta que en la tarde del 25
              experimentó un frío intenso, y puesta en cura se alivió notablemente;
              aparecieron después pintas de sarampión y considerándose mejor S. A. se lavó y
              peinó. Siguió la erupción, volvió la calentura, se aumentaron los síntomas
              cerebrales y pectorales, la dificultad de respirar, la tos, etc.; se declaró un
              catarro pulmonar, desapareció el sarampión, se agravaron el 29 todos los
              síntomas, y se vio inevitable la muerte, que produjo aquel propio día una apoplejía
              cerebral fulminante. El mismo 29 comprendiendo la ilustre enferma la gravedad
              de su situación, suplicó a su confesor y a los médicos que se la declarasen,
              confirmándola más en ello la forma de sus evasivas; y desde entonces no quiso
              la acompañase nadie más que su confesor el Padre Fulgencio López, de las
              Escuelas pías. Recibió los Santos Sacramentos, ejecutó actos de amante ternura
              con su esposo o hijo, hallándose ausentes don Francisco y don Enrique, y de
              bondadosa humildad con sus criados, a los que en nombre de la moribunda pedía
              perdón el venerable arzobispo patriarca de las Indias, llevando en sus manos la
              hostia consagrada que iba a recibir S. A. Expuesto al público el cadáver, se
              trasladó al panteón de infantes del Escorial.
                   
               SE
              ORGANIZAN LOS MODERADOS .REGRESA A MADRID LA REÍNA CRISTINA.
                  LXXXI
                  La organización de los
              partidos es la primera necesidad de la política, y el que de parlamentario dióse el nombre, comenzó a organizarse para mostrarse
              unido, especialmente en las elecciones: ninguna situación más a pro pósito
              podía presentarse a los moderados: ocupaban el poder; habían derrotado a los
              progresistas y seguramente que, a tener más patriotismo que pasión política,
              esta organización no debía parecerse a ninguna otra, y teniendo sentada su
              base en la coalición de 1843. Pero los hombres de influencia entonces, o no
              querían o no podían abdicar de su intransigencia, y tenía que ser viciosa la
              organización.
               No podía establecerse
              tampoco sobre bases sólidas, principios fijos e ideas seguras, porque se
              habían coaligado muchos elementos heterogéneos para el triunfo, y cada uno
              procuraba obtener ventajas. así que, los que no habían abdicado de sus sentimientos
              liberales, ¿cómo habían de mirar con gusto que se alzara la prohibición de ejercer
              las facultades jurisdiccionales impuestas al tribunal de la Rota, de la
              Nunciatura de España, por la regencia provisional, en 20 de Diciembre de 1840?
                   Ya nos ocupamos en la Historia
              de la guerra civil, de las causas que originaron la determinación de la
              regencia provisional, y seguramente que había en el hecho más justicia que
              política; era hasta cuestión de dignidad nacional, y en este caso se
              sacrificaba todo por halagar pasiones y atraer prosélitos.
               Los que querían volver al
              año de 1840 pretendían borrar cuanto se había hecho en tres años, sin pararse á
              examinar lo que conservar conviniera: era preciso retroceder y que la reacción
              se significara, no creían halagar de otro modo a Cristina, considerada como
              victima expiatoria, ignorando que fue voluntariamente al destierro. Y debemos
              de cirio en obsequio de esta ilustre señora; era demasiado ilustrada para
              querer ninguna reacción que contradijera su antiguo liberalismo, sus muchos
              actos en contra de la reacción y de las ideas de otras épocas. Pero los
              partidos todos, en su servilismo, comprometen y desprestigian al ídolo que
              inciensan con impuros aromas.
                   González Bravo, el que
              tanto había ultrajado a Cristina, quiso ser el principal instrumento de su
              regreso, después de reconciliado con ella, de haber revocado el 6 de Enero el
              decreto de 26 de Octubre de 1841, suspendiendo el pago de su asignación, y la
              preparó un camino de flores para que olvidara con sus perfumes la fetidez de
              anteriores ultrajes. El sábado, 23 de Marzo, entró la reina Cristina en
              Madrid, después de haber recorrido parte de Cataluña y Valencia, desde cuya
              capital se dirigió a cortas jornadas a la corte.
                   La llegada de la madre de
              la reina, era deseada por casi todos los hombres de la situación: el gobierno
              contaba con asegurar su existencia, y los que aspiraban a sustituir a los
              ministros esperaban contar con el regio apoyo que todos procuraban lisonjear
              para atraerle.
                   Exponer aquí las armas que
              cada uno esgrimía, la lucha, que comenzó a ser latente entre los mismos
              moderados para alcanzar cada uno el triunfo de sus aspiraciones, sería tarea
              larga, enojosa y desagradable por lo vergonzoso de algunos actos: los hechos estaban
              próximos y ellos son elocuentes. Y no debemos ocultarlo; la verdad histórica lo
              exige; por algunos se usó en 1844 el mismo lenguaje para con doña María
              Cristina, que el que en 1814 usaron para con don Fernando VII a su vuelta de Valencey: cotéjense los manifiestos públicos de ambas
              épocas.
               Al regresar Cristina a
              España, lo hubiera hecho gustosa con don Fernando Muñoz, su esposo, a quien
              tanto amaba; no fue posible: le hizo alguna visita en Barcelona durante la
              estancia en ella de la corte, y al fin vino a poco a Madrid, donde autorizada
              ya por la reina su hija, para contraer matrimonio con persona desigual y
              realizar cumplidamente las prescripciones canónicas, después de la
              revalidación solemne, celebró el matrimonio in facie eclesiae,
              el patriarca de las Indias, señor Orbe. Hízose ya pública la unión de la reina
              doña María Cristina con el ya duque de Rianzares, y
              así lo participó el 15 de Diciembre a su muy querido tío el rey de los
              franceses. A la vez que le felicitaba por el casamiento del duque de Aumale, y le ofrecía su homenaje por las próximas fiestas
              de Noche Buena y Año Nuevo, le decía: «Si mi deber me conserva en este momento
              cerca de mis queridas hijas espero que, una vez cumplidos mis deseos, podré
              volar cerca de vos para renovarle en persona la expresión de mis
              sentimientos...» Y respecto a su matrimonio, añadía: «Mi querida tía ha mirado esta resolución tomada por mí
              con toda la material bondad que la caracteriza, llenándome de satisfacción, y
              no dudo que mi determinación será bien acogida por vos, porque conozco mucho
              tiempo hace vuestras bondades conmigo».
               FRANCIA E INGLATERRA
              LXXXII
                  Indicar debemos, como de
              paso, que, alarmados algunos políticos de Francia e Inglaterra por la
              situación de España, interpelaron en las Cámaras, y dio esto lugar a que Mr.
              Guizot dijera que Francia e Inglaterra habían observado en España, hasta hacía
              poco, una política errada, «siendo aquel generoso país víctima de rivalidades y
              querellas simuladas de las dos grandes potencias; política estéril para las
              dos y perjudicial en sumo grado a una nación respetable y desgraciada. Inglaterra
              era revolucionaria, anárquica, atea en España para formar un completo
              contraste con la política de Francia; Inglaterra promovía revoluciones y alentaba
              a los partidos disolventes, porque de este modo creía combatir seguramente las
              miras y destruir los intereses de Francia. Pero Inglaterra, ilustrada por los
              últimos sucesos de la Península, se ha convencido de que su política era pueril
              por una parte, y desastrosa por otra, para una nación digna de mejor suerte,
              y cuyos instintos de natural altivez e independencia se irritaban y ensoberbecían.
              Por lo tanto, el gabinete de San James y el de las Tullerías se han puesto de
              acuerdo acerca de su conducta en España, conviniendo en que esta nación no
              fuese el campo de batalla de su diplomacia».
                   Algo de verdad hay en
              estas apreciaciones del ministro francés que olvidaba que también Francia
              apoyó y alentó pronunciamientos y revoluciones: dígalo, entre otros, monsieur Lesseps respecto a los sucesos que ya conocemos de
              Barcelona y han podido decirlo no pocos, que obedeciendo instrucciones del
              gabinete francés, tomaron en nuestras intestinas disensiones más parte de la
              que debían.
               El conde de Aberdeen hizo
              en el Parlamento inglés declaraciones en armonía con las del ministro.
              francés. Mas todo esto era valor entendido: con tales declaraciones se
              ocultaban otros propósitos, y muy especialmente el del matrimonio de la reina,
              que más que a España ocupaba a aquellos dos poderosos gabinetes.
                   CAIDA DEL MINISTERIO
              GONZÁLEZ BRAVO
              LXXXIII
                  Desde la llegada de la
              reina madre comenzaron los trabajos contra el ministerio por sus mismos
              amigos. Estos consideraban cumplida la misión del gabinete González Bravo, y la
              conveniencia pública aconsejaba su reemplazo. Sus partidarios, en cambio,
              miraban como un acontecimiento grave la caída de un ministerio que decían
              acababa de atravesar con gloria y fortuna un período dificilísimo, echando los
              cimientos de orden; que había empezado a plantear reformas que era preciso
              acabar, y empeñádose en importantes operaciones de
              crédito que debía llevar a cabo. De aquí el que juzgaran peligrosa y de malas
              consecuencias una crisis en aquellos momentos.
               Alguna razón tenían; pero
              eran evidentes los síntomas de descomposición del partido triunfante, en cuyas
              miras y tendencias discrepaban. El temor por los sucesos de Alicante y
              Cartagena unió todas las voluntades; pasado este peligro se despertaron las
              ambiciones en unos, el deseo de mejor gobierno en otros, y el de satisfacer
              retrógradas aspiraciones en no pocos.
