HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE ESPAÑA. ANALES DE LA GUERRA CIVIL: 1833 - 1886LIBRO PRIMERO . LA COALICION TRIUNFANTE
ESCARAMUZAS
LXIX
Al ponerse el sol de aquel
mismo día, don Francisco Bayona, comandante del falucho Leónidas, con
éste y los guardacostas también San Jorge, Atrevido y Tiburón, se
dirigió hacia la ensenada de Escombreras donde se hallaba anclado el bergantín Nervión,
uno de los que bloqueaban la plaza y sobre el cual se hacía fuego de fusilería
desde la costa, y al hacerle de cañón contra el buque, halló interpuesto un
brik-barca inglés mercante; mas en cuanto se puso a la vela a las ocho y media
de la noche, se rompió el fuego, siguiéndole en la dirección que tomó el
Nervión a incorporarse con el Manzanares que se hallaba al Sur del islote. Pasó
Bayona el resto de la noche cruzando en las aguas de Escombreras y las del
boquete del puerto de Cartagena; salió á la madrugada con el Leónidas a
hacer la descubierta, llegando a tiro de cañón de ambos bergantines, y
regresando a Escombreras, donde zarpó el ancla y cadena que el Nervión, en su
precipitada fuga, dejó abandonada, por no detenerse a levarla, y la trasladó al Tiburón para llevarla a la plaza. Echáronse al
agua algunas embarcaciones menores que se hallaban varadas, y se remitieron a
la junta; y habiendo observado que una avanzada se replegaba en dirección hacia
las alturas, dispuso saltasen a tierra cincuenta hombres de las tripulaciones
para provocar al enemigo; pero éste ocupó las alturas fuera del alcance del
cañón, y observando a la vez que otras fuerzas pronunciadas se batían en
guerrilla en la altura de la Campana, y que cargadas por superiores fuerzas se
replegaban por escalones, rompió el fuego sobre las masas contrarias, que
sostuvo por mucho tiempo, consiguiendo detenerlas o impedir que sacasen de un
barranco una pieza de artillería para colocarla en punto más conveniente:
viendo también que por la parte de Levante se hacía un fuego nutrido y
sostenido, echó a tierra algunos nacionales que llevaba a bordo, satisfaciendo
su deseo de tomar parte en la acción, subiendo al castillo de San Julián. En
efecto, en la mañana del 4, y en combinación con los buques, se efectuó una
salida hacia Escombreras; acudió Concha con algunas fuerzas de todas armas; se trabó
empeñada acción, se peleó bravamente en las alturas del Calvario, hubo
infinitos grandes hechos de valor personal en oficiales y soldados, valerosas
cargas a la bayoneta, enardecidos todos cual si fuera extranjero su contrario,
y al cabo de tal bregar, los sitiadores volvieron a sus posiciones y los
sitiados a la plaza, contando unos y otros, jefes, oficiales y soldados,
muertos y heridos .
El general Ruiz dirigió el
5 una alocución a los soldados y nacionales, diciendo lea que excedían en valor
a los que muchas veces le acreditaron a sus órdenes en los campos de Aragón y
Navarra, porque aquellos se batían frecuentemente con gente sin disciplina ni
instrucción, y en la célebre jornada del día anterior se batieron con tropas
que también eran valientes y que llevaban la ventaja en el número; que de ellos
era la gloria y suya la satisfacción de haber conocido en la primera ocasión
que les había puesto a prueba, cuánto debía prometerse en adelante de su
intrepidez y arrojo: «un día, cuando hayamos llenado el objeto de nuestra noble
empresa, recibiréis la recompensa que merecen vuestros servicios y que os
asegura vuestro general».
BLOQUEO
DE ALICANTE Y CARTAGENA
LXX
Roncali, que en la mañana del 7
había llegado a Muchamiel, y se situó por la tarde con fuerzas considerables en
San Juan de Alicante, intimó la rendición de la plaza, estableció su línea de
bloqueo, que fue adelantando, y se extendió el 9 desde el monte de San Julián
al pueblo de San Vicente ocupando su derecha el general Pardo y la izquierda el
brigadier Larrocha. Se prometía estrecharle en cuanto
fuera recibiendo más fuerzas, aumentándose también las que tenía con las que de
la plaza se le pasaban.
Las enérgicas intimaciones
que Roncali dirigió a Alicante, fueron contestadas el
9 , y el 14 dio la terrible contestación de que había fusilado en el mismo día a
los oficiales prisioneros de Elda, como puede verse en el mismo número que el
anterior documento.
Presentóse el 11 el general
Senosiain con un batallón de Gerona; llegaron también ingenieros, y por mar,
don Luis Pinzón a establecer el bloqueo marítimo con el vapor Isabel II,
los faluchos Telégrafo y Rayo, el guardacostas Argos y una
escampavía. Los pronunciados tenían a su vez algunos buques, con los que desde
Alicante y Cartagena hacían expediciones a Torrevieja y otros pueblos de la
costa a proveerse de lo que necesitaban, obligando a Roncali estas excursiones a trasladarse a Santa Pola, donde tuvo el 12 su cuartel
general, estableciéndolo el siguiente día en Villafranqueza.
Para estrechar el cerco
aspilleraron y reforzaron los ingenieros a prueba de artillería la casa fábrica
Alicantina, que al alcance de los fuertes de la plaza y San Fernando, y a tiro
de metralla del mar, formaba la extrema derecha de la línea. Dos faluchos
guardacostas de los pronunciados, con 7 piezas, trataron de impedir las obras,
con metralla y bala rasa, combinando una salida de la plaza; pero se aproximó
el vapor Isabel II, se movieron las tropas de los puestos inmediatos a
la línea, y se cambiaron algunos cañonazos y tiros de fusil, experimentando
unos y otros contendientes algunas pérdidas.
El 16 quedó concluido, a
pesar del cañoneo de la plaza, el emplazamiento para los cuatro obuses de a 24
que quedaron en batería en la Alicantina y casa de las Palmas, que a tiro de
cañón de la plaza formaba la extrema derecha de la línea, que ocupada ya por
las tropas, aseguraba a Roncali la posición de un
gran depósito de carbón de piedra, necesario para el Isabel II que se
acababa de apoderar de la isla de Tabarca, abandonada por sus defensores.
Importante el bloqueo
marítimo, reunióse en Santa Pola, al mando de Pinzón,
una escuadrilla compuesta de la fragata Cristina, vapor Isabel II,
bergantín Nervión y Manzanares, el Rayo y seis guardacostas,
que efectuaron algunas operaciones: marchó Roncali el
20 a la Torre de la Meta, a donde había llegado con el Isabel II, el
general Cotoner; mandó desembarcar diez piezas de a
24, procedentes de la isla Tabarca y de la fragata Cristina, y se
aprestaba al ataque cuando llegase de Valencia la artillería, municiones y
demás efectos, cuya remesa fue a acelerar el jefe de estado mayor brigadier Laviña, embarcándose el 21 ocho morteros, dos obuses y doce
piezas de a 24, con 400 disparos para cada cañón y un inmenso material de
artillería, que ocupó sobre catorce embarcaciones; y con las ocho piezas de a 24
que se desembarcaron de la Cristina, llegó a tener el ejército sitiador unas
treinta y ocho piezas, sin contar las de las fuerzas navales, pues todas se
hacían ascender a 130 de todos calibres.
El 26 salieron algunas
tropas de Alicante a cortar y recoger leña de la alameda, y las atacó la
caballería sitiadora, con intención de cortarlas, sin conseguirlo. Se produjo
con esto un gran fuego de fusilería y cañoneo.
En la tarde del 28
efectuaron otra salida, apoyados en el fuerte de San Fernando, avanzando sobre
las casas que ocupaba fuerza del provincial de Murcia, encargada de proteger el
establecimiento de una de las baterías que se estaban construyendo contra el
indicado fuerte, trabándose una pequeña lucha, y volviendo a poco cada fuerza a
su respectivo sitio. A la madrugada siguiente efectuaron otra salida con
mayores fuerzas y dos piezas hasta la Cruz de Piedra, y se trabó la lucha con
los soldados de Saboya y Lusitania que ocupaban aquel punto: acudió el
brigadier Larrocha, adelantó Córdova el batallón de
Almansa y un escuadrón de Lusitania, y abrumados los alicantinos, que no
llegaban a 300 los infantes ni a 60 los caballos, se replegaron con algunas
pérdidas, causándolas también. Dos obuses de los pronunciados hostilizaron en
seguida la fábrica de las Palmas.
El 2 de Marzo terminó el
desembarco de todo el material de sitio, a pesar de las dificultades que
ofreció el mar; ayudó el brigadier Pavía, comandante general de las fuerzas
navales, y se trabajó afanosamente en el establecimiento de las baterías, cuya
operación aseguraba el general Cotoner sobre la
extrema derecha. En la descubierta de este día, aprovechando una salida que
hizo Bonet, se pasaron algunos de los pronunciados, como sucedía diariamente.
ADELANTAN
LOS TRABAJOS DE SITIO. ESTADO DE LOS PRONUNCIADOS
LXXI
En Alicante, se tocó
llamada a las cinco de la tarde de este día 2, y formó toda la guarnición en el
Malecón. Proponíase Bonet fusilar a los presos en el
castillo, y se sacó el primero al capitán de carabineros señor Acevedo; pero
empezó a sublevarse la tropa de la fortaleza y manifestar su gobernador que
quedaba el preso en libertad, añadiendo le dijese a Bonet que en nada le
obedecía y se ciñese a mandar en la plaza. Bonet pudo considerarse desde este
momento perdido; eran ya inútiles tantas órdenes como empezaron a darse, y el
toque a rebato del campanón de la municipalidad, que
le siguieron las campanas de la colegial y demás templos; todo para anunciar el
inexacto pronunciamiento de Mahón, Ibiza, Tarragona, Málaga y Sevilla.
El 3 no se abrieron ni los
portillos de la plaza, y desarmó Bonet a varios carabineros, tomando algunas
precauciones para su defensa personal. La actitud de la guarnición del
castillo, el abatimiento que empezaba a cundir en casi todos al verse solos,
pues únicamente Cartagena les seguía, y las fundadas desconfianzas que se
tenían, decidieron un supremo esfuerzo, y a las once de la noche del 4 formaron
los carabineros y Saboya en el Malecón, el batallón de los pueblos de la Marina
y Monóvar en la plaza de la Constitución, los de Alcoy en la de San Agustín,
los guías del general en la de las Monjas, y los provinciales de Valencia en el
cuartel de San Francisco. Se municionó a los que lo necesitaban, y se les dio
alpargatas. Corren los jefes de una a otra parte, se nota aturdimiento; y dijo
uno: «Todo se ha perdido; vamos a marchar y romper la línea». No se realizó
este acto de desesperación por consejo de los más prudentes, y se retiraron
todos a las dos de la madrugada. En la tarde de este día disparó Santa Bárbara
tres cañonazos, reventando dos granadas encima de la ciudad.
Se acercaba el momento del
desenlace; el 5 amaneció con algunos disparos del castillo de San Fernando. A
las nueve se vio todo el castillo guarnecido de gente haciendo señas y
gritando: «Que suban al castillo los presos de Cartagena que están en la cárcel:
alicantinos, subid los que queráis: afuera el Manco.» Subió un ayudante de
Bonet, y a la hora de regresar subieron por orden de éste a los oficiales de
Gerona que había presos. Iban a embarcarse algunas señoras de familias
extranjeras, y lo suspendieron por una orden del gobernador del castillo, que
prohibió el embarque de persona alguna, so pena de hacer fuego, sin saber
quienes eran.
Las circunstancias se iban
haciendo críticas; y para alentar la junta a los pronunciados, publicó un
manifiesto diciendo que la guarnición del castillo había sabido que algunas de
sus familias estaban presas por Roncali, y por esto
habían pedido los presos de la cárcel para tenerlos en rehenes.
El ayuntamiento tomó, como
no podía menos, una parte activa en aquellos momentos críticos, y dio cuenta de
ello a los alicantinos, diciéndoles en una alocución que deseoso de calmar la
ansiedad en que se hallaban, por lo sucedido en la mañana de aquel día en el
castillo de Santa Bárbara, se apresuró a dirigir al gobernador este oficio: «La
extraordinaria alarma que ha causado en la población el suceso acaecido hoy en
esa fortaleza, ha movido a la municipalidad a reunirse en cabildo
extraordinario para adoptar dentro del círculo de sus facultades las medidas
que exigiesen las circunstancias, a fin de proveer a la salvación del
vecindario, primer deber de esta corporación.
«Una comisión de su seno
se ha acercado con este objeto a la junta de gobierno, y por ella se le ha
manifestado que había tenido por conveniente disponer la subida a ese fuerte de
los prisioneros que existen en estas cárceles, accediendo a la reclamación
oficial que con este objeto se le había dirigido por usted. En este estado de
cosas, la municipalidad, deseosa de calmar la agitación y ansiedad de sus
administrados, y de hallarse en posición de proceder con acierto en sus
gestiones sucesivas, ha crecido oportuno dirigir a usted la presente
comunicación, para que se sirva dar con la franqueza y lealtad que le
caracterizan, las explicaciones necesarias sobre el gran acontecimiento de que
se trata; manifestando al propio tiempo cuáles sean sus intenciones en orden a
la situación actual, puesto que la suerte del vecindario depende en gran parte
de la marcha que usted se proponga seguir.»
«La corporación espera que
usted, haciéndose cargo de la azarosa posición en que se ven los habitantes de
esta ciudad, no rehusará la explícita manifestación que apetece, para obrar en
consecuencia según lo exija el sagrado deber que pesa sobre ella».
Llevado el precedente
escrito por una comisión del ayuntamiento, se recibió por el mismo conducto
esta respuesta:
«Gobierno liberal militar
del castillo de Santa Bárbara de Alicante.—Contesto al oficio de V. S., que
recibo en este momento, diciendo pueden vivir seguros y tranquilos, y que en
cualquiera orden de cosas que siga, seré víctima antes que deje de quedar con
el mayor lustre y garantías ese valiente o ilustre vecindario.—Dios etc., Marzo
5 de 1844. —Juan Martín el Empecinado.—Muy ilustre ayuntamiento de Alicante.»