                   Los defensores del sistema
              constitucional acusaban al gobierno de haber desaprovechado la gran ocasión
              que al vencer a la revolución se le presentaba de organizar el país;
              consideraban esta organización ya imposible por medio de decretos, y pedían
              con urgencia volver a las formas representativas, que estaban olvidadas, si no
              desdeñadas. Los moderados que se pusieron frente al ministerio, le acusaban de
              haber cumplido a medias con los deberes que le impuso una insurrección
              naciente, y no haber cumplido un ápice con los que le imponía una insurrección
              vencida; que si el gobierno obró con decisión en el campo de la fuerza cuando
              ésta le amagaba, huía del terreno de la legalidad cuando no había otro posible
              para gobernar en un país tranquilo y esperanzado. Y tenían razón. El gobierno
              acudía con actividad a donde le llamaba su propia conservación, y era perezoso
              y tardo el llamamiento del orden de la administración. ¿Qué uso hizo el
              gobierno de la omnipotente fuerza que le dio la victoria y la sumisión del país?
              ¿En qué se habían ocupado seis ministros en tanto tiempo, estando sin levantar
              el edificio de la organización administrativa? Solo habían confeccionado el
              decreto sobre la libertad de imprenta.
                   Estos cargos no tenían
              contestación: el ministerio se veía fuertemente combatido, y el periódico que
              más le defendió, El Heraldo, le volvió la espalda al ver que su sistema
              era continuar el estado excepcional, seguir gobernando sin Cortes y dar las
              leyes orgánicas por medio de decretos; y si esto decía respecto al gobierno en
              general, al ministro de Marina en particular le atacó de una manera tan fuerte
              y hasta personal con motivo de las elecciones de la diputación provincial de
              Cuenca y de otras causas, que abogó por otro ministerio más compacto, uniforme
              y vigoroso, pidiendo algunos moderados más moralidad política.
               Ante tan rudas acometidas
              no podía menos de quebrantarse el gabinete; se crearon nuevos conflictos al
              ministro de Marina, que se hizo ya imposible, así como la continuación de
              aquel ministerio, que trató de apoyarse en personas que se habían mostrado
              neutrales o frías; hubo conferencias, mediaron tratos y se acordó la
              modificación, saliendo dos ministros, los de Marina y Gobernación, y
              reemplazándose a algunos altos funcionarios. De la manera de llevar esto a cabo
              se trató en el consejo de ministros celebrado en el ministerio de Hacienda la
              noche del 27 de Abril; se celebró después otro consejo con Narváez, y al cabo
              de muchas horas de discusión y aun de altercado, no hubo acuerdo; se decidió
              por último que el gabinete no sufriese alteración, para que así sucumbiese
              todo, y se extendió un programa que presentaron a Cristina al día siguiente
              para que decidiese la crisis.
                   Decidida ya la persona que
              había de sustituir a González Bravo, se encargó a Narváez la formación del
              nuevo gabinete, no sin preceder antes y al mismo tiempo esas conferencias y
              trabajos, en los que toman parte todos los partidos y fracciones para aprovechar
              lo que las circunstancias pudieran tener de favorable para cada uno, y poner
              en juego influencias más o menos lícitas. Pero no era hombre Narváez que se
              descuidaba; fue llamado en la tarde del 2 de Mayo a palacio, encargósele la formación del gabinete contando con los
              señores Mon y Mayans, lo
              que hizo a Narváez excusarse; tuvo que ceder a los mandatos de la reina, y al
              día siguiente firmó los decretos nombrando presidente con la cartera de Guerra
              al general Narváez, y a los señores marqués de Viluma, Mon, Mayans, Pidal y
              general Armero, ministros de Estado, Hacienda, Gracia y Justicia, Gobernación
              y Marina.
               LÓGICA POLÍTICA
              LXXXIV
                  Lo mismo en las reacciones
              que en las situaciones revolucionarias, no está bien a los prohombres o jefes
              de los partidos ejercer en los primeros momentos la dictadura que gasta y
              aniquila; es obra propia del que tiene que conquistar fama y carece de grandes
              antecedentes que perder; y muy sagaz y acertado estuvo el partido moderado al
              escoger o aceptar los servicios de González Bravo, haciéndole el instrumento
              para destruir lo que existía y a sus mismos correligionarios del día anterior.
              Cumplió el cometido que recibiera, y fue hipocresía política combatirle
              después por no gobernar legalmente, pues á eso fue al poder: dijérase que habiendo limpiado el camino de lo que
              estorbaba, no era necesario para que por él se anduviese, y hubiera más lógica;
              pero ésta, que abunda en los sucesos políticos, falta comúnmente en los
              partidos.
               El partido moderado, tenía
              necesidad de demostrar que lo era de gobierno; a ello le empujaban muchos de
              sus amigos, y de él se desviaban los más puritanos: ya en Abril iba siendo
              demasiado comprometida su situación, y para salvarse se decidió a producir la
              crisis.
                   Como el moderado no había
              sido el único partido de la coalición, descartada la parte del progresista que
              cayó con Olózaga, quedaba el absolutista, que tanta y tan poderosa ayuda le
              prestara, y era natural que aspirase a tener su parte en el poder. Los moderados,
              que no podían dejar de ser liberales, comprendieron entonces las consecuencias
              de ciertas coaliciones, y solo haciendo ofertas y suspendiendo la venta de los
              bienes del clero, pudieron combatir con los que podía y debía considerar como
              verdaderos enemigos, y no sin trabajo venció en la crisis planteada en
              Barcelona.
                   DECLARACIONES PROGRESISTAS
              LXXXV
                  Consecuente el ministerio
              González Bravo en organizar el país por medio de decretos, no lo fue en la
              practicaren vano se detuvo esperando esta organización, y solo a los cuatro
              meses de existencia, cogió el proyecto de ley de imprenta en que trabajó una
              comisión en 1838, que fue presentado al Congreso en 1839, y revisado
              posteriormente por una junta de diputados y senadores, se reprodujo en el
              Senado con notables modificaciones, discutido y aprobado, sirvió de base para
              hacer en él las alteraciones con que se publicó. Se modificó la penalidad,
              especialmente la corporal, aumentándose la penitenciaria, y se dio categoría á
              los editores responsables, no libertando de responsabilidad al escritor.
                   Enmudecida la tribuna, no
              quedaba libre la prensa, a la que solo podía acudir el capital, por
              necesitarse para publicar un periódico, un depósito de 120.000 reales.
              en Madrid, y de 80 y 45.000 en las demás poblaciones, según su importancia.
               Grandes trabas se ponían a
              los periódicos, si bien se conservaba la institución del jurado, lo cual era
              una garantía parala prensa, cualquiera que fuera la forma de aquel. Periódicos
              moderados le combatieron, sin embargo.
                   A los pocos días, el 25,
              reapareció El Eco del Comercio, diciendo «que venía sin odio, sin
              rencor, y hasta sin la violencia de las pasiones que temerariamente se provocaban»,
              y manifestó que jamás se había visto tan perseguida y calumniada la gran
              familia liberal-progresista de la nación española, ni puesta bajo un yugo tan
              estrecho y afrentoso, ni apresurádose un sin número
              de hombres, sin verdadera patria y sin hogar, a degradarse cínicamente a sí
              mismos para ejercer el funesto privilegio de sujetar con las amarras de la
              esclavitud, en no sabemos qué número de cárceles y pueblos, la ciencia
              reconocida, el patriotismo sin mancilla, la virtud sin nieblas... la
              Constitución de 1837 suspendida y muerta. Pedían al poder que les dejase
              escribir y discutir, trabar relaciones lícitas y correspondencia con sus
              amigos; que no querían engañar al poder, sino vencerle; que querían libertad y
              no licencia; constitución y no arbitrariedad; leyes y no decretos en vez de leyes;
              igualdad y no privilegios; libertad, no monopolios ni opresión; fraternidad y
              no discordias; costumbres y no escándalos. «La esterilidad de los partidos,
              decía dirigiéndose a sus amigos, nacerá siempre de sustentar en el parlamento
              y en la prensa unas doctrinas para realizar otras en el mando. Las creencias no
              se sostienen, sino cuando sus ideas se practican, y es ya necesario mandar
              como se habla».
               Combatía en el segundo
              número la manera cómo el gobierno organizaba el país prescindiendo de las Cortes,
              pedía amnistía y que se levantara el estado excepcional, declarado mientras
              durasen las rebeliones de Alicante y Cartagena.
                   Aquel órgano autorizado de
              los progresistas, entendía por hombres de la situación a los unidos para que se
              prolongara el régimen precario que sobre la situación pesaba, descartando de
              esa porción a un número considerable de moderados que, adictos a la legalidad,
              miraban con repugnancia una marcha que solo producía desmoralización y descontento.
              Esta sencilla y exacta declaración, le valió infames calumnias de sus
              apasionados correligionarios, que nada concedían a sus enemigos políticos, que
              hasta veían con indiferencia, si no con pereza, que se dijera: «Somos
              progresistas, y como progresistas tolerantes y creyentes. Por eso, sin dudar de
              la buena fe de nuestros adversarios, la tenemos inmensa y profunda en el
              porvenir de nuestras convicciones».
                   Al partido progresista
              estaba agrupada entonces esa masa del pueblo que erróneamente creyó ser
              después más progresista, llamándose democrática, para acabar por ser
              republicana.
                   ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO
              Y QUINTA DE 50.000 HOMBRES
              LXXXVI
                  Constituían el programa
              del nuevo gabinete la reforma de la Constitución de 1837, el arreglo de la
              Hacienda y el restablecimiento de las relaciones con la corte de Roma. Para
              todo esto se necesitaba restablecer o consolidar el orden, la primera atención
              del gobierno y el mayor cuidado del ministro de la Guerra, que formó desde
              luego brigadas de operaciones que, en constante movilidad, acudieran
              prontamente donde el servicio público lo reclamase, acostumbrando á la vez al
              soldado a la fatiga y al espíritu de la vida militar.
                   La situación del ejército
              no era en verdad muy lisonjera. El mismo Córdova ha manifestado que al
              encargarse del gobierno militar de Madrid, halló en su mayor parte corrompida
              la clase de sargentos por los ofrecimientos y halagos de los progresistas; muchos
              oficiales subalternos en igual caso; uniéndose a tales elementos de
              perturbación los individuos que habían pertenecido a cuerpos francos,
              movilizados, etc. Sujetados sus oficiales a clasificación y examen, dieron por
              resultado su licenciamiento o la necesidad de otorgarles empleos inferiores: se
              crearon depósitos, que fueron focos permanentes de conspiración, lo que dio
              origen a nuevas separaciones, saliendo de las filas de infantería en poco
              tiempo 1.200 oficiales, sumidos en la miseria.
                   Horrible fue la situación
              de multitud de oficiales, para quienes ni los mayores sacrificios, ni el haber
              adquirido un empleo á costa de su sangre, eran firme garantía de su posesión.
              Se trató de poner remedio a males de todos lamentados; mas no bastaban los
              mejores deseos, ni ayudaban las circunstancias.
                   Dióse nueva organización a las
              secretarías de las capitanías generales, se organizó la infantería en
              batallones sueltos, disolviendo la organización por regimientos, fundándose en
              que los coroneles no podían inspeccionar tan debidamente un regimiento como un
              batallón, dándose nombre a cada uno de los 94 batallones que constituían la
              infantería; se resolvió, de conformidad con el Tribunal de Guerra y Marina, que
              todos los individuos de tropa que se hallasen en los depósitos de prisioneros
              por haber tomado parte en las sublevaciones habidas, volvieran á ingresar en
              sus cuerpos o en otros a que fuesen destinados, con dos años de recargo; y
              como el último acto de los pocos que señalaron ostensiblemente su paso por el
              ministerio de la Guerra, decretó una quinta de 50.000 hombres para el
              reemplazo correspondiente a este año. Mucho, en efecto, había disminuido el
              ejército; se había ofrecido la licencia al reemplazo de 1839, llevábase algunos la organización de la guardia civil, y
              que hubiese ejército era una necesidad.
               Este último acto del
              ministro de la Guerra, y aun del gobierno, era una infracción de la
              Constitución, que confería en su art. 76 a las Cortes fijar, a propuesta del
              rey, la fuerza militar. De esta necesitaba el gobierno para prever y aun evitar
              ciertas eventualidades; mas también había menester de legalidad, pues para
              plantearla y seguirla en todo subió al poder.
                   El general don Manuel de
              la Concha dispuso, por circular de 17 de Enero de este año establecer pequeñas
              bibliotecas en los regimientos; y por falta de fondos, quedó sin efecto lo
              mandado, según se dijo, por real decreto de 24 de Setiembre.
                   POLICÍA.—GUARDIA CIVIL
              LXXXVII
                  Mal comprendida y peor
              ejercida en España la policía, servicio de protección y seguridad pública,
              que debe ser la más firme garantía de la sociedad, suprimida unas veces y
              restablecida otras, y de la que nos ocupamos extensamente en otra obra, se
              puso en 26 de Enero a cargo del ministerio de la Gobernación, para dar los
              terribles y vergonzosos frutos que dio después, exceptuando el que sirviera
              de base para la creación de la guardia civil. De 1 de Diciembre a fin de Enero
              se habían capturado 171 delincuentes, y a dedicarse solo la policía a prestar
              servicios de esta naturaleza, gran bien habría prestado al país esa salvadora
              institución.
                   Conocióse que la delincuencia está
              basada en mucho en la ignorancia, y aunque tanto había que hacer en el
              importante ramo de la instrucción pública, para cuyo mejoramiento y el de la
              condición del pueblo, regía provisionalmente la viciosa ley orgánica de 1838 y
              no pocos reglamentos para llevar a efecto lo que la ley disponía, sin que se
              aumentasen las escuelas ni mejorase la suerte de los maestros, continuando
              impune el abandono de los municipios, que desconociendo las ventajas de la
              educación, estimaban en más el interés, apoyándose él gobierno en la restablecida
              ley de Ayuntamientos de 1840, dio el 4 de Marzo algunas disposiciones que, a cumplirse
              bien, en algo mejoraran la instrucción popular, pues mucho podían hacer las
              comisiones superiores de instrucción primaria y los jefes políticos como
              presidentes de ellas.
                   Ordenóse por el mismo ministerio
              de la Gobernación al director general de caminos la presentación de un plan
              general de telégrafos oculares; se atendió algo a los montes, esa gran
              riqueza para el Estado perdida y por muchos explotada, y se creó la guardia
              civil, que fue el mejor acto de aquel gobierno, aunque debido principalmente a
              quien a él no pertenecía, al general Narváez.
                   La vigilancia de los
              caminos, la persecución da los malhechores, la defensa de la propiedad y la
              salvaguardia de las personas honradas, fue siempre una necesidad en España
              desde la expulsión de los moros.
                   Los reyes Enrique II y
              III, y Juan I y II hicieron inútiles esfuerzos para organizar tales defensas, y
              sólo los Reyes Católicos en 1475 pudieron formar la compañía de ballesteros de
              la Santa Hermandad, que prestaron importantes servicios; aunque la turbulencia
              de los tiempos hizo que aquella gente se separase del objeto para que había
              sido organizada: no pocos de sus individuos fueron tan criminales como los que
              tenían el deber de perseguir, y tuvo aquella fuerza que ser disuelta y abolida.
              Fernando VII creó los celadores reales, que duraron cuatro años; en 1833 se
              trató de la creación de salvaguardias, y no se supieron vencer los obstáculos;
              y Narváez, con Vistahermosa y el duque de Ahumada, concibieron y maduraron el
              plan al que se dio forma y vida en los reales decretos de 28 de Marzo y 12 de
              Abril de 1844.
                   Tal actividad se empleó en
              Gobernación y en Guerra; también se superaron todos los obstáculos; con tal
              acierto se puso en movimiento a corporaciones y particulares sin atender al
              color político, que todo se venció, y la guardia civil quedó organizada, a
              pesar de los muchos obstáculos que se presentaron vencidos por la energía y la
              actividad de Narváez, que tuvo que luchar hasta con el espíritu de partido, que
              se intentó sublevar contra un cuerpo presentado al principio como
              inquisitorial, como policía armada. Mirada por algún tiempo con desconfianza
              por unos y con prevención por otros, acabó por ser respetada y querida de
              todos. Reconocióse bien pronto el benéfico influjo
              de tal institución, cuyos individuos callaban ante sus detractores, se
              defendían cumpliendo con su deber, y sus servicios hicieron su apología. En
              breve no tenía la guardia civil más enemigos que los criminales.
               Se reglamentó el 8 de
              Enero la clase de subalternos de la administración civil, creada y organizada
              por decreto del 1°; mas no eran reglamentos lo que hacia falta para la
              provisión de los destinos.
                   Los gobiernos se
              lamentaban de las turbulencias por ellos producidas, y el país se quejaba a
              la vez de que ninguno de aquellos veía una administración moral y vigorosa, y
              ni aun siquiera legal, pues cuando más que crear algunas leyes debían saber
              cumplir las que existían en muy determinados casos.
                   
 GRACIA Y JUSTICIA. —
              TRIBUNALES. — PRELADOS DESTERRADOS. TRIBUNAL
              DE LA ROTA.     ESCRIBANOS.
              lxxxviii
              En el ministerio de Gracia
              y Justicia se continuó la fatal tradición de hacer de los sacerdotes de la
              diosa Temis instrumentos de la policía, y sin tener en cuenta los más altos
              merecimientos y la más elevada instrucción, jueces y magistrados dignísimos y
              beneméritos, fueron sustituidos sólo por haber debido su colocación o su
              ascenso a un gobierno progresista, por otros de procedencia moderada. Para la
              administración de justicia no había llegado aún el tiempo de la inamovilidad,
              por la que todos clamaban sin embargo.
                   Por decreto del 5 (Enero),
              adicional al reglamento del tribunal supremo de justicia y a las ordenanzas de
              las audiencias, se estableció en aquel tribunal y en cada uno de los
              superiores de la Península e islas adyacentes, una junta gubernativa de los
              tribunales, compuesta del presidente o regente, presidentes de sala y
              fiscales; correspondiéndola la resolución de todos los negocios hasta entonces
              de la atribución de la audiencia plena, descartándolas, y a los acuerdos de una
              infinidad de asuntos; se marcaron las atribuciones consultivas, informativas,
              de vigilancia y de inspección, pudiendo separar y suspender a subalternos y
              jueces inferiores y promotores, informar en todo lo relativo a estados
              generales y particulares de causas y pleitos, etc.; velar sobre prácticas de
              tribunales, visita de subalternos, comportamiento de magistrados, jueces,
              etc., e inspeccionar todo lo relativo a su cometido.