La contestación era
evasiva, y si podía tranquilizar a algunos vecinos, de ninguna manera a los que
estaban comprometidos por la revolución; máxime manteniéndose firme la junta en
su propósito de ocultar que ya no contaba con el apoyo del castillo desde el
día 2. Bonet continuó adoptando
disposiciones de resistencia.
Sábese al mismo tiempo que el
bombardeo es inminente, se apodera un terror pánico de todo el vecindario, y el
cónsul inglés pretende que don Gaspar Withe lo
manifieste al público. Lo anuncia a las personas que encuentra, y al ver el
silencio de todos, exclama: «Señores, el que sea amante de su reina, el hombre
honrado, el padre de familia, el que tenga que perder y no tema, como yo, que
me siga al consulado.» Hacen efecto estas palabras, se llenan en breve los
salones del consulado, se pide allí que se abran las puertas de la plaza para
salir los que no estuvieran identificados con la revolución; se trasladan todos
al ayuntamiento, de donde les desalojan de allí dos compañías; inflama este
acto los ánimos de todos, pide animoso don José Bas al cónsul inglés y
oficiales franceses del bergantín de guerra auxilio y protección para el
pueblo; le apoya don Pascual Vasallo, suplicando al cónsul le acompañara con
otras personas de distinción al cuartel general de Villafranqueza a implorar de Roncali suspendiera el fuego por
veinticuatro horas para librar a las mujeres, los ancianos, los niños, y a los
que no quisieren ser partícipes de aquella situación; conmovieron estas
palabras, y las lágrimas de otros, a algunos de los comprometidos; ofrecióse el cónsul a todo, y los oficiales franceses a
reclamar la observancia de las leyes de la humanidad y el derecho de gentes: reúnese en tanto el tribunal y la junta de Comercio, el
estado eclesiástico y el ayuntamiento, se nombra una comisión, y al subir al
carruaje reciben un oficio del gobernador del castillo de Santa Bárbara,
participando al ayuntamiento, haber capitulado con Roncali,
obteniendo un indulto general y olvido de todo lo pasado para la ciudad y
pueblos de la provincia.
En vista de esto, se
resolvió que una comisión fuera al cuartel general a entregar las llaves de la
plaza.
ENTREGA
DE ALICANTE.—FUSILAMIENTOS
LXXII
Adelantaban los trabajos
de sitio contra Alicante, procurando impedirlos la artillería de la plaza,
especialmente la del fuerte de San Fernando, y salían a la vez algunas
guerrillas, con las que se empeñaban diarias escaramuzas; no impidiendo que
avanzara el establecimiento de las baterías, por lo que el bombardeo se veía
inminente. Para que no sufrieran los que ni tenían culpa, ni podían ser
responsables de lo ocurrido en la plaza, se presentó a Roncali,
en la noche del 5, la comisión de Alicante, reclamando la salida de las
mujeres, ancianos y niños: «dura ha sido mi contestación, dice Roncali en su parte, pero la única que conviene al mejor
servicio de S. M.: nada les he concedido ínterin la plaza no se me entregue a
discreción; para llevar a efecto este deseo mío, me han pedido suspenda el
fuego hasta el medio día de mañana». Casi podía tener la seguridad el general
de que no llegaría á romperse el fuego; y si no la tenía, antes debió haber
comenzado el ataque, porque malgastó algún tiempo, interpretado bien
desfavorablemente por algunos.
Recibe las comisiones,
sabe perfectamente la situación dé los pronunciados, y se presta a tomar
posesión de su fácil conquista.
La contestación de Roncali llevó la tranquilidad al seno de la población que
no había tomado parte en el pronunciamiento, y el temor y el desorden a los
comprometidos. Reina en la ciudad un silencio profundo, que sólo le interrumpen
algunos carabineros que esconden sus caballos, corriendo aquellos a disfrazarse
o a pedir asilo; para hallarle a bordo de los buques, se arrojan algunos al
mar, y si son de alabar los sentimientos de humanidad que mostró el jefe del
barco francés, deben reprobarse los del inglés, que a ningún fugitivo quiso
recibir, aunque podía y debía considerarlos más amigos. ¡Qué horrible fue
aquella noche para algunos!
Bonet con pocos de los que
le acompañaban fueron los más serenos: aún intentó oponer desesperada
resistencia; y seguido de la compañía de guías y de algunos carabineros, se
dirigió al principal de la Puerta del muelle para que se tocase generala; pero
se excusó el oficial de la guardia, manifestando que no quería producir en la
población una alarma que podía serle funesta. Corrió entonces Bonet al baluarte
de San Carlos, y su orden a los nacionales de artillería de que rompiesen el
fuego contra el enemigo, tampoco fue obedecida; marchó hacia la plaza de San
Francisco, reunió allí la poca fuerza que aún le obedecía, y en su correría
desde la Puerta de la Reina a las Casas Consistoriales, nada consiguió y hasta
estuvo expuesto; pues el temor había armado a algunos paisanos resueltos a
apoderarse de aquel jefe, cuya obstinación podía provocar una catástrofe; no se
resolvieron a hacerlo, y Bonet al regresar a la plaza de San Francisco vio que
los carabineros se habían también dispersado, y después de buscar en vano el
medio de embarcarse en alguno de los buques extranjeros que habían admitido a
otros individuos de la junta, salió por la Puerta de San Francisco a las tres
de la madrugada, seguido de seis amigos leales.
Tratóse por algunos
de evitar nuevos compromisos y poner término a aquella situación; subieron al
castillo los señores Bas y Caro; conferenciaron con los señores Lasala y Ceruti; auxilióles también don
Camilo Labrador, Alberola, Palacios y la viuda de don Francisco García, y se
convino en que al amanecer se enarbolaría una bandera blanca en el baluarte de
San Carlos, en señal de que Alicante transigía. Efectuado así, se dispararon a
las siete los 21 cañonazos de saludo, que fueron contestados por las baterías
que circunvalaban la plaza y por los buques de guerra.
Una comisión de
corporaciones y algunos particulares fueron a recibir en la Puerta de San
Francisco al general Roncali, que se hizo esperar,
precediéndole a las doce una compañía de zapadores y dos batallones, el señor
Senosiain, dos escuadrones de lanceros y otras fuerzas, hasta el número de
5.000 hombres, y a las dos el general Roncali,
después de recibir en la Puerta de San Francisco la sumisión del Ayuntamiento,
cuyo discurso interrumpió bruscamente, preguntando qué Ayuntamiento era el que
le hablaba, pues no se le habían presentado más que tres personas de
notabilidad, a lo que repuso el regidor que llevaba la palabra, que cumpliendo
la orden del gobernador del castillo de Santa Bárbara, que designó tres
personas para la entrega de las llaves, eran las mismas que se le habían
presentado. Replicó S. E. altanero que iba a restablecer el orden y sostener
los derechos de la reina y la Constitución, y unir a los hombres de bien de
todos los matices para que expeliesen de sí las heces de la sociedad, y continuó
su marcha para la ciudad, rodeado de su Estado Mayor, y por entre las filas de
las tropas formadas por toda la carrera, ostentando en toda ella un
intempestivo ademán de conquistador, aunque no lo era, pues no había debido su
fácil triunfo, ni a su pericia militar, ni a su valor, del cual no dio ni una
sola muestra en los 28 días de bloqueo, sino a que el gobernador del castillo
faltó a la confianza en él depositada y a la fe prometida, y se puso a
disposición de Roncali.
El pueblo presenció la
entrada silencioso y triste.
Al día siguiente no se
permitió salir de la plaza a persona alguna sin una papeleta del jefe de Estado
Mayor; se la proveyó de comestibles, y aunque había tranquilidad material,
estaban agitados los ánimos por el temor, por las prisiones que se hacían, por
las desgracias que todos presentían, a pesar del ofrecido indulto. Se mandó el
desarme de la Milicia, y todos obedecieron, entregando sus armas en casa de sus
jefes.
Decía así el bando:
“Don Federico de Roncali.— Ordeno y mando:
1. Queda disuelta la
Milicia nacional de Alicante.
2. Los milicianos
nacionales que a ella pertenezcan, o los que sean de otros puntos del reino,
entregarán en el término de una hora, a los comandantes de mis compañías, oficiales
o sargentos, para que estos lo hagan en el parque de Artillería de la plaza,
toda clase de armas, municiones y demás prendas militares que existan en su
poder.
3. Igual disposición
comprende a todos los individuos que pertenezcan a cuerpos francos o fuerza de
paisanos, marineros u otra cualquiera creada por la junta rebelde.
4. Los cuerpos de todas
armas del ejército, los carabineros de infantería y caballería o fuerza de la
armada, permanecerán en sus cuarteles hasta nueva orden.
5. El que estuviere
comprendido en los anteriores artículos y faltase a ellos, será pasado
irremisiblemente por las armas.
Alicante 6 de Marzo de
1844. .—Federico de Roncali.”
Convirtióse Alicante en un
campamento, aunque no había enemigos que temer; dictábanse las medidas más severas para mantener el orden, por nadie perturbado; y
apoderándose de los jefes del pronunciamiento, se llenaron las cárceles y
cuarteles de nacionales, militaras y paisanos, y se nombró nuevo Municipio.
Bonet había roto la línea
con sus compañeros y después de vagar errante toda la noche, fue sorprendido en
un barranco que hay entre Relleu y Sella, por el
somatón que levantaron algunos pueblos en su persecución; sostúvose tenaz refriega, en la que fueron heridos don Manuel Zamora y don Pedro Menor,
éste de muerte, se dispersaron los fugitivos, y Bonet, exhausto de fuerzas por
el cansancio y la desesperación, se entregó al paisano Tomás García y Boades, vecino de Sella, que le condujo a dicha población
escoltado por el alcalde y algunos paisanos armados. Habidos también los demás
compañeros de Bonet, aquella misma tarde se encargó de ellos el coronel don
Juan Contreras, que, con quince lanceros de Lusitania, había salido en su
persecución: entró con ellos en la ciudad en la tarde del 7, y el 8 formaron
muy temprano todas las tropas en el Malecón. Difundióse la voz de que Bonet y algunos de sus compañeros iban a ser fusilados, aunque
nadie se podía figurar el número de tantos como iban a sufrir la última pena, y
el terror se apoderó de todo el vecindario al ver desfilar aquella larga
procesión de víctimas, inocentes en su mayor parte, aun del delito de rebelión
que en ellas se pretendía castigar. Veinticuatro españoles iban a ser pasados
por las armas, españoles que no habían dejado de aclamar a doña Isabel II y la
Constitución, y a los que se acusaba de desafectos a su reina.
Bonet marchaba tranquilo,
y al llegar al sitio del suplicio pronunció algunas palabras en pro de las
ideas que le habían impulsado o pronunciarse, dio un viva a la libertad, que
contestaron muchos de sus compañeros, y recibió la muerte. Cada uno de aquellos
iba custodiado por un piquete de diez hombres. A poco, veinticuatro cadáveres
ensangrentaron aquél suelo, convertido después en recinto de veneración para el
pueblo alicantino, que desde entonces celebra todos los años una fiesta cívica
el 8 de Marzo.
Los fusilados fueron: don Pantaléon Bonet, coronel de carabineros; don Simón
Carbonell, maestro de obras, don Rafael Moltó y
Pascual, comandante de nacionales de Cocentaina; don Vicente Linares y Ortuño idem idem de Funestral;
don Ignacio Paulino Miguel, capitán de nacionales de Villajoyosa; don Isidro
Pastor y Casas, teniente idem de Monforte; don José Calpena y Peinado, teniente idem de Monóvar; Joaquín Valero, carabinero; Antonio Béjar, idem;
Diego Gómez, idem; don Gregorio Sabio, comandante
capitán de reemplazo: don Manuel Zamora, nacional de Valencia; don Francisco Fernández,
comandante del provincial de idem; don José Miñana capitán de idem; don José
Valiente, teniente de idem; don Carmelo Jiménez idem idem; don Antonio Caballero
subteniente de idem; don Bartolomé Ribot, sargento
segundo de idem; don Pedro Fernández, idem idem; don Carmelo García, idem idem; don Manuel Nuñez, idem idem;
don Juan Calatayud, alférez de caballería de Lusitania: don José Ruiz Ortiz,
sargento segundo de idem; don Pedro Fraile, sargento
primero de artillería.—La señora viuda de Bonet, fue presa en Teruel; se mandó
su excarcelación el 20 de Marzo, y no se dio cumplimiento a esta orden basta el
29 de Agosto. Fue lujo de crueldad.
El 12 fueron fusilados en
Cocentaina Félix Quereda y don José Pugat: el 13 en Monforte don José Botella, y en Alicante el
secretario que fue del gobierno político don Félix Garrido.
Desde el primer
aniversario de aquella catástrofe, y subsistiendo el mismo Gobierno,
aparecieron en el Malecón 24 coronas de laurel, y en el templo de San Nicolás
se rezaba un solemne oficio de difuntos dispuesto por la piedad de personas
desconocidas. En el segundo aniversario se convirtieron las coronas en
pedestales rodeados de flores, con el nombre de las víctimas a quienes se
consagraba aquella apoteosis, y posteriormente se construyó un bello monumento
que se eleva todos los años.
RENDICIÓN
DE CARTAGENA
LXXIII
La pérdida de Alicante fue terrible para los
pronunciados en Cartagena, sólo por la esperanza, algo desfallecida, de que se
pronunciaran algunas otras poblaciones, como muchos ofrecieran y ninguno
cumplió por diferentes causas.
Aun no se sabía en la
ciudad de Asdrúbal el anterior desastre, cuando se centralizaron en la
Depositaría de rentas todos los fondos que se recaudaban a excepción de los
arbitrios municipales y locales; decretándose que los ingresos y pagos se
intervinieran por el funcionario que la junta nombrase al efecto, continuando
todas las dependencias cumpliendo en cuanto a administración y contabilidad lo
prevenido por sus respectivas instrucciones. Al saber después que quedaban
solos, si alguno temió, lo disimuló, y su Boletín continuó infundiendo valor y
resolución, y hasta se procuró atraer al ejército que les combatía; a cuyo
efecto don Francisco de P. Ruiz como comandante general de las tropas de
Cartagena, dirigió a las que la bloqueaban una alocución procurando
convencerles, vitoreando a la Constitución de 1837 y al a reina constitucional
doña Isabel II. Esfuerzos estériles; que no era en el ejército que acababa de
hacerse dueño de Alicante, donde debían esperar la mejor ayuda. Aun cuando
hubiera quienes simpatizaran con los pronunciados, era ya tarde para que se les
unieran; más podían procurar que no les abandonaran algunos de los
pronunciados.
Lisonjeado Roncali con su fácil conquista, fue inmediatamente contra Cartagena, precediéndole el
general Cotoner, segundo general en jefe de aquel
ejército, y delante de todos el Empecinado con los carabineros que entregaron
el castillo de Alicante. Considerablemente aumentadas las fuerzas sitiadoras, completóse el bloqueo por mar con el vapor Isabel II, la fragata Cristina y un falucho; la línea terrestre estaba a cargo, la
derecha, del general Córdova; el centro, del brigadier la Rocha, y la
izquierda, del general don José de la Concha; contándose en junto unos once
batallones de línea, tres de nacionales y cuatro escuadrones, con un buen
número de piezas de varios calibres que se fueron aumentando. El jefe sitiador
ordenó que se permitiera por seis días la entrada en la plaza a las madres y
mujeres de los encerrados en ella que lo solicitasen, distrayéndoles el
frecuente campaneo y luminarias de los sitiados en celebridad de supuestos
pronunciamientos. Estrechóse el bloqueo, adelantando
la línea a tiro de cañón, el cual tronaba de una y otra parte; el 13 (Marzo)
tenía establecido Roncali su cuartel general en los Marcelinos; se ocuparon varios edificios avanzados, efectuó
el 14 un reconocimiento sin que de la plaza se hicieran más disparos que los
del fuerte de San Julián a las Escombreras, ocupadas por dos compañías, que
ejecutaron algunas obras de defensa, y las necesarias en la casa del bosque
para una batería de obuses de a 24, y no dejó de extrañar a los sitiadores el
que los sitiados no hubieran presentado alguna resistencia a la ocupación de
puntos que ofrecían defensa, y cuya conquista hubiera costado sangre
necesariamente.
Así sucedió el 17, que al
observar al amanecer los cercados, que sus enemigos se habían apoderado del
inmediato barrio de San Antón y preparaban una batería, hicieron fuego algunos
cañones de los baluartes de la muralla que dan al frente de aquel punto, y una
compañía de la milicia nacional de la plaza, se desplegó en guerrilla por la
Alameda, ínterin salía la fuerza franca de servicio del batallón provisional de
la misma, como lo ejecutó; pero reforzadas las tropas del gobierno, marchó
rápidamente el capitán don Manuel Andía, con su compañía de cazadores de Gerona
a ocupar el barrio a toda costa, en unión de la anterior fuerza; reforzáronse aún más los contrarios, y los pronunciados lo
hicieron a su vez por más tropas de Gerona mandadas por los comandantes
Martínez y Gavilá, dos piezas rodadas a las órdenes
del subteniente del arma don Jaime García, y la caballería a las del conde del
Valle. Atacando de frente Andía y Gavilá y de flanco
Martínez, se apoderaron de las posiciones y casas aspilleradas que abandonaron
sus defensores, retirándose por el camino de Orihuela y Murcia, batiéndose con
los que les acometían de cerca. Nuevos refuerzos empeñaron otra vez el combate,
en el que no llevaron la peor parte los pronunciados, si es que no obtuvieron
la victoria, que como tal presentaron al público la jornada de aquel día; y era
triunfo la ocupación de parte del barrio de San Antón.
La construcción de las
baterías de sitio era uno de los preferentes cuidados de Roncali,
y de los de la plaza el impedirla: los cañones de la muralla, y los de los
castillos de Moroc y Despeñaperros tronaban con
largos intervalos, habiendo día que ningún disparo se hizo, lo que facilitó el
emplazamiento de las baterías, que eran bastantes las que se construían. Ya el
22 arrojaron los cañones de la plaza y baluarte cerca de 300 proyectiles,
contestados por los obuses y morteros sitiadores. El fuego de este día hizo que Roncali dirigiera una comunicación al ayuntamiento de
Cartagena calificando de alevoso aquel fuego, al que no pudo menos de
contestar, aunque con economía; que aquella ciudad quería su ruina cuando no
abría sus puertas al ejército de una reina tan angelical como clemente; que
entraba en sus principios humanos el hacer la intimación antes de romper el
fuego; mas puesto que la plaza había tomado la iniciativa, excusada era
aquella, y no tendría que repetirla cuando llegara el momento, y que pensara la
ciudad lo que la convenía más; si volver a la obediencia de S. M., o sufrir
todos los rigores de aquel día, porque ya había recibido mensajes de la plaza.
El ayuntamiento en su
vista, comisionó a sus compañeros Rolandi, Alcaraz y
Berger para conferenciar con el general, manifestándole en el oficio en que se
lo participaba, suspendiera en tanto toda la hostilidad que pudiera perjudicar a
la población. Recibidos por Roncali, les marcó hasta
las doce del día 24 para entregarse a discreción.
Satisfecha volvía la
cornisón, y los cónsules francés e inglés a la plaza, cuando se encontraron la
puerta cerrada y en hostilidad a sus defensores, si bien esto era efecto de la
indignación que produjo en alguna parte del pueblo y los soldados el embarque
de los jefes de la insurrección, indignación que estuvo a punto de producir una
catástrofe a no impedirlo el ingeniero de minas don Felipe Caballero, con
algunos nacionales, que tuvo valor y habilidad de evitar la intentada voladura
de un depósito de 2.000 quintales de pólvora; llegándose a decir que los
autores lo iban a ejecutar, metiéndose ellos en el polvorín y volar juntos:
¡bárbara resolución y feroz valentía!
La noticia de la
capitulación produjo algunos desórdenes, más acentuados por el embarque de los
jefes de la insurrección después que comprendieron la inutilidad de la
resistencia por grandes que fueran sus esfuerzos, llenándose la Villa de Madrid
y algunos otros buques, con cuantos en ellos cupieron, para buscar su salvación
en tierra extraña. Los nuevamente sublevados obligaron a algunos a desembarcar,
pero allí no había ya jefes; todos se agitaban por extraños impulsos, era
verdadero el desorden y grande la anarquía; esperando contenerla abriéronse las puertas de la prisión donde permanecía el
anterior gobernador de la plaza don Blas Requena, que se dirigió al cuartel de
Gerona; vio a las tropas en actitud de resistirle, resolvió hacerse fuerte en
la plaza del Ayuntamiento con los nacionales, desechando la proposición de la
tropa para volver a su prisión; no se le reunieron los nacionales bastantes; se
apoderó de él la tropa, conduciéndole al cuartel para fusilarle a su frente:
pidió le oyeran antes, les habló con el lenguaje que convenía al desorden en
que se hallaban, procuró fascinarlos contra el general que les había abandonado
y contra los oficiales que estaban presentes, ofreciéndoles ponerse a su cabeza
y morir con ellos en la defensa de la plaza; y produciendo su efecto la
excitación, en vez de fusilarle le aclamaron su general. Los oficiales
desaparecieron.
Requena, salió del cuartel
con fuerza reunida a reponer los repuestos y reunir la restante hasta la puerta
más próxima al campo sitiador; se presentó entonces una nueva conmoción de
oficiales excitando a la tropa; se sobrepuso Requena, y cuando ya tenía reunido
todo el regimiento en la Puerta de Madrid, la clase de sargentos, por sí, o
excitada por nuevos oficiales, que llegaban, se presentó a reconvenirle;
necesitó nuevo esfuerzo para animar al soldado contra esta clase numerosa o
influyente, ofreciendo que las hostilidades cesarían dos días para el embarque
y entrega con seguridad.
Peligroso cada momento, le
fue preciso fomentar la insubordinación, declarando que allí era igual a su
último soldado, que todo se haría sin secreto y a gusto de la mayoría; hizo
persuadir con ofertas y dádivas a algunos soldados para que se le dirigieran en
comisión, pidiendo abreviase el término y salir a dar un abrazo a los
compañeros de los batallones 1.° y 2.° de Gerona en el ejército sitiador; les
oyó al frente de la fuerza; encomió la oportunidad; pidió la votación, y
respondiendo algunos, viva el general, esto le bastó. Se amparó tanto de ellos,
que tuvo ya la mayoría, pidiéndole esta castigara a la milicia nacional que les
había engañado y comprometido. No era esto realizable, y sólo procuró terminar
pronto aquella peligrosa situación, temiéndose una reacción a cada momento, y
salió al campo para dar entrada a los sitiadores.
A la vez que esto sucedía,
se iba aumentando la alarma y el desorden en algunos puntos de la ciudad, y en
la noche del 21 se reunieron todas las autoridades y personas respetables,
quienes después de mucho discutir no pudo haber avenencia entre los que deseaban
la capitulación y los resueltos a resistir. La sumisión tuvo, sin embargo, más
partidarios, y con la intervención de los cónsules inglés y francés se convino
en ella. No la aceptaban todos a la mañana siguiente; se soliviantaron las
pasiones, hubo desórdenes; pero venció Requena, como hemos visto. Riquelme
ocupaba el castillo de Atalayas y Concha el de Moros, y la plaza abrió una de
sus puertas al brigadier Laviña, siguiéndole el
general Córdova, entrando después Roncali con el
resto del ejército.
Los principales
comprometidos y cuantos temieron las consecuencias de sus actos, se embarcaron
para Orán y Gibraltar; otros se refugiaron en las casas de los cónsules, bien
llenas, y se dio pasaporte a muchos. Cartagena no presenció los suplicios que
Alicante: sin la generosidad no hubiera sido tan fácil su conquista. Se
entregaron las armas y fornituras; se pagó la contribución de 10.000 duros, a
que redujo Roncali la de doble suma que impuso; se
alojaron las tropas en las casas, por destruido el mobiliario de los cuarteles;
se nombró un Ayuntamiento interino, y se adoptaron y obedecieron otras,
providencias secundarias, reinando completa calma en la ciudad, que festejó a
poco solemnemente a su querida Virgen de la Caridad.
TRIUNFO
ELECTORAL DE LOS PROGRESISTAS EN MADRID—BANQUETE
LXXIV
En el año 1844 comenzó el
movimiento político con las reuniones electorales, importantes siempre de suyo.
En la que en el teatro del Genio tuvieron el 2 de Enero los progresistas,
proclamó Madoz la unión de todos sus correligionarios para conjurar, decía, el
peligro que amenazaba a la libertad, y para que la elección de cinco diputados
y una terna de senadores que se habían de efectuar en Madrid el 8, fuera la
verdadera expresión de las aspiraciones todas del partido. Acordóse la candidatura y se trabajó con decidido empeño para hacerla triunfar. A su
frente se puso la candidatura parlamentaria, y sus partidarios manifestaron
que, colocado en contraposición el nombre de Olózaga, la lucha era entre la
reina y un hombre, y aun se atrevieron a decir que entre la monarquía, el orden
público y las instituciones, contra la rebelión y la anarquía.
Siempre excita la pasión
política y aun extravía; pero en los periodos electorales la exageración no
tiene cauce: do todo se hacía arma de partido; hasta se prohibió a las
orquestas de los teatros tocar himnos patrióticos, que habían sido causa alguna
vez de manifestaciones más ruidosas que trascendentales.
El partido progresista empezó a unirse con
estas elecciones, y considerado esto como un peligro por sus contrarios, usaron
de menos tolerancia, y en algunas provincias se permitieron las autoridades
ciertos excesos, que evidenciaban en sus autores la carencia de las altas dotes
que deben adornar a toda autoridad que no halla en la ley y en su inteligencia
lo que no ha de buscarse en la pasión y en la arbitrariedad.
Prenda de unión empezaron a
ser estas elecciones para el partido progresista, que bien la necesitaba, aun
cuando con ella atormentara a sus enemigos en el poder, que fomentar la
desunión les interesaba. Mas sus esfuerzos se estrellaron en Madrid, donde
siempre ha tenido mayoría el partido progresista. De 13.319 electores tomaron
parte 7.013, triunfando la candidatura progresista por unos 2.000 votos de
mayoría; pues al obtener Cantero 4.423 votos, que fue el máximum, don José
María Nocedal, el que más, no pasó de 2.988. Olózaga quedó de tercer suplente,
por sólo haber obtenido 3.687 votos, pues no todos los progresistas quisieron
olvidar al cantor de la Salve.
Los mismos sufragios que
obtuvo, no dejaron de alarmar a los moderados, por ver en aquéllos un cambio de
la opinión que daba ya entrada a las protestas y palabras de Olózaga desde
Lisboa, y preguntaban sus órganos: «¿es que han votado en Madrid los que
constituyen su inmensa mayoría?» No: contestaba El Heraldo, porque
la conducta del gobierno no satisface completamente. De aquí las
lamentaciones de que estuvieran en pie todos los elementos de la revolución:
error lamentable de nuestros partidos políticos, que no han tenido las más de
las veces el valor de asegurar lo bueno o conveniente que sus rivales hicieran;
y aquellos lamentos se dirigían cuando se renovaban todos los empleados, toda
la magistratura, en la que había personas dignísimas, y se nombraba para jefes
políticos y para otros cargos no menos importantes a acusadores y
perseguidores, no sólo de progresistas, sino de liberales. Fueron desembozadas
las censuras al gobierno, por haber perdido las elecciones en Madrid,
desconociendo su trascendencia, y decía la prensa, que no parecía sino que
bebían las aguas de Leteo los individuos del ministerio cuando pasaban los
umbrales de la Secretaría.