                   Centralizando así la
              acción administrativa, se ponía en comunicación directa con el gobierno, que podía
              impulsar la administración de justicia, remediar sus faltas y hacer que fuera
              cabal y cumplida. Se declaraban fijas las salas en las audiencias, permitiendo
              así tener presentes los antecedentes en los negocios judiciales. Era
              conveniente señalar el puesto del fiscal, y muy justo que en las cartas
              ejecutorias no se insertase más que lo estrictamente necesario, desapareciendo
              el fárrago que las hacia voluminosas y caras, habiéndose cuidado siempre de conservar
              inútiles rutinas e inoportunas tradiciones.
                   Se autorizó a los prelados
              desterrados para que volvieran a su diócesis, y se derogaron las circulares de
              20 de Noviembre de 1835, 14 de Diciembre de 41 y 5 de Febrero de 42, para que
              en adelante no hubiese necesidad de los atestados de conducta política expedidos
              por la autoridad civil para que la eclesiástica concediese a los clérigos
              idóneos y de buena vida y costumbres las competentes licencias que los
              autorizasen para ejercer el ministerio pastoral con arreglo a los cánones de
              la Iglesia y a las leyes del Estado. Y a la vez que esto se hacía en beneficio
              del clero, se mandó a los diocesanos, por encargo de S. M., con reiterado
              empeño, que observaran e hicieran observar al clero las obligaciones
              ordinarias y naturales que le imponía su sagrado ministerio, manteniendo el
              orden, proclamando la paz, predicando y sustentando con su autoridad, con su
              ejemplo y con su palabra, la sumisión y obediencia a las potestades
              legítimas, la lealtad y el amor al trono, y el culto político que se tributa
              al rey así en los actos profanos como religiosos, en todo género de monarquía.
                   El gobierno necesitaba del
              clero y le lisonjeaba; abría de nuevo el tribunal apostólico de la Rota,
              creaba nuevos seminarios conciliares, y no perdonaba medio para el arreglo de
              las diferencias con la Santa Sede, con quien una buena y conveniente inteligencia
              es siempre una necesidad en todo país católico.
                   La legislación relativa a
              los escribanos y notarios exigía una profunda y radical reforma que
              estableciera la imprescindible mejora que el servicio público reclamaba en
              estos brazos auxiliares de la administración de justicia; y aunque no era a la
              sazón el momento oportuno de emprenderlas, porque á tan importante reforma
              debía preceder la publicación de los Códigos, y con especialidad el de
              procedimientos y la nueva planta de los tribunales, urgía adoptar por lo menos
              algunas necesarias alteraciones que al paso que produjeran debido beneficio
              público, prepararan el camino al definitivo arreglo. Necesario el exigir
              cualidades de evidente suficiencia a los que aspirasen a ejercer el cargo de
              escribanos y notarios, se estableció en todas las capitales donde residen
              audiencias territoriales una cátedra para la enseñanza de los que se dedicasen a
              aquella carrera, donde se enseñase el Derecho civil español que se relaciona
              con el oficio de escribano y la práctica forense o restauración civil y criminal
              y otorgamiento de documentos públicos. Así de un oficio que enaltecían los hombres
              de gran moralidad y desinterés, y que desprestigiaban algunos poco aprensivos,
              faltando al decoro y buena fé debida, empezó a
              hacerse una carrera digna, para la que se necesitan no pocos conocimientos y
              siempre una probidad que se pone en evidencia constante.
               ESTADO
                  LXXXIX
                  En el ministerio de Estado
              había que emplear actividad e inteligencia, especialmente en los negocios
              extranjeros: se obtuvo el restablecimiento de las relaciones de España con el
              reino de las Dos Sicilia, interrumpidas desde 1833, por ser su soberano más
              afecto a don Carlos que a Isabel II, y se puso en fuerza y vigor el convenio de
              15 de Agosto de 1817.
                   La carrera diplomática
              estaba abandonada casi desde principio del siglo, y desorganizada por órdenes
              contradictorias, hijas las más veces de las circunstancias, contra las que se
              estrellaban los mejores deseos. Habían estrechado nuestras desgracias el
              circulo de las relaciones extranjeras de España; estaban mal atendidos y peor
              remunerados nuestros representantes, no bastando lo que cobraban a sostener la
              dignidad que el cargo exigía, y renovada la buena inteligencia con algunas Cortes
              que no habían reconocido antes a la reina, se decretaron el 4 de Marzo algunas
              reglas que pudieran servir en lo sucesivo para organizar de un modo estable la
              importante carrera diplomática, algo necesitada de personal apto.
                   Reducidos los fondos de la
              Asamblea de las órdenes de Carlos III e Isabel la Católica por la excesiva
              dispensación de gastos con que se concedían las cruces, se resolvió que en lo
              sucesivo todos los agraciados con la circunstancia de relevación de pago satisfacieran los derechos que se imponían.
               MARINA.   MONTES DE
              LIÉBANA.  DEPLORABLE ESTADO DE LA
              ARMADA—REFORMAS —NEGOCIOS SUCIOS
              XC
                  El estado de la marina de
              guerra era lamentable por el abandono en que se la tenía; comenzó a
              atendérsela, empezó a dar algunas señales de vida, y correspondiendo a este
              ministerio los ricos montes de Liébana, fijaron éstos la atención de los especuladores:
              aunque se consideraron inaceptables sus proposiciones pretendiendo con su
              explotación mejorar nuestra marina, ni se acogió lo que de buena pudiera tener
              alguna propuesta, ni se atendió por el gobierno a aquellas inapreciadas selvas que están de cuatro a nueve leguas de la costa; se dejaban con criminal
              indiferencia perecer centenares de miles de grandes árboles, agobiados por la
              edad, al mismo tiempo que acababan de llegar al Ferrol maderas traídas de
              Puerto Rico, encargadas por el anterior ministro señor Capaz, habiendo tenido
              que buscarse las piezas en parajes casi inaccesibles, siendo preciso abrir
              caminos, lo que costó trabajos muy penosos y gastos extraordinarios,
              venciéndose muchos obstáculos.
               El opulento don Antonio
              Gutiérrez Solana, que tan grandes sumas invirtió en el camino de Ramales a la
              Cabada, propuso la construcción del tan necesario áalos montes de Liébana, según el plano y presupuesto formados oficialmente en 1838
              y aprobados en 1840, y ni Capaz, ni Portillo, contestaron siquiera al
              proponente.
               En el deplorable estado en
              que se hallaba la armada española había que hacer algo. La insuficiente marina,
              estaba guarnecida por una infantería sufrida y disciplinada; pero desnuda, mal
              pagada y no bien organizada. Dirigía la construcción naval un cuerpo de
              prácticos, que en vez de beber en las elevadas fuentes de la ciencia,
              aprendían, en lo general, tan difícil arte, por la rutina y la tradición
              declinando la perfección a medida que el tiempo los alejaba do aquellos
              luminosos principios que en España dejó asentados el cuerpo de ingenieros hidráulicos,
              que existió a principios de este siglo para honra y prez de su nombre y de la
              armada española. Formaban el cuerpo de oficiales de artillería sujetos muy
              dignos, aunque salvas muy raras excepciones, decía el mismo ministro, no
              reunían toda la suma de conocimientos que tan importante materia exigía, y que
              no se escaseaba a los artilleros de tierra, y que tanto habían menester los
              de mar. La juventud que acudía a poblar los buques de guerra; la administración
              y hacienda de estos; el aparejo, las piezas de artillería y las máquinas y
              demás que necesitaban nuestros bajeles, todo se hallaba en completo abandono o
              en lamentable atraso; y los bosques, ricos en madera, de tal bondad, que con
              razón era envidiada de los extraños pueblos, se hallaban abandonados o a merced
              de codiciosos especuladores; y por último la marina mercante, plantel fecundo
              e imprescindible, arsenal único donde la de guerra extrae determinados y
              poderosos elementos, carecía de la debida protección; gimiendo los gremios de
              pescadores, escuela de buenos marineros, aprisionados con trabas que los
              empobrecían, en vez de ser alentados con mercedes y beneficios.
                   Tal era el doloroso cuadro
              que la monarquía presentaba con relación a su poder sobre los mares que rodean
              las dos terceras partes de la Península, y teniendo que cuidar de las islas
              adyacentes y de nuestras remotas y ricas posesiones de América y Filipinas y
              las atendibles de África. ¿A qué comparar aquí lo que había sido nuestra
              marina en los tiempos de Patino, Ensenada y Valdés? Había que poner los
              cimientos de nuestra regeneración marítima, y se empezó por establecer un
              colegio general naval; por dar propiedad o intervención sobre los bosques a la
              marina; fomentar la pesca, como plantel de marineros y medio industrial de producción;
              por aumentar el número de los buques de guerra con destino a una importante
              colonia; proporcionarse medios de comunicación entre estas y la metrópoli, y
              abrir a nuestros jóvenes marinos una escuela práctica de que carecían;
              visitando con frecuencia los mares de la India, y el 22 de Enero se decretó la
              creación del colegio naval militar, y se autorizó al ministro para la
              construcción de seis vapores de guerra con destino a Filipinas, cuya
              importancia había crecido desde que China abrió sus puertos a todas las
              naciones de Europa, y entró en relaciones mercantiles con los pueblos
              civilizados. Se tomaron otras determinaciones, aunque no todas las que se necesitaban:
              se hacía algo ya, y de todas maneras cabe no poca gloria al señor Portillo de
              haber dado los primeros pasos en el glorioso camino que otros habían de
              seguir.
                   Sirvió esto de estímulo,
              quizá, para que algunas distinguidas personas propusieran la formación de una
              sociedad con el título de marítima y colonial, de la que se prometían los
              mismos brillantes resultados que producía en otras naciones, promoviendo empresas
              marítimas, extendiendo los conocimientos navales, y haciendo que la navegación
              fuese un manantial de riqueza y prosperidad; y S. M. accedió a lo que se solicitaba,
              y hasta recomendaba la urgencia de su establecimiento; pero no tenemos noticia
              de los resultados que obtuviera.