Los progresistas, en
cambio, estaban, como no podían menos, bien satisfechos, y su junta directiva
de elecciones de Madrid, dio el 23—Enero—las gracias a sus correligionarios por
haber correspondido al llamamiento que les hizo en nombre de la patria y de la
reina constitucional; expuso la importancia del combate legal de los partidos
que comprenden sus verdaderos intereses, ofreciendo el espectáculo más sublime
al mundo civilizado, y mostrando su dignidad personal, su cordura y sensatez;
que donde esto sucede había echado el gobierno representativo profundas raíces,
que esa máquina artísticamente montada para que cada rueda concurriera con su
peculiar impulso al movimiento armónico del todo, no se parara jamás, si bien
alguna vez se perdería el equilibrio; que se entregaran los electores
tranquilos y satisfechos a sus domésticos negocios, y a descansar en paz,
aunque no dormirse a la sombra del laurel de la insigne, victoria conseguida,
confiando en los diputados electos que tenían graves compromisos por la causa
de la libertad: que la unión era la necesidad de la época, necesidad fundada en
las afecciones del corazón, en los consejos del entendimiento, y en los avisos
de la historia, de ese espejo de la verdad que nos presenta en el cuadro de lo
pasado el anuncio de lo venidero.
«La historia
contemporánea, añadía, nos revela en efecto, que con la unión franca y sincera,
cimentada sobre un completo olvido de fugaces disensiones relegadas ya al
juicio de la posteridad, el partido progresista es invencible, el porvenir es
suyo, y suya la dirección de los negocios públicos, porque sus creencias y sus
opiniones forman parte del derecho constitucional de la Europa emancipada,
están en perfecta armonía con las tendencias del siglo, y representan los
intereses sociales y materiales de los pueblos. Sigan, pues, con fe y
perseverancia los electores del partido liberal de Madrid y provincias la línea
de conducta que se han trazado; secúndenles en tan noble propósito los de toda
la Península, y un éxito feliz coronará los gloriosos esfuerzos de los que
siempre han sido leales al trono de sus reyes, a la causa de la libertad, y a
los poderes constitucionales que la simbolizan».
El triunfo electoral le
felicitaron los progresistas con un banquete, al que invitaron al jefe político
señor Banavides y a algunos individuos de la
diputación provincial y comisionados de distrito de opuestas opiniones,
excusándose el primero con la finura que le distinguía, y con menos los demás.
Presidido por Arguelles,
brindó el primero por la reina constitucional, dando las gracias por su
elección y protestando de sus constantes sentimientos de amor a la libertad:
Cortina por la unión del gran partido progresista; que abría a sus ojos un
risueño porvenir; Madoz dijo que si en un momento de obcecación pudo
desenvainar su espada en defensa de una causa que tan funestos resultados había
producido, no tardó mucho en conocerlo y confesarlo; protestó de su amor a la
reina y la libertad, por las que había derramado su sangre, y brindó por el
colegio electoral de Madrid y su provincia: Cantero, que era la décima tercera
vez que le nombraba su representante, manifestó que nunca le había lisonjeado
tanto el serlo como entonces; dio las gracias a los electores, y brindó por la
Constitución y la reina constitucional: Miralles por la Milicia nacional de
todo el reino; Sagasti, después de leer ocho versos de escasa poesía a la unión
de los liberales, brindó porque fuera sincera y eterna la de todos los
progresistas: don José María Fernández de la Hoz, aseguró al partido del
progreso tan amante do la ley y del orden como de la libertad, que podía contar
con su cooperación franca y sincera para conservar en su integridad y pureza la
Constitución de 1837, dar lustre y brillo al trono y la merecida consideración a
las corporaciones populares, brindando por la reina constitucional,
Constitución y progreso: Ángulo por el colegio electoral y la unión: Lerin por la nacionalidad polaca y la unión de todos los
liberales progresistas de Europa: Luxan por la reina constitucional,
Constitución del 37, y unión del partido del progreso: don Juan Seoane leyó
unos versos a la unión de los liberales: los señores Damián, Romeral y Barreras
brindaron por los distritos, por la junta directiva y por la abolición del
diezmo y desamortización; y Guardamino se acordó de la prensa independiente, de
la que tanto esperaba el partido del progreso y no fue invitada. Pocas veces
debió serlo con más justicia y necesidad, ¡y eran progresistas! partidarios de
todas las libertades, que olvidaban, ya que no digamos desdeñasen, a los que
consideraban el cuarto poder.
DESARME
DE LA MILICIA—DESGRACIAS EN ZARAGOZA
LXXV
Estos alardes alentaban indudablemente al
partido progresista, y le iban uniendo a costa de la alarma de sus contrarios;
y aun cuando el gobierno y las autoridades sensatas, temían aún lanzarse a una
reacción franca, hubo funcionarios como el jefe político de Salamanca, señor
García Herreros, que borró los artículos de la Constitución que había
estampados a la subida del edificio del Gobierno, impidió la publicación de las
actas y documentos de la Diputación, relativos a este hecho, y expulsó por sí
mismo del salón de sesiones de la Diputación al pintor que, según acuerdo de la
misma, estaba escribiendo los artículos de la Constitución que él había
borrado; y esto después de haber escrito el 50, el 2.° y a medias el 6.°
El pueblo armado, que no
deja de ser un elemento temido de todo poder, no podía me nos de serlo del que
lo ejercía a la sazón, aun cuando tanto ayudó al triunfo de la coalición en
muchos puntos, y estaba bastante mermada su fuerza. Se desarmó a la Milicia
nacional de Burgos, Valladolid y San Sebastián, y en breve a la de casi toda
España, sin que hubiera desgracias que lamentar, excepto en Zaragoza.
Aunque con arreglo al art.
2.° de la capitulación de Zaragoza, se habían recogido bastantes armas de la
Milicia, aún se trató de reorganizarla, y ordenó el 13 de Enero el ayuntamiento
a los comandantas de batallones y escuadrones, que en el término de seis días
recogieran las armas de los individuos que por no reunir las circunstancias
necesarias consignaba en una lista, facultándoles para no hacerlo con los que
los expresados jefes creyesen las tenían y hubieran sido calificados
equivocadamente. Algunos jefes vieron que el municipio exigía tantas o mayores
circunstancias para ser miliciano como para ser elector, lo cual no
consideraban legal. Mediaron contestaciones, y en vista de la dada por el
ayuntamiento, a la que los comandantes suscribieron el 16, el del cuarto
batallón, teniente coronel de infantería don Lucas Piñeiro de Bermúdez, reunió
en su casa a los capitanes, les enteró de lo determinado por el ayuntamiento,
manifestaron con recibo haberse entregado en los días de desarme, en la casa de
Misericordia, más de 6.000 armas completas, por lo que creían hallarse
cumplimentada la orden, así como consideraba disuelto el batallón por la que
ahora se daba, a cuya virtud renunciaba a su mando su comandante devolviendo su
título. Los capitanes del tercer batallón, consideraron el mandato como fuera
de la ley, respetaban la medida, y no pudiendo negarse a darla cumplimiento, y
salvando su responsabilidad de faltar a la ley, renunciaron sus cargos.
El municipio remitió al
capitán general el oficio de Piñeiro para que se entendiera con aquella
autoridad, advirtiéndole que el suponer que el objeto principal de los acuerdos
de aquella corporación había sido recoger las armas de la Milicia nacional, era
una injuria punible.
Presentábase al capitán general y
subinspector de la Milicia la ocasión, que, si no deseaba, no huía, y sin
apelar, ni el municipio a otros medios conciliatorios que hubieran ahorrado
desgracias o dado mayor fuerza a la razón, mandó el 22 disolver la milicia de
infantería, artillería y zapadores-bomberos; —la caballería había
obedecido;—que desde las nueve a las dos de la tarde entregaran todas sus
armas, fornituras y municiones, y en el término de tres días recogerían los
comandantes de compañías el vestuario y lo pondrían a disposición del
ayuntamiento, procediéndose a la reorganización de la Milicia con arreglo a la
ley.
Entregáronse a su virtud algunas
armas, pocas, y no parecía muy dispuesta la Milicia a entregarlas, por creer
unos ofendido su amor propio, otros por considerar que el tenerlas era una
garantía para la libertad, o incitados varios por excitaciones y pasquines que
les llamaban a las armas para defender la Constitución y la reina.
Empezaron a formarse
grupos, se vitoreó a la Constitución y la libertad, hubo algunas corridas, se
publicó a las dos de la tarde la ley de 17 de Abril de 1821, principiando por
el café de Jimeno, donde se dieron voces subversivas, y ya trataran algunos de
apoderarse de los bandos o tomaran actitud más o menos hostil, no pasaron a
vías de hecho, cuando la tropa del piquete hizo una descarga sobre la multitud,
resultando varios muertos y heridos, y entre los primeros un niño. Se
disolvieron los grupos, se empezaron a efectuar prisiones, y el capitán general
publicó el mismo día 22 un bando declarando la ciudad en estado de sitio hasta
que la tranquilidad se hallase completamente restablecida, y mandando que se
condujese de entregar las armas en plazo que fijaba en el día siguiente,
conminando con la pena de muerte y ser juzgados por una comisión militar los
que contravinieren a lo mandado; que se harían visitas domiciliarias, pasándose
por las armas al dueño de la casa en que se hallaren, y se prohibía la reunión
demás de tres personas en las plazas y calles, dispersándose por la fuerza el
grupo que excediera de este número.
Obedecido este bando, al
día siguiente se levantó el estado excepcional.
TENDENCIAS
OPUESTAS
LXXVI
Las declaraciones de estado de sitio a que dio
lugar el pronunciamiento de Alicante y Cartagena, hizo enmudecer a la prensa
progresista, no sin protestar antes contra una medida que calificaron
públicamente los redactores de aquellos periódicos de ilegal, atentatoria y
tiránica.
El poder iba viendo
desembarazado su camino, aunque temía los pronunciamientos, por los que no
dejaba de trabajarse; y en verdad que más justificados podían serlo entonces
que en 1843; pero era grande el cansancio político, por lo mucho que habían
sufrido los progresistas, bien infructuosamente, y aunque menudeaban los
emisarios y se concertaban elementos, poco antes heterogéneos, ni el
pronunciamiento sostenido de Alicante y Cartagena, ni el presentar como un
sarcasmo la estancia en el poder del ultrajador de la reina madre, ni lo hecho
con Olózaga, ni la prisión de diputados, como Cortina, ni el desarme de la
milicia, ni la reforma deja ley de ayuntamientos, ni la reacción, que era
evidente, movieron las masas para lanzarlas a la insurrección, ni aun para
libertar á la reina cuando los progresistas, que no querían hacerla solidaria
de los actos de los gobernantes; declararon que no estaba libre.
Y los moderados se lamentaban de que el
gobierno, en vez de reponer a empleados cesantes de 1840, colocaba a favoritos
sin méritos; llamaban a la situación infructífera, de la que se apartaban
muchos, que ni era la continuación del pronunciamiento, ni lo era de reparación
y de justicia; publicaban que era grande el descontento que cundía, y que, como
amagando una tormenta, reunía contra el gobierno odio, y explotaban en daño
suyo sus errores, su lentitud y hasta los defectos personales de sus
individuos: un sistema queremos, decían, no una desorganización más legalizada.
Lo que querían era volver decididamente en todo a 1840. Esta ha sido siempre la
lógica de nuestros partidos políticos.
Al mismo tiempo anunciaba El
Heraldo, entusiasmado, que habían vuelto a restablecerse las buenas
relaciones de amistad y fina correspondencia que entre los señores general
Serrano y don Luis González Bravo, existían antes de la desagradable escena
ocurrida en el Congreso. Importante era la amistad del general, por lo que ya
se hablaba y no con la mayor reserva, de los muy elevados favores que obtenía.
En tanto, el general don
Manuel de la Concha, inspector de infantería, dimitía el cargo por no acceder a
exigencias injustas y arbitrarias, él que tan opuesto había sido a la
aprobación de los grados concedidos por las juntas revolucionarias, dando el
ejemplo de renunciar el suyo. Le reemplazó Soria, no aceptó Serrano reemplazar a
Butrón en la inspección de caballería, que se confirió a Pezuela, gobernador
militar de Madrid, y aunque algunos designaban para este gobierno a Prim, se
nombró al general Shelly que estaba de jefe político de Barcelona.
Los que proclamaron volver
decididamente en todo a 1840, dijeron a los pocos días: «Esta situación no
puede enlazarse con la del partido que sucumbió en Setiembre, porque una
revolución espantosa y de inmensa trascendencia alteró no sólo su posición,
sino las necesidades que sentía entonces; de tal modo, que los hombres
monárquico-constitucionales de la catástrofe de Valencia, expresión más o menos
pura del gran partido que se distinguió por aquel nombre, ni hoy serían los
representantes de sus creencias, ni los adictos á ellas les confiaran
ciertamente el dirigirlas ni salvarlas. Los partidos pensadores y leales tienen
que pesar los hechos y aprovechar también sus escarmientos».
PRISIÓN
DE CORTINA Y OTROS
LXXVII
El origen del gobierno que
regía los destinos del país, exigía una política de fuerza; y aunque algunos de
los elementos que la componía o le ayudaban, querían legalizar aquella
situación, y demostrar que; sin peligros que temer, no pretendía faltar a la
ley, sino tenerla por norma de todos sus actos, como les faltaba la primera
base, pues eran poderosos y cada vez más numerosos sus enemigos, les importó lo
primero su propia existencia. A los elementos que les combatían, se añadieron
los pronunciamientos de Alicante y Cartagena, y considerando cómplices de ellos
a algunos diputados influyentes que residían en Madrid o con el ánimo de
aterrorizar con un acto inusitado, cual era atacar la inviolabilidad del
diputado, se acordó en Consejo de ministros la prisión de los Sres. Cortina,
Madoz, Garnica, Garrido (don Joaquín), Linares, Verdú y Pérez, que fueron
conducidos a la cárcel de corte el 1.° de Febrero, incomunicados y a
disposición del juez de primera instancia (1): eludieron la prisión don José
María López y Llanos y Ors.