                   No desatendía en tanto el
              ministro de Marina, el fomento de la pesca, grande elemento de riqueza
              pública, y restableció las almadrabas de buche de Zahara, Conil y punta de la
              Isla al ser y estado que tenían antes de la promulgación de la ley de 14 de
              Junio de 1837.
                   El ingeniosísimo método de
              almadraba de buche, fué introducido, ó más bien renovado en España hace más de cuatro siglos,
              por los italianos y venecianos, siendo entre nosotros de tal antigüedad, que
              ya los romanos explotaron esta riqueza durante su dominación en la Bética.
               No hay duda que se hizo
              algo en la marina, y procuró distinguirse el ministro del ramo; mas si para
              sus subordinados pudo dejar gratos recuerdos de su administración, en el país
              los dejó fatales. El contrato aprobando la proposición de don José de Bouchental, ofreciendo una anticipación de fondos para la
              compra de varios vapores de guerra, entregando dicho señor en la pagaduría de
              Marina por cuenta del Tesoro público 10 millones de reales en efectivo metálico,
              otros 10 en cupones de la deuda exterior del 4 por 100, no llamados a capitalizar,
              y que la obligación para la entrega de estos cupones debería firmarse por D. J.
              P. Saimglan Bagneres; que
              en reintegro de los 20 millones se darían a Bouchental 4 millones en libranzas pagaderas con los productos de las aduanas de los
              puntos que se conviniera con el prestamista, de uno a diez meses por partes
              iguales; cuyos giros deberían admitirse en pago de derechos de las mismas
              aduanas si no fuesen efectivos los plazos y treinta días después; los 6
              millones de reales de las delegaciones sobre azogues, dadas en garantía del
              contrato del mismo Bouchental de 18 de Diciembre
              último, depositadas en poder de Bagneres, y 10
              millones en pagarés de la Dirección del Tesoro realizables con los productos
              del tercer plazo de la anticipación por el arriendo de tabacos, en junto 20
              millones de reales, fue un negocio funesto. Se señalaban intereses a la falta
              de pago, y se consideraban como metálico tales efectos en cualquier empréstito.
               Aun no bastó esto, y el
              señor Portillo mandó de real orden que, debiendo entregar don José Bouchental 10 millones de reales en metálico, había
              resuelto S. M. se le admitieran en pagarés en la forma siguiente: 4 millones a
              4 meses, otros 4 a ocho, y los 2 restantes a diez meses, dándole la carta de
              pago como si la entrega se verificase en efectivo. A consecuencia de esta
              orden, se expidió la correspondiente carta de pago de los 10 millones.
               Estos hechos, que no
              pasaron desapercibidos, sublevaron con justicia la opinión pública, y hasta
              los periódicos que habían sido ministeriales dirigieron tremendas censuras. El
              mismo Castellano, uno de los órganos más autorizados de aquella situación, no
              pudo menos de decir que el ex ministro de Marina, en otro país, ni gozaría de
              libertad ni acertaría a sustraerse de la acción de la justicia. Denuncióse otro hecho de un millón de reales, que debió
              haber pagado un comerciante de esta corte, y a su vencimiento se encontró
              cobrado, de orden del ministro, por un D. N. Orbeta,
              encargado de los aprestos para la expedición a Fernando Po, también por orden
              del señor Portillo.
               Periódicos moderados y
              ministeriales hacían cargos al gobierno porque no se hubiera dado el menor
              paso para exigir la responsabilidad al exministro, y exclamaba El Castellano:
              «Este abandono con que se miran los asuntos más importantes, esta dejadez del
              gobierno, esta desmoralización en las clases más elevadas lo mismo que en las
              más humildes, esta falta de justicia nos arranca hasta el último resto de
              esperanza. Y tanto más nos disgusta una indiferencia tan chocante en asunto de
              tamaña gravedad, cuanto que la mancha que haya podido arrojar sobre si el
              señor Portillo, pretenden los enemigos de la situación hacerla extensiva a un
              partido entero, olvidándose hasta la procedencia del exministro, y de que poco
              tiempo antes militaba en sus filas».
                   Otros hechos se
              denunciaron; sólo contestó a uno respecto a jugadas de Bolsa, diciendo que
              pagó las diferencias, y marchó al extranjero. No cesaron las acusaciones, y
              hasta en 1848 pidió don Santiago Tejada en las Cortes los expedientes en que
              intervino el famoso ministro, y el señor Pacheco dijo solemnemente: «hay que
              pagar a Bouchental y ahorcar a Portillo».
               
 FERNANDO
              PO Y ANNOBÓN .LA OPINIÓN PÚBLICA EXTRAVIADA
              XCI
                  Después de tanto hablar y
              escribir sobre la isla descubierta en el siglo XV por el hidalgo portugués
              Fernando de Po, a la que se denominó Formosa por su magnífica vegetación y su
              situación pintoresca, que pasó a poder de España por el tratado de 1778, a
              cambio de la Trinidad en la costa del Brasil, y trocó su nombre por el de su
              descubridor, se envió una expedición desde Montevideo con 150 hombres entre
              tropa y diversos operarios a tomar posesión de la isla, a la que arribaron a
              los seis meses después de penosa navegación; tomada la posesión el 24 de
              Octubre de 1778, salieron el 25 los españoles mandados por el conde de Artolejos, a la de Annobon, en
              cuya travesía tardaron dos meses, y sucumbió en ella el conde, al que reemplazó
              su segando el coronel de artillería don Joaquín Primo de Rivera, que rechazado
              por los portugueses, se retiró a San Tomas a esperar órdenes del gobierno, que
              desaprobó su conducta, y mandóle se apoderase de Annobon a toda costa y se estableciese en Fernando Po.
               Cumpliólo así, como honrado y
              valiente; pero tales vicisitudes experimentó, que regresó meses después a
              Montevideo con los escasos restos de su desventurada gente, perdiendo la
              colonia, en la que hallaron tantos abandonada sepultura, víctimas de la fiebre
              africana.
                   En posesión de la isla los
              indígenas, establecieron los ingleses en 1827 pontones y estaciones que no
              les permitía la insalubridad del clima de Sierra Leona; hasta formularon la
              compra de terrenos para legitimar la usurpación que se hacía a España; se
              hicieron desmontes, se empezó la construcción de una ciudad, que llamaron
              Clarens, y no menos irresistible a los europeos, a los que tantas vidas y
              dineros costaba, volvieron en 1833 los ingleses su tribunal mixto a Sierra Leona,
              y en 1837 vendieron su establecimiento de Clarens a una compañía mercantil, que
              quebró traspasando sus derechos a la del África Central, que en 1841 los vendió
              a su vez y sus privilegios a la sociedad misionera Batista por 1.500 libras
              esterlinas.
                   En este año fue cuando el
              gobierno español, reclamó del inglés la reivindicación de la isla, y
              conseguida, se entablaron negociaciones para vendérsela en 60.000 libras que
              se aplicarían al pago de los intereses de la deda del Estado. Creyó la
              opinión pública que se ofendía la dignidad española vendiendo unas islas
              abandonadas tanto tiempo, como si no fuera más digno pagar lo que se debía: se
              daba grande importancia a unos terrenos mortíferos, sin condolerse de las víctimas
              causadas, no habiendo caridad para evitarlas en lo sucesivo; y por una
              quijotesca vanidad, se desechó el excelente y bien pensado proyecto del
              ministro don Antonio González, que a nadie cedía en amor a la patria y en estimar
              la honra de ésta y la suya propia.
                   Dispúsose en 1843 una nueva
              expedición guiada por el capitán de navío don Juan José Lerena, que tomó de
              nuevo posesión de la isla, nombró gobernador al gerente de la compañía
              anabaptista, e izó también el pabellón español en la isla de Coriseo.
               Mucho se gastó a la sombra
              de alguna de estas expediciones; se pidieron cuenta de unos tres millones de
              reales extraviados, sin dejar de prodigarse el dinero, y lo que es peor, de
              sacrificar la vida de muchos expedicionarios, para obtener pocos resultados.
                   Ya se pensó entonces en
              dar otro destino a una nueva expedición que se proyectaba; que en vez de
              enviarla a las islas africanas, fuera a Santo Domingo y aun a Marruecos; y al
              fin se decidió en 1845 la que dirigió el capitán de fragata don Nicolás
              Manterola, acompañado del infatigable cónsul español en Sierra Leona, don
              Adolfo Guillemar de Aragón, que, con no muy exactas
              ideas de aquella isla, se proponía estudiar los medios de colonizarla, pues
              comprendía desde luego ser empresa difícil cuando menos.
               Esta expedición, sin
              embargo, dio los mismos resultados que las anteriores.
                   
 TRASLÁDASE LA CORTE A
              BARCELONA. INTENTOS REACCIONARIOS
              XCII
                  Ya se tenía nuevo
              ministerio; faltaba ver si se tendría gobierno. Complacía ver a Narváez de
              ministro, porque debía serlo; porque la capitanía general de Madrid no debía
              ser el cuartel de un general en jefe, donde se pudieran dar batallas a cien
              ministerios; porque se creía cercano el día en que el gobierno, y no los
              generales, fuera quien dispusiese de los batallones; porque en España se
              consideraban imposibles por algunos las dictaduras inofensivas, olvidando en
              esto la historia, las pasiones y errores de los hombres.