Este célebre proceso fue
sólo un ardid; estribando todo su fundamento en la comparecencia de un agente
de policía que ante el jefe político declaró ser los acusados autores y
cómplices de la sublevación de Alicante; comparecencia que no existió cuando se
negó la ratificación de la denuncia, que pidieron los defensores, y sobre todo,
cuando la prisión fue efecto de un acuerdo del Consejo da ministros, lo cual
era un atentado contra el artículo 63 de la Constitución. El gobierno hizo
ejercer a S. M. funciones judiciales, aplicando las leyes a este caso
particular, calificando el mérito de los documentos y la complicidad y
delincuencia de los procesados.
Y coincidencia notable,
eran los autores de la amnistía por la que estaban en el poder los que les
encerraron en calabozos. Dimitió Cortina los cargos que tan dignamente ejercía,
entablaron recurso los procesados para que se acelerase la causa á fin de dar
al país conocimiento de ella y no fuera un obstáculo á su reelección, y hasta
expusieron a la audiencia en 21 de Junio que se ventilara por los trámites
legales la inocencia de los procesados, pues de otra manera y quedando impune
la calumnia, se perdería para siempre la seguridad y la honra de los
ciudadanos.
PROYECTOS
DE SUBLEVACIONES CARLISTAS
LXXVIII
Los carlistas que, en no pocos puntos, habían
ayudado a derribar la regencia de Espartero, y que se habían lisonjeado con
esperanzas que no vieron realizadas, no podían, según su doctrina, permanecer
indiferentes en aquel bregar de opiniones, en aquella interesada contienda, y a
ella se lanzaron, no en el terreno legal al que han tenido decidida repugnancia
por no aceptar lo que sus eternos enemigos les concedían, y al aceptarlo
demostrar que lo admitían, si no en el terreno de la fuerza, al que han
mostrado siempre amorosa predilección. Empezaron a conspirar de nuevo; se
descubrió en Madrid la organización de una partida que debía aparecer en las
Rozas; frustrado su intento, se trató de formar otra en Castilla la Vieja que
dirigiría el teniente coronel de procedencia carlista don José Amerle, a quien pretendieron inútilmente sacar de la cárcel
(Enero 1841); se descubrió después otra nueva conspiración en las
Encartaciones, prendiéndose al cura Lanzotegui, a
quien se encontró fabricando balas, al sacerdote Bilbao, al comandante Larrumbe
y a otros. Dióse alguna importancia a este
descubrimiento por el número de los afiliados, unos 300, los papeles que se
hallaron y la seguridad que se adquirió del gran empeño que mostraban los
emigrados carlistas por encender de nuevo la guerra civil, estimulándoles el
sostenimiento de las partidas del Maestrazgo, a las que era preciso ayudar,
aprovechándose a la vez de la perturbación que producían los pronunciamientos
de Alicante y Cartagena; así que la diputación vizcaína, que no prodigaba
dirigir la palabra a sus administrados, la dirigió en esta ocasión para
decirles que «ambiciosos y perturbadores de oficio, que quisieran especular con
revueltas y trastornos, medrando a su sombra, habían elegido aquel país para
teatro de sus planes, enviando desde tierra extranjera agentes que, con
mentidas y halagüeñas promesas les seduzcan y arrastren; que estaba reciente la
memoria de los desastres de que habían sido víctimas, humeaban sus hogares y la
sangre de sus hijos, y no esperaba que hubiese ningún buen vizcaíno que se
prestase á ser dócil instrumento de los infortunios de una nueva guerra en una
provincia tan crudamente castigada; por lo que les amonestaba la diputación, no
solo a mirar con desprecio y horror a los agentes, sino á denunciarlos,
recomendando a los alcaldes vigilarles»
Una pequeña partida que se
presentó en el Burgo de Osma fue capturada por los vecinos de Santibañez; y en la provincia de Gerona, por los somatenes
de Vidrá, Vallfogona y Ripoll, varios de los que se
hallaban ocultos en las escabrosidades para lanzarse a la lucha, los cuales
fueron fusilados, de cuyo terrible fin se libraron los que se vieron
contrariados de entrar en España por la exquisita vigilancia de las autoridades
francesas, como sucedió a muchos, entre ellos a Forcadell.
La actividad de las
autoridades y la eficaz ayuda que prestaron los pueblos, impidieron se
reprodujera la guerra civil: el barón de Meer dio las
gracias el 18 de Abril, a los catalanes y al ejército por lo que habían hecho.
En las provincias de Lugo
y Pontevedra perturbaban la paz y cometían excesos algunos restos de anteriores
partidas carlistas, capitaneados por don Domingo Arias Castrovilar,
el presbítero don Francisco Fernández y los hermanos Ceide que, cogidos y sometidos a la comisión militar, fueron fusilados el 8 de Marzo
en Lugo, prefiriendo la muerte a implorar la piedad de la reina, haciendo las
declaraciones a que con interés se instaba al primero. Otros fueron condenados a
obras públicas.
También se intentó
trastornar el orden en Navarra, donde avisadas las autoridades, se efectuaron
prisiones más o menos justas, y se aseguró la tranquilidad, por la que se
interesaron los pueblos, de cuyo comportamiento se mostró altamente satisfecho,
y lo expresó así el 20 de Abril desde Pamplona el capitán general Warleta.
EL MAESTRAZGO — EL GROG, LA COBA, MARSAL Y EL SERRADORLXXIX
Como si no quisiera perder
España sus antiguas y belicosas tradiciones, o hubiera de estar condenada a
tener siempre abierto el templo de Jano, no bien había terminado una guerra
civil, se sucedían los pronunciamientos, y se trataba de emprender otra nueva
lucha, porque bastaba la decisión de un hombre osado para hallar, secuaces y
poner en conmoción una comarca o todo un distrito.
Al comenzar el año de 1841, Tomás Peñarroja (a) el Groc del
Forcall, que había sido capitán de realistas y carlista, divagaba con dos o
tres de los suyos por las cercanías de su pueblo, sin haberse querido acoger a
indulto y proclamando a Carlos V algunos presos fugados de la cárcel de
Morella, y otros aumentaron su partida, permitiéndole extender el círculo de
sus correrías, menudear los atropellos y ejecutar asesinatos. Esto ocasionó que
se hiciera más vigorosa la persecución: la emprendió personalmente el general
del distrito don Pedro Chacón, valiéndose de la persuasión y de los medios más
dulces, prodigando beneficios a los pueblos para que le ayudasen; no lo
consiguió: tuvo que apelar a las medidas que le daba la ley, publicando la de
17 de Abril de 1821, en un bando que fechó en Morella el 14 de Octubre de 1842,
aplicable a los distritos de esta ciudad, Albocacer y
San Mateo; no bastó esto tampoco, y cuando el general don Juan de Zavala se
encargó del mando del distrito, ocupó con tropas la mayor parte de los pueblos
del Maestrazgo, los visitó personalmente, mandó bloquear todas las masías para
mejor distinguirlas, y logró que saliesen somatenes, auxiliando a los pequeños
destacamentos que operaban de noche a la caza de aquellos partidarios, siempre
que se presentaban en sus términos. Se fusiló á muchos cabecillas a fines de
Mayo de 1843, desaparecieron completamente las partidas, y el Groc, La Coba, Taranquet y Marsal tuvieron que esconderse en las cuevas más recónditas
del país. Zavala pudo vanagloriarse de haber exterminado en poco tiempo y
merced á su gran pericia y celosa actividad, aquellas partidas que llevaban más
de dos años de existencia, burlando a sus perseguidores.
Bando.—No habiendo sido
suficientes los esfuerzos y fatigas con que las beneméritas tropas se dedican
ala persecución del bandido Tomás Peñarroja (a) el Groc y sus secuaces, para lograr su exterminio, por la
indudable protección que le dispensan algunos habitantes del país desde algunos
pueblos y masías al paso que la gran mayoría de los que residen en el mismo
solo desea conservar la paz de que actualmente se disfruta; y persuadido de que
estos, conociendo sus verdaderos intereses, se prestarán gustosos a cooperar,
por cuantos medios se hallen a su alcance a que desaparezcan los pocos
criminales que con sus rapiñas y vagancia sostienen las esperanzas de los
ilusos; autorizado como lo estoy por el gobierno para adoptar medidas en
extremo rigurosas, he tenido por conveniente, mientras las circunstancias no me
obliguen a otra cosa, reducirlas por ahora a lo siguiente:
Artículo 1. Las justicias,
ayuntamientos y vecinos de los pueblos de los tres partidos judiciales de
Morella, Albocacer y San Mateo, cumplimentarán, bajo
la más estrecha responsabilidad, las disposiciones que dicte la autoridad
militar en la parte que tenga relación con la persecución de los facciosos o
ladrones, y toda clase de malhechores.
Art. 2. Quedan sujetos a
la misma autoridad todas las personas que tengan comunicación con los bandidos,
las que participen de sus crímenes, las que los auxilien, abriguen o protejan
de cualquier modo, las que pudiendo no contribuyan a su exterminio, y las que
no den parte de su situación y movimientos.
Art 3. Los comandantes
militares de los referidos partidos quedan autorizados en su demarcación para trasladar
la residencia de unos pueblos a otros de todas las personas, cualesquiera que
sea su clase, que por sus antecedentes y conducta Sospechosa den lugar a esta
medida, dando cuenta al comandante general de la provincia de los datos en que
la hayan fundado, quien después de rectificarlos cual conviene, la someterá a
mi aprobación, y me propondrá y resolveré su confinamiento más lejano si lo
considerase necesario.
Art. 4. Las justicias de
los pueblos donde, o en su término, se presentaren los referidos malhechores,
además de los partes que deben dar, según las disposiciones que hasta aquí han
regido y de tocar á rebato, deberán perseguirlos sin demora por los medios que
se hallen á su alcance, y si no lo hicieren pagarán una multa de 1.000 reales
vellón por cada uno de aquellos, repartida la mitad entre los mayores
contribuyentes y la otra mitad entre los mismos individuos de justicia y demás
vecinos.
Art. 5. El masovero por
cuyo término pase uno o más facciosos y no haya dado los partes prevenidos,
será multado según su posibilidad por la primera vez, ya la segunda le será
cerrada la masía. Esta misma disposición se tomará si en ella se hubiesen
ocultado, además de los procedimientos á que su connivencia haya dado lagar.
Art. 6.° Todas las
diligencias y sumarios que produzcan las contravenciones a los articules
anteriores se instruirán militarmente, con arreglo a lo dispuesto en la ley de
7 de Abril de 1821, hasta el tiempo de fallarse en consejo de guerra si fuese
necesario.
Art. 7. En el Boletín
Oficial de la provincia se publicarán los nombres de les contraventores a las
disposiciones que anteceden, las multas que se les haya existido y la inversión
que con mi aprobación se dará.
—Dado en Morella a 14 de
Octubre de 1842.—El capitán general del distrito, Pedro Chacón.
La revolución de Junio y
la marcha de Zavala, dejaron desguarnecido el teatro de las correrías de
aquellos tenaces partidarios, que salieron de su 3 guaridas, reunieron su
dispersada gente, ayudándoles el levantamiento del estado de sitio, dispuesto
con mejor deseo que acierto, el 11 de Setiembre, por satisfacer los deseos de
los que por hacer oposición al gobierno, combatiendo aquel estado excepcional,
le interpelaban: dejaron de recibir los comandantes de las columnas que allí
operaban los avisos que tanto necesitaban; se envalentonaron los carlistas a la
vez que se amilanaron los habitantes pacíficos; volvieron a tomar las armas los
indultados, y merced a la eficacia y constante persecución que les hizo el
coronel Zavala y el brigadier Campillo, se presentaron a indulto unos 60 entre
jefes y mozos, quedando solo unas cuatro o cinco partidas de diez á veinte
hombres la mayor. Pero no había tropas para ocupar el país militarmente y
evitar actos de audacia, como el que ejecutó el 13 de Noviembre el Groc, que con solo diez hombres entró en su pueblo de
Forcall, fusiló en la plaza ante un numeroso vecindario al secretario del
ayuntamiento y a un preso qua llevaba, demolió la fortificación, reunió á todos
los mozos que sabían tocar instrumentos, y con música y aguardiente celebró sus
actos delante de las víctimas: se volvió a marchar tranquilo, satisfecho de la
apatía de aquellos vecinos, merced a la cual penetraba en muchos pueblos, se
apoderaba de los caudales públicos, ponía a precio la vida de los ciudadanos, y
cometía toda clase de atropellos, como en Canet y la Roig.
Para obtener más pronto
lisonjeros resultados, formóse en Castellón una
brigada con los tres batallones de Saboya y la caballería correspondiente al
mando del brigadier Larrocha, destinándose además
para operar en el Maestrazgo, los tres batallones provinciales de Teruel,
Huesca y Castellón. En treinta pueblos de los setenta y tantos del Maestrazgo,
se establecieron destacamentos de tropa; pero lo que más importaba era variar el
espíritu del país; más favorable en general a los carlistas que a los liberales.
No se presentaban para ello recomendables las circunstancias, porque la
situación política de la nación al comenzar el año de 1844, tenía mucho de
lisonjera para los carlistas, que tanto se envalentonaron, que ya tomaban la
ofensiva atacando y rindiendo destacamentos; fueron sorprendidos y desarmados
los de Vallibona y Puebla de Benifasar,
aunque presentaron alguna resistencia; a otros dos destacamentos persiguió una
partida en las inmediaciones de Ballester, obligándoles a guarecerse en la
población salvándose por la inesperada llegada de una compañía del provincial
de Castellón; y sorprendido fue también en la masía de Aysudi por La Coba y Marsal, el subteniente Roure, quedando prisionero. Estos mismos partidarios
entraron el 18 de Enero en Chert, hallándose el
vecindario en la iglesia celebrando la festividad de San Bernabé, y lleváronse fuera del pueblo al alcalde y dos concejales,
sin permitirles regresar hasta que sus compañeros entregaron el rescate,
reducido, á fuerza de súplicas, a 90 duros, 5 paquetes de cigarrillos y 14
pares de alpargatas.
Estos y otros hechos
obligaron al gobierno a autorizar al capitán general del distrito, don Federico
de Roncali para restablecer en todo su vigor el
anterior bando de Chacón, como le efectuó el 23, de Enero; no pudiendo dar
inmediatos resultados, porque el pronunciamiento de Bonet en Alicante llevó a
este punto la atención y las fuerzas del gobierno. El Groc y La Coba, en tanto, entraban en Mosqueruela, se llevaban los fusiles de los
nacionales, los mozos y a la mujer del comandante, lo cual alarmó a los pueblos
de la sierra: no tuvieron la misma suerte en Ortells, cuya corta guarnición les
rechazó, batiéndoles en su retirada la columna del capitán Lanzarote,
causándoles algunas bajas, especialmente de prisioneros, que identificadas las
personas eran fusilados.
No impedía esto el aumento
de los carlistas, y que se presentaran caudillos como el Serrador, que ya
mandaba cerca de 200 hombres; seguían recogiendo a los indultados, como
hicieron en Cati y otros pueblos; no carecían de provisiones, y eludían la
persecución de las tropas más fácilmente que los liberales que por entonces se
pronunciaron, como don Rafael Marco, que lo hizo en la Rivera, fue capturado en Bolbante por su Milicia y la de Enguera, y conducido
con su gente a Valencia para ser juzgado por la inexorable comisión militar.
Evidente el incremento de
los carlistas, al que ayudaba el espíritu del país, los esfuerzos de los
emigrados en Francia y las frecuentes derrotas sufridas por las tropas de la
reina, llegó el caso de pensar seriamente en el Maestrazgo, a donde se envió al
general Villalonga, que dio nueva organización a sus fuerzas, procuró asegurar
los puntos más importantes, y formando columnas móviles que juntamente con su
pequeña escolta, emprendieran rápidos y bien combinados movimientos, se
prometió felices resultados, aun cuando no contaba más que con 1.200 hombres
para las atenciones de tan vasto y quebrado territorio.
Había que atender también a
los pueblos divididos y mal gobernados, donde los indultados se veían obligados
a reunirse a las partidas y colocó en las municipalidades a los primeros
contribuyentes, adoptando otras medidas bien recibidas por los que deseaban la
paz. Y como si esto no fuera bastante, avisado que en Vinaroz, en unión con
Castellón de la Plana y Alcalá de Chivert se
pretendía secundar el movimiento de Alicante y Cartagena, tuvo que desarmar la
Milicia nacional del primer punto, y emprender a los tres días una penosa
marcha a Morella, para caer sobre los carlistas, que se reunían en el barranco
de Vallibona, dispersándose en cuanto se apercibieron
del movimiento. El Groc tropezó en su huida con una
columna, y del encuentro cerca de Ortells, solo tuvo un muerto, cuatro heridos
y ocho prisioneros.
Dictó Villalonga algunas
disposiciones para adelantar el exterminio de los carlistas; pero se vio
obligado a ir rápidamente a la plaza de Peñíscola, por no inspirarle confianza
su guarnición; la relevó, dio tranquilidad a los pueblos de Alcalá y
Torreblanca, harto agitados por constantes disturbios, y como si todo conjurase
a hacer crítica la situación de aquel país, llegó hasta apelarse al terrible
sistema de represalias, con motivo de la captura del teniente ilimitado don
Antonio Reverter, por Marsal, a una hora de Alcalá,
pues para evitar su muerte se prendió a dos hermanas de éste y otros parientes
de los carlistas, embargándoles los bienes.
En no pocas ocasiones solía
ser infructuoso el celo de las columnas más decididas en la persecución, pues
al caer una, como sucedió el 20 de Febrero sobre el Ballester, donde estaban
reunidos La Coba, Espín, Taranquet y Jaime con sus
partidas, la divisaron a larga distancia, se retiraron, abandonando sus
ranchos, hacia el convento de Benifasar, y aunque
aquí hubieran sucumbido, al aviso del vigía de que se presentaba por aquella
parte otra columna, huyeron por el barranco del Redó, perseguidos sin éxito. Mayor
fuera éste atener más fuerzas Villalonga, pues solo una continua y acertada
movilidad logró ir mermando las huestes carlistas, matando a sus jefes y
segundos, y capturando a otros que eran en seguida fusilados.
No se prometía menos
resultados de una excursión a los pueblos de San Jorge, Trahiguera y la Jana, reanimando el espíritu de sus habitantes, que con sus solos auxilios
hacían frente a los carlistas; y aprovechando el vacío que le dejaba la
tardanza de la venida de Cristina, pernoctó el 2 de Marzo en San Jorge; mas
recibió avisos de las consecuencias que pudiera producir lo relajada que estaba
la disciplina de las tropas, y en una rápida marcha de catorce horas, se
trasladó con su escolta a Benasal, donde mandó
fusilar el 6 de Marzo a un cabo de Cuenca, que procuraba la deserción de los
soldados a los carlistas; reemplazó el ayuntamiento, infundió confianza con sus
providencias y decisión por restablecer la disciplina, no bien asegurada en
todos los cuerpos, y marchó a Albocacer, prendiendo a
su comandante militar «porque no trataba al paisanaje con la finura que tenía
recomendada, y que de 160 reales con que mandó gratificar a dos celadores que
habían aprehendido dos facciosos, se quedó con 20». Justiciero en sus actos o
imprimiendo gran movilidad a las columnas, que tenían prohibido pernoctar dos
noches seguidas en un mismo punto, empezaron a presentarse algunos carlistas, y
a la vez que eran estos considerados, era inexorable con los soldados que
faltaban a sus deberes, fusilando el 21 en Villahermosa a un cabo y un soldado
que desertaban. Con estas ejecuciones y la de Benasal,
quedó restablecido el orden entre sus tropas, y pudo continuar las operaciones
con tanta actividad y acierto, que los carlistas, aunque tenían a su frente al Serrador y otros afamados
guerrilleros venidos de Francia, no sólo no progresaron, sino que ni aun
seguridad hallaban en las escabrosidades de las montañas, sin que por esto
desistieran de su belicoso empeño los constantes defensores del carlismo.
Esta tenacidad y el deseo
de Villalonga de hallar eficaz ayuda en todas partes, le obligó a mostrarse
severo, expulsando y adoptando medidas de rigor e ilegales contra
eclesiásticos, concejales y particulares que, o protegían sigilosamente a los
carlistas, faltaban a los bandos vigentes, promovían la discordia en los
pueblos, o eran algunos víctimas de la pasión política o de la enemistad.
Prorrogó el indulto, hasta entonces dispensado con sobrada profusión, desde que
le concedió el 2 de Febrero, e impuso pena de la vida a los carlistas que
fueran habidos en cualquier concepto, como lo ejecutó inexorable.
Al publicarse este bando
dijo a los habitantes del Maestrazgo: «Al decidirme a dictar la disposición
contenida en este bando, me he propuesto evitar la multiplicación de escenas
sangrientas, que a nadie más que a mí son repugnantes. Vosotros sabéis que me
he valido de todos los medios que puede sugerir la filantropía para conseguir la
pacificación de vuestro país, y el que ahora me propongo, severo en la
apariencia, es en realidad dulce y benéfico. La feliz rendición a discreción de
la plata de Cartagena deja al gobierno de S. M. enteramente expedito para
dedicarse exclusivamente al total exterminio de las gavillas de forajidos.
Numerosos batallones estarán ya tal vez en marcha para el Maestrazgo, y los que
quieran abandonara los bandidos; tiempo más que suficiente tienen en el término
que se prefija al indulto. Perdonarlos cuando ya no les queda otro recurso más
que entregarse en fuerza de las providencias que estoy resuelto a tomar, seria
una debilidad que dista mucho de mi carácter, y que convendría muy poco en la
marcha enérgica del gobierno, que tan decidido se halla a afianzar de una vez
el orden y tranquilidad en esta nación, combatida hasta aquí por tautos sacudimientos.—Calig 1 de
Abril de 1844.—Juan de Villalonga.»
Al practicar Villalonga un
reconocimiento en los barrancos de Vallibona y Marfulla, guarida de los carlistas, supo que éstos se
corrían hacia Aragón para que se les incorporaran algunos jefes y oficiales
procedentes de Francia, y dispuso marcharan las columnas móviles en su
seguimiento, mientras él se dirigía a San Mateo a situar convenientemente 1.800
hombres del regimiento de Gerona, con que se aumentaban las fuerzas del
Maestrazgo, sometidas ya Alicante y Cartagena. El movimiento combinado de las
columnas produjo el encuentro con los enemigos, batidos completamente,
contándose entre sus once muertos el cabecilla Cotorro. Dio Villalonga nueva
organización a sus fuerzas, que ascendían ya a 3.000 hombres; estrechó el
círculo de las operaciones; declaró el 21 de Abril, desde San Mateo, bloqueada
una gran parte del país, ocupando todos los pueblos con pequeños destacamentos;
mandó cerrar todas las masías; prohibió todo tráfico de comestibles y apacentar
los ganados en el radio de media legua de las poblaciones, y escoltados por los
destacamentos respectivos, ordenando que nadie podía viajar a cualquier
distancia sin el correspondiente pasaporte refrendado y visado por el
comandante militar del puesto. Llevóse a cabo este
bando con tanta exactitud y energía, que las partidas que hasta entonces se
habían mantenido unidas, fraccionáronse en pequeños
grupos para mejor esquivar la persecución, eludiéndola algunos días por el
furioso temporal de aguas que sobrevino.
Mejoraba visiblemente el
espíritu público con el rigor empleado, y aprovechando Villalonga esta buena
disposición de los ánimos y el prestigio que le habían granjeado su firmeza,
integridad y rectitud, facultó a los comandantes militares para levantar
somatenes, siempre que lo juzgasen conveniente, con sujeción a las
instrucciones que les comunicó, debiéndose a esta disposición en 13 y 14 de
Mayo la captura y muerte de los titulados general Serrador y brigadier La Coba,
principales jefes carlistas y otros varios; llegando hasta el punto el
entusiasmo de los paisanos, que perseguían a pedradas y aun a algunos mataron
con ellas. Organizó en seguida Villalonga cuatro somatenes o batidas para los
días desde el 11 al 22 del mismo mes, haciendo que en ellas tomaran parte todos
los destacamentos y habitantes del Maestrazgo, de 16 a 50 años; y tan bien
fueron dispuestas y tan perfectamente ejecutadas, que perecieron en ellas más
de 100 carlistas, incluso gran número de jefes y oficiales, 14 de los cuales
acababan de entrar de Francia.
Y fue, en verdad,
aterrador o imponente el aspecto que presentaban 40 pueblos moviéndose cuatro
días en somatenes, formando todos sus hombres útiles, interpolados con tropas,
recorriendo en bandas los términos respectivos, abandonados los trabajos,
desiertos los campos, cerrados los pueblos, sin permitir a nadie la salida, y
cada dos horas tocando las campanas a somatén.
No se había obtenido, sin
embargo, la captura de los temidos Marsal y el Groc con parte de su gente: dio el 24 una alocución a los
habitantes del Maestrazgo, y dispuso Villalonga otras tres batidas para los
días 29, 30 y 31, dirigiendo en persona las del término de Alcalá de Chisvert, donde se hallaba Marsal,
que fue apresado el mismo día 29, y con otros compañeros suyos pasados por las
armas.
Altamente satisfecho
Villalonga—podía estarlo—no sólo de sus providencias, sino de lo bien que
habían sido secundadas por los pueblos, a los que supo imponerse o inspirar
confianza, concedió el 1.° de Junio a los dispersos que quedaban, indulto de la
pena de muerte, acogiéndose á él 78. No habiendo ya más carlistas armados en el
Maestrazgo que el Groc, ejecutó Villalonga una marcha
forzada al Forcall, donde tomó tales providencias, que el 17 halló muerto en el
campo a aquel partidario que había burlado siempre la más activa persecución, y
murió a manos de dos paisanos de su pueblo.
La completa pacificación
del país fue el resultado de tan breve campaña, más fácil de referir que de
ejecutar, por los múltiples y variados obstáculos que tuvo que vencer. Los
carlistas sufrieron durante el mando de Villalonga una pérdida de 300 muertos,
inclusos todos los jefes; 29 indultados con destino a sus casas, y 78, que
habiéndolo sido de la pena de muerte, fueron condenados a presidio con arreglo a
sus antecedentes. Las pérdidas de los liberales fueron insignificantes, como se
comprende perfectamente. Dirigió su voz de nuevo a los pueblos del Maestrazgo y
a las tropas, y su jefe Villalonga fue recompensado con la gran cruz de Isabel
la Católica. A su paso por Valencia, en todos los pueblos del tránsito le
aclamaron como a su pacificador. También ellos tenían parte en la pacificación,
porque sin el patriotismo a que se prestaron los somatenes, sin alegar nadie
excepciones, no se hubiera exterminado a los carlistas. Las molestias del
somatón se vieron altamente recompensadas con los beneficios de la paz y con
las ventajas de la prosperidad del país.
En cuanto a las
acusaciones que sufrió el general Villalonga por su sistema, ya haremos
oportunamente las debidas comparaciones.