                   Narváez llevaba al
              ministerio prestigio y autoridad, y hasta había demostrado recientemente
              desinteresado patriotismo cuando al concederle y a Castroterreño,
              el tercer entorchado, le renunció, con resolución; no se le admitió la
              renuncia, insistió con dignidad, y hubo que mandarle se atuviera a lo resuelto.
              Los que conocían sus antecedentes liberales confiaban en ellos como en segura
              garantía, y no dudaban que se inauguraba un cambio de política, siendo ésta más
              legal y más ajustada a las prácticas parlamentarias y constitucionales. No
              tenía si no objeto la variación de gabinete; así, que su primer acto fue levantar
              el estado excepcional en que se hallaba la Península, y empezar a ocuparse de
              la reunión de Cortes. No contó con la gran autoridad que en Palacio ejercían
              los que a esto se oponían, y se dio la preferencia al viaje de S. M. a Cataluña
              para tomar la reina baños minerales, cuyo viaje no encontraban oportuno, por
              lo menos en aquellas circunstancias y a mediados de Mayo, muchos de los
              interesados en aquella situación política.
               Salieron, en efecto, SS.
              MM. de Madrid en la mañana del 20 con la solemnidad debida, acompañándolas el
              general Narváez; se presente después Viluma, y al mes
              salieron de Madrid los ministros de Hacienda, Gobernación, Gracia y Justicia y
              Marina.
               Pernoctaron SS. MM. el
              primer día en Quintanar de la Orden, el segundo en Almansa,a donde llegaron a los cuatro de la madrugada después de una jornada de treinta
              leguas; el 23 en Valencia, hasta el 29 que se embarcaron para Tarragona,
              llegando en la misma noche; visitaron Reus el 31 , y en la noche del siguiente
              día entraron en Barcelona.
               Desde entonces se hizo el
              centro de la política la capital del Principado, donde la reacción había
              puesto sus reales, y donde se trabajaba para pedir a S. M. la proclamación del
              Estatuto. Firmábanse también peticiones para la
              devolución de los bienes del clero, y hasta el restablecimiento de los diezmos,
              como solicitaba el clero de la Coruña; y esto y la llegada a la nueva corte
              del marqués de Viluma que dejaba la embajada de
              Londres para encargarse del ministerio de Estado, alarmó a los liberales, y no de
              poco quehacer a Narváez, que se oponía resuelto  a tan imprudente reacción. Acudieron en su
              ayuda los demás ministros que salieron de Madrid, como dijimos, porque la
              situación se hacía harto grave, los elementos reaccionarios eran oídos y
              atendidos en Palacio, y peligraban todas las conquistas liberales. En armonía
              con las ideas que influían en la corte, hasta una comisión del engañado
              ayuntamiento de Algeciras, pidió al comandante general que se proclamase el
              Estatuto, diciendo que el pueblo lo quería; pero éste al saberlo, se reunió
              como por encanto, y vitoreando a la Constitución, puso en ridículo a los que intentaban
              un movimiento al que la tropa tuvo el buen sentido de no prestarse.
               Pidieron algunos que se
              entrase de lleno en la cuestión de devolver al clero secular los bienes que no
              se hubiesen vendido; que se reformase la Constitución por medio de decretos,
              por considerar imposible esperar leyes orgánicas de las Cortes; que se hiciera
              un corte de cuentas, que se estableciera en fin el absolutismo. ¡Cuánta pasión!
              ¡cuanta ceguedad! ¡Como se olvidaba que la ilegalidad asesina a los gobiernos
              y destruye las situaciones que parecen más fuertes!
                   Considerábase así la situación, y
              aunque se levantó el estado de sitio, algunas autoridades militares se dejaron
              llevar más por la pasión política que por la ley, y se permitieron abusos y
              arbitrariedades.
                 
 BANQUETE EN GENIEYS.—VERGONZOSOS
              ABUSOS
              XCIII
                  Como sucede al principio
              de toda situación nueva, los ánimos estaban sobresaltados, y a ello contribuían
              no poco, imprudencias de unos y otros, y muy especialmente la intolerancia de
              esos enemigos oficiosos que tienen todas las situaciones, y son siempre los que
              más las comprometen. Existía, además, un verdadero furor contra el partido
              progresista, y gente baladí, juzgaba meritorio, para hacerse lugar, ensañarse
              con el caído.
                   Para celebrar los
              progresistas el aniversario de la jura de la Constitución por la reina madre,
              18 de Junio, se reunieron a comer en la fonda de Genieys,
              senadores, diputados, generales e individuos de todas las clases. En una sala
              inmediata con puerta abierta para verse unos y otros y como en son de guerra, se
              reunieron también a comer oficiales del regimiento de San Fernando con su jefe,
              cuya comida encargaron con insistencia cuando supieron la de los progresistas;
              y en otra pieza contigua empleados de policía. Una murga había acudido a
              felicitar a los reunidos, en esperanza de lucro, y al empezar a tocar bajaron
              varios oficiales preguntando para quién era la música; y al contestar: «a
              ustedes, que están celebrando el aniversario de la Constitución», la emprendieron
              a sablazos con los pobres músicos, sin parar mientes en lo indigno del hecho y
              en lo que se deshonraban sus autores.
               Empezaba a inaugurarse una
              situación que, sin formarla política del gobierno, estaba ésta siendo
              instrumento de algunos malvados. Se efectuaban destierros arbitrarios,
              encarcelamientos absurdos, y se cometían tales abusos, que los mismos
              ministeriales los calificaban duramente y como en desprestigio del partido
              dominante. Se ejecutaban en Madrid prisiones por oficiales del regimiento de
              San Fernando, y después de tenerlos dos horas en el patio del cuartel, el jefe
              del cuerpo les ponía en libertad diciéndoles que había sido una equivocación.
              No faltaron excesos prendiendo a algunos por equivocación como al acaudalado
              don Pedro Gil, a Bousingault, que acababa de pedir
              su separación del servicio, y llegaba de las Peñas de San Pedro donde había
              estado tres meses; se prendió también a Satoires, Grassot, Talavera y otros; fue apaleado y preso Asquerino (don Eduardo) por un oficial y un sargento de San
              Fernando, asistiendo incauto a una cita para comprometerle; sufrió, y por
              distintas veces su hermano don Eusebio mayores atropellos, y personas como
              Cortina, Madoz, Cantero y otras muchas marcharon al extranjero, temiendo las
              naturales consecuencias de aquel incalificable desorden que autorizaba el gobierno.
               La policía dejó de ser la
              salvaguardia de la sociedad, y se dio el espectáculo de estar entregado Madrid a
              un barón de Pelichi y consortes. Ayudábanles caracteres aviesos y de esas personas que medran en las turbulencias.
               Producido por el antiguo
              realista Elias Bieco, hubo
              un motín que conmovió el barrio de Lavapiés y adyacentes, fue preso, y para
              evitar nuevos desórdenes, se prohibió la verbena y feria de la calle de la
              Paloma, que debía celebrarse el 11 y 15 de Agosto.
               LOS ASESINATOS DE CASPE
              XCIV
                  Las ideas que se habían
              emitido en Barcelona y otros puntos, las explotaban maravillosamente los
              partidos; se alentaba la pasión política, que si era estéril para el bien, no
              lo era para el catálogo de nuestras desgracias, fusilándose en Barcelona el 18
              de Marzo a cuatro infelices por conspiración contra el gobierno, pretendiendo
              formar una partida para ir a la montaña; por lo que turbaba el orden
              inútilmente, como sucedió en Murcia el 30 de Junio, aunque sin consecuencias;
              se daba margen a que la policía cometiera punibles excesos, si bien la de
              Madrid no necesitaba estímulo de ninguna especie, y se apresuraba el resultado
              de algunas causas, como la que llevó al patíbulo el 9 de Julio en Zaragoza a
              don Francisco Lagunas, a Ribeiro y a Miaña el general Zurdo, en virtud de
              sentencia del consejo de guerra por la muerte del general Esteller hacía más de
              seis años. Declaróse el estado de sitio en el
              distrito militar de Aragón, aunque por poco tiempo, y un grito subversivo
              bastaba para la declaración del estado excepcional.
               Los fusilamientos de
              Zaragoza obedecían a la sentencia de un tribunal; pero los de Caspe, que se
              habían ejecutado un día antes, fueron un verdadero asesinato. Hallábanse procesados en la cárcel de la célebre villa del
              compromiso los ex-oficiales carlistas don Juan
              Bautista Llobet, don Melitón Bayón y don Gabriel Pajares, y con arreglo a la
              ley de 17 de Abril de 1821 les condenó el juez de primera instancia a la pena
              capital, manifestando los reos que habían sido aprehendidos en su casa al
              regresar de la emigración, que no se les acusaba de seducción, ni cometido
              acto alguno que directamente y de hecho fuera contra la Constitución ni ninguno
              de los poderes legítimos; y siguiendo la causa sus trámites, con desprecio de
              éstos, ofició el capitán general al juez que los tres presos fueran fusilados
              sin demora. En cuanto estos supieron tan incalificable orden, acudieron en 30
              de Junio á la audiencia del territorio, pidiendo el debido amparo, y en el
              ínterin se presentó en Caspe un jefe militar procedente de Alcañiz, con la
              correspondiente fuerza, extrajo de la cárcel los tres presos, y los fusiló, sin
              darles más tiempo que el preciso para morir cristianamente.
               Un mes después el Tribunal Supremo de Justicia dirimió en favor de la jurisdicción ordinaria la competencia que se agitaba entre la Audiencia y el capitán general de Zaragoza. Pero los desgraciados ya no existían, y para los causantes de su muerte no bastaba solo su conciencia, la justicia exigía más si aquel fallo no había de considerarse como una mera ritualidad de foro, y pasar desapercibido sin producir efectos reales y positivos, sin que la ley se aplicara al delincuente. 