Pudo haberse reproducido
la guerra civil para lo que no faltaban elementos, si los carlistas hubieran
contado con dinero; pues don Carlos escribía de su puño y letra desde Bourges a don Pedro Labrador,—8 de Marzo de 1844;—que le
acababa de enviar Cabrera un coronel para decirle que tenía proporción de
apoderarse de la plaza de Tortosa, contando con seis batallones en sus
alrededores, para lo que pensaba enviar persona de su confianza y otra a Aragón
para efectuar el levantamiento a cuya cabeza se pondría: «que también le han
venido a ver dos sujetos de por allí o de otro punto, no sé de dónde, a ver si
yo consentía en el casamiento de mi sobrina con mi hijo, porque si consentía
harían un levantamiento. Cabrera dice que él está pronto, pero que necesitaría
dinero y que también sería necesario que se hiciese al mismo tiempo el
levantamiento en las Provincias, en Cataluña y en Aragón. El comisionado de
Cabrera me ha dicho con referencia a Arnau que cuando éste estuvo en París le
ofreció La Rochejaquelin que le proporcionaría cuatro
millones de francos. Brujo también está dispuesto, y ya me ha avisado
Villafranca que lo sabía el Gobierno: probablemente sabrá todo Cabrera; otros
varios también lo están y todo está en efervescencia. Aquí Alzáa me insta para que se haga algo, y sobre todo que se busquen fondos, porque la
ocasión es la más oportuna y perentoria, porque si mi sobrina se casa sin ser
con mi hijo, todos tomarán un partido y no se podrá hacer nada, y que habiendo
ese movimiento era menester que se pusiese a la cabeza uno de nosotros». Habla
de Ouvrad y de otros legitimistas franceses que
proporcionarían fondos; no cree en ninguno de estos ofrecimientos, pareciéndole
muy difícil y expuesto poder efectuar los proyectos anteriores, dudando además
de su resultado, y añadía: «Yo, ahora y siempre que otros me han pedido
autorizaciones para entrar y levantar mi pendón, se las he negado y dicho que
tengan paciencia y que no se muevan; pero esto no basta, me instan, me apuran,
siempre quedo mal, y así no sé qué hacer ni qué decir. Otra consideración más
fundada tengo ahora para no decir que obren, y es, que, habiéndote escrito
últimamente tan claro y con tanta franqueza, y habiéndote dicho, porque así lo
pensaba, que no había que hablar del primer punto, que era este mismo, J sería
una felonía decirte una cosa y obrar enteramente en sentido contrario».
MUERTE
DE LA INFANTA DOÑA LUISA CARLOTA
LXXX
Un acontecimiento que, por las circunstancias
de la persona, y las conversaciones a que dio motivo, no hubiera sido en otra
ocasión tan importante, aunque nunca indiferente, vino a preocupar la atención
pública: la muerte de la infanta doña Luisa Carlota. Empezó a sentirse
indispuesta el 19 de Enero, y sin alterar su método de vida ordinario, aún fue
el 22 al Pardo a una cacería, sin haber tomado alimento alguno; salió el 24 a
caballo, sintiendo algunos vértigos, y no se quejó hasta que en la tarde del 25
experimentó un frío intenso, y puesta en cura se alivió notablemente;
aparecieron después pintas de sarampión y considerándose mejor S. A. se lavó y
peinó. Siguió la erupción, volvió la calentura, se aumentaron los síntomas
cerebrales y pectorales, la dificultad de respirar, la tos, etc.; se declaró un
catarro pulmonar, desapareció el sarampión, se agravaron el 29 todos los
síntomas, y se vio inevitable la muerte, que produjo aquel propio día una apoplejía
cerebral fulminante. El mismo 29 comprendiendo la ilustre enferma la gravedad
de su situación, suplicó a su confesor y a los médicos que se la declarasen,
confirmándola más en ello la forma de sus evasivas; y desde entonces no quiso
la acompañase nadie más que su confesor el Padre Fulgencio López, de las
Escuelas pías. Recibió los Santos Sacramentos, ejecutó actos de amante ternura
con su esposo o hijo, hallándose ausentes don Francisco y don Enrique, y de
bondadosa humildad con sus criados, a los que en nombre de la moribunda pedía
perdón el venerable arzobispo patriarca de las Indias, llevando en sus manos la
hostia consagrada que iba a recibir S. A. Expuesto al público el cadáver, se
trasladó al panteón de infantes del Escorial.
SE
ORGANIZAN LOS MODERADOS .REGRESA A MADRID LA REÍNA CRISTINA.
LXXXI
La organización de los
partidos es la primera necesidad de la política, y el que de parlamentario dióse el nombre, comenzó a organizarse para mostrarse
unido, especialmente en las elecciones: ninguna situación más a pro pósito
podía presentarse a los moderados: ocupaban el poder; habían derrotado a los
progresistas y seguramente que, a tener más patriotismo que pasión política,
esta organización no debía parecerse a ninguna otra, y teniendo sentada su
base en la coalición de 1843. Pero los hombres de influencia entonces, o no
querían o no podían abdicar de su intransigencia, y tenía que ser viciosa la
organización.
No podía establecerse
tampoco sobre bases sólidas, principios fijos e ideas seguras, porque se
habían coaligado muchos elementos heterogéneos para el triunfo, y cada uno
procuraba obtener ventajas. así que, los que no habían abdicado de sus sentimientos
liberales, ¿cómo habían de mirar con gusto que se alzara la prohibición de ejercer
las facultades jurisdiccionales impuestas al tribunal de la Rota, de la
Nunciatura de España, por la regencia provisional, en 20 de Diciembre de 1840?
Ya nos ocupamos en la Historia
de la guerra civil, de las causas que originaron la determinación de la
regencia provisional, y seguramente que había en el hecho más justicia que
política; era hasta cuestión de dignidad nacional, y en este caso se
sacrificaba todo por halagar pasiones y atraer prosélitos.
Los que querían volver al
año de 1840 pretendían borrar cuanto se había hecho en tres años, sin pararse á
examinar lo que conservar conviniera: era preciso retroceder y que la reacción
se significara, no creían halagar de otro modo a Cristina, considerada como
victima expiatoria, ignorando que fue voluntariamente al destierro. Y debemos
de cirio en obsequio de esta ilustre señora; era demasiado ilustrada para
querer ninguna reacción que contradijera su antiguo liberalismo, sus muchos
actos en contra de la reacción y de las ideas de otras épocas. Pero los
partidos todos, en su servilismo, comprometen y desprestigian al ídolo que
inciensan con impuros aromas.
González Bravo, el que
tanto había ultrajado a Cristina, quiso ser el principal instrumento de su
regreso, después de reconciliado con ella, de haber revocado el 6 de Enero el
decreto de 26 de Octubre de 1841, suspendiendo el pago de su asignación, y la
preparó un camino de flores para que olvidara con sus perfumes la fetidez de
anteriores ultrajes. El sábado, 23 de Marzo, entró la reina Cristina en
Madrid, después de haber recorrido parte de Cataluña y Valencia, desde cuya
capital se dirigió a cortas jornadas a la corte.
La llegada de la madre de
la reina, era deseada por casi todos los hombres de la situación: el gobierno
contaba con asegurar su existencia, y los que aspiraban a sustituir a los
ministros esperaban contar con el regio apoyo que todos procuraban lisonjear
para atraerle.
Exponer aquí las armas que
cada uno esgrimía, la lucha, que comenzó a ser latente entre los mismos
moderados para alcanzar cada uno el triunfo de sus aspiraciones, sería tarea
larga, enojosa y desagradable por lo vergonzoso de algunos actos: los hechos estaban
próximos y ellos son elocuentes. Y no debemos ocultarlo; la verdad histórica lo
exige; por algunos se usó en 1844 el mismo lenguaje para con doña María
Cristina, que el que en 1814 usaron para con don Fernando VII a su vuelta de Valencey: cotéjense los manifiestos públicos de ambas
épocas.
Al regresar Cristina a
España, lo hubiera hecho gustosa con don Fernando Muñoz, su esposo, a quien
tanto amaba; no fue posible: le hizo alguna visita en Barcelona durante la
estancia en ella de la corte, y al fin vino a poco a Madrid, donde autorizada
ya por la reina su hija, para contraer matrimonio con persona desigual y
realizar cumplidamente las prescripciones canónicas, después de la
revalidación solemne, celebró el matrimonio in facie eclesiae,
el patriarca de las Indias, señor Orbe. Hízose ya pública la unión de la reina
doña María Cristina con el ya duque de Rianzares, y
así lo participó el 15 de Diciembre a su muy querido tío el rey de los
franceses. A la vez que le felicitaba por el casamiento del duque de Aumale, y le ofrecía su homenaje por las próximas fiestas
de Noche Buena y Año Nuevo, le decía: «Si mi deber me conserva en este momento
cerca de mis queridas hijas espero que, una vez cumplidos mis deseos, podré
volar cerca de vos para renovarle en persona la expresión de mis
sentimientos...» Y respecto a su matrimonio, añadía: «Mi querida tía ha mirado esta resolución tomada por mí
con toda la material bondad que la caracteriza, llenándome de satisfacción, y
no dudo que mi determinación será bien acogida por vos, porque conozco mucho
tiempo hace vuestras bondades conmigo».
FRANCIA E INGLATERRA
LXXXII
Indicar debemos, como de
paso, que, alarmados algunos políticos de Francia e Inglaterra por la
situación de España, interpelaron en las Cámaras, y dio esto lugar a que Mr.
Guizot dijera que Francia e Inglaterra habían observado en España, hasta hacía
poco, una política errada, «siendo aquel generoso país víctima de rivalidades y
querellas simuladas de las dos grandes potencias; política estéril para las
dos y perjudicial en sumo grado a una nación respetable y desgraciada. Inglaterra
era revolucionaria, anárquica, atea en España para formar un completo
contraste con la política de Francia; Inglaterra promovía revoluciones y alentaba
a los partidos disolventes, porque de este modo creía combatir seguramente las
miras y destruir los intereses de Francia. Pero Inglaterra, ilustrada por los
últimos sucesos de la Península, se ha convencido de que su política era pueril
por una parte, y desastrosa por otra, para una nación digna de mejor suerte,
y cuyos instintos de natural altivez e independencia se irritaban y ensoberbecían.
Por lo tanto, el gabinete de San James y el de las Tullerías se han puesto de
acuerdo acerca de su conducta en España, conviniendo en que esta nación no
fuese el campo de batalla de su diplomacia».
Algo de verdad hay en
estas apreciaciones del ministro francés que olvidaba que también Francia
apoyó y alentó pronunciamientos y revoluciones: dígalo, entre otros, monsieur Lesseps respecto a los sucesos que ya conocemos de
Barcelona y han podido decirlo no pocos, que obedeciendo instrucciones del
gabinete francés, tomaron en nuestras intestinas disensiones más parte de la
que debían.
El conde de Aberdeen hizo
en el Parlamento inglés declaraciones en armonía con las del ministro.
francés. Mas todo esto era valor entendido: con tales declaraciones se
ocultaban otros propósitos, y muy especialmente el del matrimonio de la reina,
que más que a España ocupaba a aquellos dos poderosos gabinetes.
CAIDA DEL MINISTERIO
GONZÁLEZ BRAVO
LXXXIII
Desde la llegada de la
reina madre comenzaron los trabajos contra el ministerio por sus mismos
amigos. Estos consideraban cumplida la misión del gabinete González Bravo, y la
conveniencia pública aconsejaba su reemplazo. Sus partidarios, en cambio,
miraban como un acontecimiento grave la caída de un ministerio que decían
acababa de atravesar con gloria y fortuna un período dificilísimo, echando los
cimientos de orden; que había empezado a plantear reformas que era preciso
acabar, y empeñádose en importantes operaciones de
crédito que debía llevar a cabo. De aquí el que juzgaran peligrosa y de malas
consecuencias una crisis en aquellos momentos.
Alguna razón tenían; pero
eran evidentes los síntomas de descomposición del partido triunfante, en cuyas
miras y tendencias discrepaban. El temor por los sucesos de Alicante y
Cartagena unió todas las voluntades; pasado este peligro se despertaron las
ambiciones en unos, el deseo de mejor gobierno en otros, y el de satisfacer
retrógradas aspiraciones en no pocos.
Los defensores del sistema
constitucional acusaban al gobierno de haber desaprovechado la gran ocasión
que al vencer a la revolución se le presentaba de organizar el país;
consideraban esta organización ya imposible por medio de decretos, y pedían
con urgencia volver a las formas representativas, que estaban olvidadas, si no
desdeñadas. Los moderados que se pusieron frente al ministerio, le acusaban de
haber cumplido a medias con los deberes que le impuso una insurrección
naciente, y no haber cumplido un ápice con los que le imponía una insurrección
vencida; que si el gobierno obró con decisión en el campo de la fuerza cuando
ésta le amagaba, huía del terreno de la legalidad cuando no había otro posible
para gobernar en un país tranquilo y esperanzado. Y tenían razón. El gobierno
acudía con actividad a donde le llamaba su propia conservación, y era perezoso
y tardo el llamamiento del orden de la administración. ¿Qué uso hizo el
gobierno de la omnipotente fuerza que le dio la victoria y la sumisión del país?
¿En qué se habían ocupado seis ministros en tanto tiempo, estando sin levantar
el edificio de la organización administrativa? Solo habían confeccionado el
decreto sobre la libertad de imprenta.
Estos cargos no tenían
contestación: el ministerio se veía fuertemente combatido, y el periódico que
más le defendió, El Heraldo, le volvió la espalda al ver que su sistema
era continuar el estado excepcional, seguir gobernando sin Cortes y dar las
leyes orgánicas por medio de decretos; y si esto decía respecto al gobierno en
general, al ministro de Marina en particular le atacó de una manera tan fuerte
y hasta personal con motivo de las elecciones de la diputación provincial de
Cuenca y de otras causas, que abogó por otro ministerio más compacto, uniforme
y vigoroso, pidiendo algunos moderados más moralidad política.
Ante tan rudas acometidas
no podía menos de quebrantarse el gabinete; se crearon nuevos conflictos al
ministro de Marina, que se hizo ya imposible, así como la continuación de
aquel ministerio, que trató de apoyarse en personas que se habían mostrado
neutrales o frías; hubo conferencias, mediaron tratos y se acordó la
modificación, saliendo dos ministros, los de Marina y Gobernación, y
reemplazándose a algunos altos funcionarios. De la manera de llevar esto a cabo
se trató en el consejo de ministros celebrado en el ministerio de Hacienda la
noche del 27 de Abril; se celebró después otro consejo con Narváez, y al cabo
de muchas horas de discusión y aun de altercado, no hubo acuerdo; se decidió
por último que el gabinete no sufriese alteración, para que así sucumbiese
todo, y se extendió un programa que presentaron a Cristina al día siguiente
para que decidiese la crisis.