             LOS FISCALES DE LA
              AUDIENCIA DE GRANADA
                  XCV
                  Fatales semillas se habían
              sembrado para desprestigiar la justicia con ofensa de la sociedad, algún tanto
              extraviada en ciertas clases. Por lo que la junta de gobierno de la audiencia
              de Granada, excitada por los fiscales de la misma, don Francisco de los Ríos y
              don José de Castro y Orozco, circuló en 30 de Mayo las prevenciones que, como
              regla de conducta habían trazado dichos señores á sus subordinados para poner
              término a los abusos, atentados y crímenes que aniquila ban la libertad y
              hacían ilusoria la seguridad personal, calificando lo que á la sazón existía o
              se practicaba, como la negación de todo sistema.
                   En breve experimentaron
              ellos mismos la verdad de su calificación, porque los dignos presidente y
              fiscales de aquella audiencia fueron suspendidos de sus destinos, y sometidas
              las exposiciones que al gobierno hicieron, a la calificación del Tribunal
              Supremo de Justicia, y hasta parece que se mandaron recoger de real orden las
              circulares impresas y dirigidas a los juzgados de primera infancia.
                   La prensa, al ocuparse
              entonces de estos sucesos tan inauditos, exhumó una exposición dirigida a la
              reina en 1835 por la junta del Ferrol; en el mismo avanzado sentido que las
              demás que se dirigieron entonces por todas las juntas, y que llevaba la firma
              de don Luis Mayans, ministro ahora de Gracia y
              Justicia, que debió avergonzarse de un proceder que tan poco le honraba.
               
 CRISIS EN
              BARCELONA.—SALIDA DE VILUMA DEL MINISTERIO
                  XCVI
                  La llegada a Barcelona del
              resto del gabinete no podía menos de ejercer una influencia decisiva en los
              graves asuntos que se ventilaban. Era indudable que, presentada la cuestión
              sobre cuál debía ser la marcha que convenía adoptar, por exigir las circunstancias
              una determinada, se puso todo lo existente a la sazón en tela de juicio,
              entablándose una verdadera lucha entre los moderados o conservadores
              constitucionales, y los moderados semi-absolutistas.
              Se quería destruir o modificar por un decreto la Constitución de 1837;
              restablecer el Estatuto por una orden o decreto, o dar una nueva Constitución;
              devolver los bienes al clero; restablecer algunas órdenes religiosas y concertar
              el matrimonio de la reina prescindiendo de las Cortes. Pretendíase,
              además, que se tratase con el Papa sin que precediera el reconocimiento de Su
              Santidad a la reina, mostrando en esto los que tal pretendían, más que una
              obcecación ignorante, ningún patriotismo y un completo desconocimiento de
              nuestra historia, queriendo hacer inferior, en cuestiones regalistas, el
              reinado de Isabel II del de Carlos III, y aun del de Felipe II, Carlos V y el
              del Rey Católico.
               Afortunadamente era Narváez
              el paladín de la causa liberal, sosteniéndola en los largos y repetidos
              Consejos de ministros que por mañana y noche se celebraban desde que llegaron a
              Barcelona los señores Mon, Pidal, Mayans y Armero que, más o menos en absoluto, estuvieron al lado del presidente, y se
              convino en llevar a las Cortes la reforma de la Constitución de 1837 para monarquizarla más, y hacer parlamentariamente lo que mejor
              conviniese, según las circunstancias. Triunfó el principio constitucional sobre
              los que pretendían que el país debiera sus leyes a la sola voluntad real, sin
              tener en cuenta que la reina aun no tenía catorce años, faltándola aquella
              facultad propia y aun capacidad espontánea y que tal código hubiera sido una
              ficción real y solo la expresión del deseo de algún ministro.
               Vencido el marqués de Viluma, dimitió y le reemplazó después Martínez de la Rosa.
              Aún despachó el marqués tres o cuatro días más para concluir un trabajo
              diplomático que sobre la cuestión de Marruecos tenía pendiente. Los que en
              Febrero de 1821 vieron a un joven apuesto que había estado a pique de
              acompañar a Portier a la horca, y que estuvo encerrado en el castillo de San
              Antón de la Coruña, jurar sobre la cruz de su espada y los Santos Evangelios,
              por Dios y su honradez, sostener la soberanía nacional como base de las
              instituciones políticas, firmándolo, y le veían ahora de corifeo del
            absolutismo, dudaban si era la misma persona don Manuel de la Pezuela y
              Ceballos y el marqués de Viluma.
               DISOLUCIÓN Y CONVOCATORIA
              DE CORTES
              XCVII
                  El 7 de Julio regresaron a
              Madrid los ministros que fueron a Barcelona, siendo portadores del decreto
              del 4 que disolvía el Congreso de los diputados, que no había llegado a
              reunirse, y disponía conforme al artículo 19 de la Constitución se renovara la
              tercera parte de los senadores y que las nuevas Cortes se reunieran el 10 de
              Octubre.
                   Las razones que para la
              disolución se daban, eran que «fueron elegidas aquellas Cortes en
              circunstancias políticas muy diferentes de las en que ahora se encontraba la
              monarquía, y no eran ya a propósito para satisfacer las exigencias y
              necesidades de la presente situación. El tiempo, añadía el corto pero expresivo
              preámbulo que escribió el señor Pidal, ha llegado ya a introducir el arreglo y
              el buen concierto en los diferentes ramos de la Administración del Estado, de
              dictar las leyes necesarias para afianzar de un modo sólido y estable la
              tranquilidad y el orden público, y de llevar la reforma y mejora a la misma
              Constitución del Estado respecto de aquellas partes que la experiencia ha
              demostrado da un modo palpable que ni están en consonancia con la verdadera índole
              del régimen representativo, ni tienen la flexibilidad necesaria para acomodarse
              a las variadas exigencias de esta clase de gobiernos.»
                 Convocábanse, pues, unas Cortes, que
              si no Constituyentes, tenían la misión de reformar la Constitución, a lo cual
              estaban resueltos los ministros, no porque «estas reformas las reclamara el
              país con ansia y avidez,» sino porque al poder convenía para ulteriores planes
              de bien lamentables consecuencias.
                   
 ELECCIONES—RETRAIMIENTO DE
              LOS PROGRESISTAS— MARTINEZ DE LA ROSA Y SUS IDEAS RESPECTO A LA REFORMA DE LA
              CONSTITUCIÓN—DIVERGENCIAS.
                   XCVIII
                   El partido que se denominó
              monárquico constitucional, nombró una numerosa comisión central para dirigir
              las elecciones y uniformar los esfuerzos de sus amigos políticos. Es su
              primera reunión, poco concurrida, encomendó la redacción de un manifiesto a
              los señores Olivan, Bravo Murillo, Llórente, Sabater
              y Armero, y aprobado, se publicó.
               El partido progresista
              protestó de que se arrogaran el título de monárquicos, como si fueran los
              únicos, verdaderos y legítimos sostenedores del trono, considerándose aquel
              partido no menos defensor de la monarquía, aun cuando quisiera más facultades
              para el poder legislativo. No consideró a propósito las circunstancias para
              reformar una Constitución más conocida por sus infracciones que por su
              observancia, y perseguidos y encausados muchos de sus correligionarios y
              expatriados voluntariamente algunos de sus principales personajes, acordó
              retraerse de tomar parte en la lucha electoral y dejar el campo libre a sus
              adversarios, como éstos en otra ocasión lo hicieron. En cambió el partido
              absolutista acudió a las urnas en Madrid y en otras poblaciones, figurando en
              todas sus candidaturas el marqués de Viluma, en gratitud,
              sin duda, a lo que quiso hacer al entrar en el ministerio.
               Este vio entonces una
              defección que tenía alguna enseñanza. Los prelados a quienes llamó de su
              destierro, y restauró en sus sillas, se convirtieron en jefes de partido y directores
              de la lucha electoral en contra del gobierno, suscitándole obstáculos y
              dificultades. Era evidente que los obispos volvían a su diócesi con sus mismas
              convicciones, creencias y doctrinas, que cuando los arrojaron de sus sedes.
                   No triunfaron, sin
              embargo, las candidaturas absolutistas, aunque dieron bastante que hacer en
              algunos puntos al gobierno, especialmente en Navarra y Provincias Vascongadas,
              a pesar de que hacía poco que se les había halagado injusta y hasta
              ilegalmente.
                   Después del arreglo que
              produjo la ley de 16 de Agosto de 1841 respecto a los fueros de la provincia de
              Navarra, de que ya nos ocupamos, se pensó en proseguir el que necesitaba
              hacerse con las tres Provincias Vascongadas; algo hizo Espartero, pero no
              convenía esto; había que halagar a los que no se hallaban bien con las
              restricciones del decreto de 29 de Octubre de 1811, y se decretó el 4 de Julio
              se procediera desde luego a la formación del proyecto de ley que debería
              presentarse a las próximas Cortes; y para que las provincias pudieran ser oídas,
              nombrará cada una dos comisionados que se presentarán inmediatamente al
              gobierno; dándose además otras disposiciones no realizadas.
                   Exceptuando algunos pocos
              absolutistas y carlistas, la generalidad de los elegidos eran ministeriales. El
              retraimiento de los progresistas privaba al gobierno de la oposición legal
              que tanto necesitaba, que es el alma de los gobiernos representativos, y su
              falta funesta siempre para el partido triunfante. Algo merecía el partido
              progresista que se hubiera hecho en su obsequio para llevarle a las urnas: el
              pueblo estaba a su lado, y la verdadera opinión pública no se hallaba por completo
              con el ministerio. Así lo conocía este mismo, cuando al regreso de SS. MM. a la
              corte, el 21 de Agosto, entraron en Madrid a las tres y cuarto de la madrugada,
              de noche, en medio del mayor silencio y aislamiento del público: lección
              elocuente.
                   Algunos día3 después,
              pudieron ver también los moderados que, aunque fuera numeroso su partido, no
              era al menos muy entusiasta en asociarse al tributo debido a hombres como
              Montes de Oca, que sacrificó su porvenir y dio su vida por su partido, y cuando
              trasladaron a Madrid sus restos, pudo compararse el cortejo que tuvo esta
              ilustre víctima con el que acompañó a Arguelles que murió de enfermedad y ya
              anciano.
                   No había, sin embargo, en
              el ministerio la unidad debida; pero dominaba Narváez y no se podía prescindir
              de él. Quiso reforzar el espíritu liberal del gabinete, pensó en Martínez de
              la Rosa para la vacante de Estado, y firmó la reina, el mismo día de su entrada
              en Madrid, el decreto. No satisfacía al que á la sazón representaba a España en
              París formar parte de un ministerio que iba a efectuar una reforma, de la que
              no era entonces partidario, ni antes lo había sido, de esta clase de reformas,
              pues ya había dicho en una sesión solemne que: «Mi convicción es que, con la
              Constitución que nos rige, se puede gobernar la nación, y por eso la he jurado;
              si hubiese creído otra cosa, no hubiera prestado el juramento, porque no estoy
              acostumbrado a ser perjuro; no porque la crea yo perfecta, no, señores; yo no
              soy hipócrita; tiene graves imperfecciones: una de ellas se está demostrando en
              la actualidad; pero yo deseo que su reforma se haga por los medios legales; que
              la haga primero la opinión y después los cuerpos colegisladores; deseo reformas,
              pero no quiero que por satisfacer el amor propio se exponga la nación a los
              trances de una revolución sangrienta, cuyos resultados no pueden preverse.» Y
              había dicho además: «La Constitución de la monarquía es también un objeto que
              debe ser venerado por todos. Señores: hay una barrera detrás de nosotros, y
              detrás de ella un abismo: esa barrera es la Constitución, el que quiera volver
              la cara atrás, el que quiera derribarla, ese quiere perder la nación».
                   No le agradaba tampoco la
              tendencia que veía en la corte, se hallaba bien en París; pero tanto insistió
              Cristina, que al fin aceptó, y su nombramiento se publicó el 16 de Setiembre.
                   Por estos antecedentes y
              por lo que significa la entrada de Martínez de la Rosa en el ministerio, fue
              objeto de grandes polémicas, y era justo. Aquel distinguido hombre público
              había dicho que la Constitución de 1837 era fruto de sus doctrinas, y entraba a
              formar parte de un gabinete, que reunía Cortes para reformarla; redactó la
              exposición del proyecto de reforma, y se dejaba presidir por Narváez, que era
              ministro por primera vez y con menos títulos que él. Inspiraba, sin embargo,
              confianza: a los pocos días corrieron de boca en boca las palabras que en
              brindis o discurso pronunció en un banquete con que celebraron los monárquicoconstitucionales
              el triunfo electoral conseguido en Madrid, sólo disputado por escasos electores
              absolutistas, y cuyo banquete, celebrado por cierto en la misma fonda de Genieys, que él de los progresistas el 18 de Junio, no fué interrumpido como el de estos. Allí dijo el elegante
              poeta granadino, que figuraba el primero en la candidatura madrileña: «Todos
              los que me han honrado depositando mi nombre en la urna, condenan el
              despotismo de que he sido víctima y los excesos de la revolución; sé por una
              triste experiencia que los abusos del poder traen las revoluciones, como los
              excesos de la libertad conducen al despotismo».
               Aunque no presidía el gabinete,
              se le suponía en él influyente, y no hay duda que se esforzó en que apareciera
              unido y compacto ante las Cortes para hacer frente a exageradas y no muy
              liberales exigencias palaciegas. Arreciaban estas, y a la vez iba poco a poco
              rompiéndose la buena armonía que en un principio reinaba entre los mismos elementos
              de la situación. Cuando las Cortes iban a abrirse, cuando más necesitaban aparecer
              unidos, amigos íntimos del gobierno comenzaron a criticar su inacción y a publicar
              que algunos se unían y apoyaban exclusivamente a Martínez de la Rosa; que Narváez
              capitaneaba a otros, formando con ellos una oposición contra el mismo gabinete,
              y los que consideraban que se estaba ya en una situación normal, manifestaban
              sin rebozo que aquel general había dado de si todo lo que había de dar, y como
              representante único de la fuerza debía desaparecer. No podía contribuir esto
              seguramente a dar unidad y fuerza al ministerio, y contribuía a ahondar la
              división que en él había; mas llegóse al día de la
              apertura de las Cortes, y nadie con mis interés que el presidente del gabinete
              en presentarle unido, y compacto fue a las Cámaras, en las que tan graves
              cuestiones habían de ventilarse.
               
 APERTURA DE LaS CORTES.—PROYECTO DE REFORMA
                   XCIX
                   El 10 de Octubre se
              verificó en el Senado la apertura de las Cortes, leyendo S. M. un discurso vulgarmente
              escrito, en el que se ofrecía lo que siempre se ha ofrecido, para cumplir lo
              que siempre se ha cumplido, excepto la reforma constitucional que tanto interesaba
              a sus elevados promovedores. Silencio absoluto se guardaba sobre la cuestión
              del clero, de tanta importancia por lo que se había hecho como por lo que se
              trataba con Roma, cuyas simpatías no lograban por el pronto las graves
              providencias del gobierno ni los decididos esfuerzos del señor Castillo Ayensa; y era tanto más inexplicable este silencio, cuanto
              que la cuestión religiosa estaba íntimamente enlazada con la Hacienda y con el
              crédito, y había poderosas razones económicas y políticas para que se hubiera
              dicho al país en ocasión y documento tan solemnes, lo que se quería o lo que
              se pensaba al menos; de todas maneras lo que se había hecho.
               Pero ya lo hemos dicho; la
              principal misión de aquellas Cortes era reformar la Constitución, y aunque el
              ministerio había triunfado fácilmente en las elecciones, no todos los elegidos
              eran decididos partidarios de la reforma, y en el mismo seno del partido
              moderado empezaron las divergencias. Demostráronse en la votación de la mesa; pues si ostentó evidente mayoría el ministerio en la
              elección de Castro y Orozco para la presidencia en contraposición de Isturiz, fue
              elegido Pacheco primer vicepresidente, considerado como jefe de la oposición.
               Constituido el Congreso y
              prestado el sagrado juramento de guardar y hacer guardar la Constitución
              política del país, el presidente del Consejo leyó el proyecto de reforma acogido
              con el mayor silencio. Comprendióse por todos la
              gravedad de lo que se proponía, sin apreciarse su inmensa trascendencia, y
              solamente la opinión pública consideró la reforma como una gran calamidad, aun
              cuando no se preveían todas las consecuencias que había de producir. Y decíase, sin embargo, en el preámbulo del proyecto que: «La
              opinión pública, y aun cierto instinto de conservación que anima a los publos,
              indicaban como necesaria la reforma, a fin de robustecer la acción del gobierno».
               Se empezaba por cambiarse
              el preámbulo de la Constitución, en el que se consignaba el principio de la
              soberanía nacional, que se quiso desconocer para enaltecer el de la monarquía,
              dando por base a la Constitución la voluntad acorde del monarca y de los elegidos
              de la nación; así que en vez de decretar y sancionar las Cortes la
              Constitución, y la reina aceptarla, era S. M. quien la decretaba y sancionaba.
                   Suprimíase el jurado para calificar
              los delitos de imprenta, pues no confiaba mucho en un tribunal que acababa de
              absolver a los periódicos progresistas denunciados.
                   El Senado, que se componía
              de los escogidos por la corona en terna elegida por el pueblo, se convertía en
              vitalicio y de nombramiento de la corona, designando las clases; que los
              diputados fueran elegidos por cinco años en vez de tres, lo cual ahorraba los
              inmensos perjuicios y graves inconvenientes que llevan siempre consigo las
              elecciones; se suprimía el art. 27, en el cual se establecía que «si el rey
              dejare de reunir algún año las Cortes antes del 1.° de Diciembre se juntarían
              precisamente en este día»; se hacían otras supresiones y variaciones, y en el
              titulo 6º, del que nada se hablaba en el preámbulo, y era, puede decirse, la
              causa y base de la reforma, se suprimía el párrafo 5° del art. 43 ,y se
              proponía: «El rey, antes de contraer matrimonio, lo pondrá en conocimiento de
              las Cortes, a cuya aprobación se someterán las estipulaciones y contratos
              matrimoniales que deban ser el objeto de una ley. Lo mismo se observará
              respecto del matrimonio del inmediato sucesor a la corona.»
                   Se quitaba a las Cortes el
              derecho que les daba el art. 54 de excluir de la sucesión a las personas
              incapaces para gobernar o hubiesen hecho cosa porque mereciesen perder el
              derecho a la corona y se proponía que fuese necesaria una ley; quitábase también a las Cortes la facultad de nombrar regencia,
              confiriéndose al padre o madre del rey niño, y solo cuando estos no existiesen
              la nombrarían las Cortes. La milicia nacional se suprimía como innecesaria.
               
               
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