Decidida ya la persona que
había de sustituir a González Bravo, se encargó a Narváez la formación del
nuevo gabinete, no sin preceder antes y al mismo tiempo esas conferencias y
trabajos, en los que toman parte todos los partidos y fracciones para aprovechar
lo que las circunstancias pudieran tener de favorable para cada uno, y poner
en juego influencias más o menos lícitas. Pero no era hombre Narváez que se
descuidaba; fue llamado en la tarde del 2 de Mayo a palacio, encargósele la formación del gabinete contando con los
señores Mon y Mayans, lo
que hizo a Narváez excusarse; tuvo que ceder a los mandatos de la reina, y al
día siguiente firmó los decretos nombrando presidente con la cartera de Guerra
al general Narváez, y a los señores marqués de Viluma, Mon, Mayans, Pidal y
general Armero, ministros de Estado, Hacienda, Gracia y Justicia, Gobernación
y Marina.
LÓGICA POLÍTICA
LXXXIV
Lo mismo en las reacciones
que en las situaciones revolucionarias, no está bien a los prohombres o jefes
de los partidos ejercer en los primeros momentos la dictadura que gasta y
aniquila; es obra propia del que tiene que conquistar fama y carece de grandes
antecedentes que perder; y muy sagaz y acertado estuvo el partido moderado al
escoger o aceptar los servicios de González Bravo, haciéndole el instrumento
para destruir lo que existía y a sus mismos correligionarios del día anterior.
Cumplió el cometido que recibiera, y fue hipocresía política combatirle
después por no gobernar legalmente, pues á eso fue al poder: dijérase que habiendo limpiado el camino de lo que
estorbaba, no era necesario para que por él se anduviese, y hubiera más lógica;
pero ésta, que abunda en los sucesos políticos, falta comúnmente en los
partidos.
El partido moderado, tenía
necesidad de demostrar que lo era de gobierno; a ello le empujaban muchos de
sus amigos, y de él se desviaban los más puritanos: ya en Abril iba siendo
demasiado comprometida su situación, y para salvarse se decidió a producir la
crisis.
Como el moderado no había
sido el único partido de la coalición, descartada la parte del progresista que
cayó con Olózaga, quedaba el absolutista, que tanta y tan poderosa ayuda le
prestara, y era natural que aspirase a tener su parte en el poder. Los moderados,
que no podían dejar de ser liberales, comprendieron entonces las consecuencias
de ciertas coaliciones, y solo haciendo ofertas y suspendiendo la venta de los
bienes del clero, pudieron combatir con los que podía y debía considerar como
verdaderos enemigos, y no sin trabajo venció en la crisis planteada en
Barcelona.
DECLARACIONES PROGRESISTAS
LXXXV
Consecuente el ministerio
González Bravo en organizar el país por medio de decretos, no lo fue en la
practicaren vano se detuvo esperando esta organización, y solo a los cuatro
meses de existencia, cogió el proyecto de ley de imprenta en que trabajó una
comisión en 1838, que fue presentado al Congreso en 1839, y revisado
posteriormente por una junta de diputados y senadores, se reprodujo en el
Senado con notables modificaciones, discutido y aprobado, sirvió de base para
hacer en él las alteraciones con que se publicó. Se modificó la penalidad,
especialmente la corporal, aumentándose la penitenciaria, y se dio categoría á
los editores responsables, no libertando de responsabilidad al escritor.
Enmudecida la tribuna, no
quedaba libre la prensa, a la que solo podía acudir el capital, por
necesitarse para publicar un periódico, un depósito de 120.000 reales.
en Madrid, y de 80 y 45.000 en las demás poblaciones, según su importancia.
Grandes trabas se ponían a
los periódicos, si bien se conservaba la institución del jurado, lo cual era
una garantía parala prensa, cualquiera que fuera la forma de aquel. Periódicos
moderados le combatieron, sin embargo.
A los pocos días, el 25,
reapareció El Eco del Comercio, diciendo «que venía sin odio, sin
rencor, y hasta sin la violencia de las pasiones que temerariamente se provocaban»,
y manifestó que jamás se había visto tan perseguida y calumniada la gran
familia liberal-progresista de la nación española, ni puesta bajo un yugo tan
estrecho y afrentoso, ni apresurádose un sin número
de hombres, sin verdadera patria y sin hogar, a degradarse cínicamente a sí
mismos para ejercer el funesto privilegio de sujetar con las amarras de la
esclavitud, en no sabemos qué número de cárceles y pueblos, la ciencia
reconocida, el patriotismo sin mancilla, la virtud sin nieblas... la
Constitución de 1837 suspendida y muerta. Pedían al poder que les dejase
escribir y discutir, trabar relaciones lícitas y correspondencia con sus
amigos; que no querían engañar al poder, sino vencerle; que querían libertad y
no licencia; constitución y no arbitrariedad; leyes y no decretos en vez de leyes;
igualdad y no privilegios; libertad, no monopolios ni opresión; fraternidad y
no discordias; costumbres y no escándalos. «La esterilidad de los partidos,
decía dirigiéndose a sus amigos, nacerá siempre de sustentar en el parlamento
y en la prensa unas doctrinas para realizar otras en el mando. Las creencias no
se sostienen, sino cuando sus ideas se practican, y es ya necesario mandar
como se habla».
Combatía en el segundo
número la manera cómo el gobierno organizaba el país prescindiendo de las Cortes,
pedía amnistía y que se levantara el estado excepcional, declarado mientras
durasen las rebeliones de Alicante y Cartagena.
Aquel órgano autorizado de
los progresistas, entendía por hombres de la situación a los unidos para que se
prolongara el régimen precario que sobre la situación pesaba, descartando de
esa porción a un número considerable de moderados que, adictos a la legalidad,
miraban con repugnancia una marcha que solo producía desmoralización y descontento.
Esta sencilla y exacta declaración, le valió infames calumnias de sus
apasionados correligionarios, que nada concedían a sus enemigos políticos, que
hasta veían con indiferencia, si no con pereza, que se dijera: «Somos
progresistas, y como progresistas tolerantes y creyentes. Por eso, sin dudar de
la buena fe de nuestros adversarios, la tenemos inmensa y profunda en el
porvenir de nuestras convicciones».
Al partido progresista
estaba agrupada entonces esa masa del pueblo que erróneamente creyó ser
después más progresista, llamándose democrática, para acabar por ser
republicana.
ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO
Y QUINTA DE 50.000 HOMBRES
LXXXVI
Constituían el programa
del nuevo gabinete la reforma de la Constitución de 1837, el arreglo de la
Hacienda y el restablecimiento de las relaciones con la corte de Roma. Para
todo esto se necesitaba restablecer o consolidar el orden, la primera atención
del gobierno y el mayor cuidado del ministro de la Guerra, que formó desde
luego brigadas de operaciones que, en constante movilidad, acudieran
prontamente donde el servicio público lo reclamase, acostumbrando á la vez al
soldado a la fatiga y al espíritu de la vida militar.
La situación del ejército
no era en verdad muy lisonjera. El mismo Córdova ha manifestado que al
encargarse del gobierno militar de Madrid, halló en su mayor parte corrompida
la clase de sargentos por los ofrecimientos y halagos de los progresistas; muchos
oficiales subalternos en igual caso; uniéndose a tales elementos de
perturbación los individuos que habían pertenecido a cuerpos francos,
movilizados, etc. Sujetados sus oficiales a clasificación y examen, dieron por
resultado su licenciamiento o la necesidad de otorgarles empleos inferiores: se
crearon depósitos, que fueron focos permanentes de conspiración, lo que dio
origen a nuevas separaciones, saliendo de las filas de infantería en poco
tiempo 1.200 oficiales, sumidos en la miseria.
Horrible fue la situación
de multitud de oficiales, para quienes ni los mayores sacrificios, ni el haber
adquirido un empleo á costa de su sangre, eran firme garantía de su posesión.
Se trató de poner remedio a males de todos lamentados; mas no bastaban los
mejores deseos, ni ayudaban las circunstancias.
Dióse nueva organización a las
secretarías de las capitanías generales, se organizó la infantería en
batallones sueltos, disolviendo la organización por regimientos, fundándose en
que los coroneles no podían inspeccionar tan debidamente un regimiento como un
batallón, dándose nombre a cada uno de los 94 batallones que constituían la
infantería; se resolvió, de conformidad con el Tribunal de Guerra y Marina, que
todos los individuos de tropa que se hallasen en los depósitos de prisioneros
por haber tomado parte en las sublevaciones habidas, volvieran á ingresar en
sus cuerpos o en otros a que fuesen destinados, con dos años de recargo; y
como el último acto de los pocos que señalaron ostensiblemente su paso por el
ministerio de la Guerra, decretó una quinta de 50.000 hombres para el
reemplazo correspondiente a este año. Mucho, en efecto, había disminuido el
ejército; se había ofrecido la licencia al reemplazo de 1839, llevábase algunos la organización de la guardia civil, y
que hubiese ejército era una necesidad.
Este último acto del
ministro de la Guerra, y aun del gobierno, era una infracción de la
Constitución, que confería en su art. 76 a las Cortes fijar, a propuesta del
rey, la fuerza militar. De esta necesitaba el gobierno para prever y aun evitar
ciertas eventualidades; mas también había menester de legalidad, pues para
plantearla y seguirla en todo subió al poder.
El general don Manuel de
la Concha dispuso, por circular de 17 de Enero de este año establecer pequeñas
bibliotecas en los regimientos; y por falta de fondos, quedó sin efecto lo
mandado, según se dijo, por real decreto de 24 de Setiembre.
POLICÍA.—GUARDIA CIVIL
LXXXVII
Mal comprendida y peor
ejercida en España la policía, servicio de protección y seguridad pública,
que debe ser la más firme garantía de la sociedad, suprimida unas veces y
restablecida otras, y de la que nos ocupamos extensamente en otra obra, se
puso en 26 de Enero a cargo del ministerio de la Gobernación, para dar los
terribles y vergonzosos frutos que dio después, exceptuando el que sirviera
de base para la creación de la guardia civil. De 1 de Diciembre a fin de Enero
se habían capturado 171 delincuentes, y a dedicarse solo la policía a prestar
servicios de esta naturaleza, gran bien habría prestado al país esa salvadora
institución.
Conocióse que la delincuencia está
basada en mucho en la ignorancia, y aunque tanto había que hacer en el
importante ramo de la instrucción pública, para cuyo mejoramiento y el de la
condición del pueblo, regía provisionalmente la viciosa ley orgánica de 1838 y
no pocos reglamentos para llevar a efecto lo que la ley disponía, sin que se
aumentasen las escuelas ni mejorase la suerte de los maestros, continuando
impune el abandono de los municipios, que desconociendo las ventajas de la
educación, estimaban en más el interés, apoyándose él gobierno en la restablecida
ley de Ayuntamientos de 1840, dio el 4 de Marzo algunas disposiciones que, a cumplirse
bien, en algo mejoraran la instrucción popular, pues mucho podían hacer las
comisiones superiores de instrucción primaria y los jefes políticos como
presidentes de ellas.
Ordenóse por el mismo ministerio
de la Gobernación al director general de caminos la presentación de un plan
general de telégrafos oculares; se atendió algo a los montes, esa gran
riqueza para el Estado perdida y por muchos explotada, y se creó la guardia
civil, que fue el mejor acto de aquel gobierno, aunque debido principalmente a
quien a él no pertenecía, al general Narváez.
La vigilancia de los
caminos, la persecución da los malhechores, la defensa de la propiedad y la
salvaguardia de las personas honradas, fue siempre una necesidad en España
desde la expulsión de los moros.
Los reyes Enrique II y
III, y Juan I y II hicieron inútiles esfuerzos para organizar tales defensas, y
sólo los Reyes Católicos en 1475 pudieron formar la compañía de ballesteros de
la Santa Hermandad, que prestaron importantes servicios; aunque la turbulencia
de los tiempos hizo que aquella gente se separase del objeto para que había
sido organizada: no pocos de sus individuos fueron tan criminales como los que
tenían el deber de perseguir, y tuvo aquella fuerza que ser disuelta y abolida.
Fernando VII creó los celadores reales, que duraron cuatro años; en 1833 se
trató de la creación de salvaguardias, y no se supieron vencer los obstáculos;
y Narváez, con Vistahermosa y el duque de Ahumada, concibieron y maduraron el
plan al que se dio forma y vida en los reales decretos de 28 de Marzo y 12 de
Abril de 1844.
Tal actividad se empleó en
Gobernación y en Guerra; también se superaron todos los obstáculos; con tal
acierto se puso en movimiento a corporaciones y particulares sin atender al
color político, que todo se venció, y la guardia civil quedó organizada, a
pesar de los muchos obstáculos que se presentaron vencidos por la energía y la
actividad de Narváez, que tuvo que luchar hasta con el espíritu de partido, que
se intentó sublevar contra un cuerpo presentado al principio como
inquisitorial, como policía armada. Mirada por algún tiempo con desconfianza
por unos y con prevención por otros, acabó por ser respetada y querida de
todos. Reconocióse bien pronto el benéfico influjo
de tal institución, cuyos individuos callaban ante sus detractores, se
defendían cumpliendo con su deber, y sus servicios hicieron su apología. En
breve no tenía la guardia civil más enemigos que los criminales.
Se reglamentó el 8 de
Enero la clase de subalternos de la administración civil, creada y organizada
por decreto del 1°; mas no eran reglamentos lo que hacia falta para la
provisión de los destinos.
Los gobiernos se
lamentaban de las turbulencias por ellos producidas, y el país se quejaba a
la vez de que ninguno de aquellos veía una administración moral y vigorosa, y
ni aun siquiera legal, pues cuando más que crear algunas leyes debían saber
cumplir las que existían en muy determinados casos.
GRACIA Y JUSTICIA. —
TRIBUNALES. — PRELADOS DESTERRADOS. TRIBUNAL
DE LA ROTA. ESCRIBANOS.
lxxxviii
En el ministerio de Gracia
y Justicia se continuó la fatal tradición de hacer de los sacerdotes de la
diosa Temis instrumentos de la policía, y sin tener en cuenta los más altos
merecimientos y la más elevada instrucción, jueces y magistrados dignísimos y
beneméritos, fueron sustituidos sólo por haber debido su colocación o su
ascenso a un gobierno progresista, por otros de procedencia moderada. Para la
administración de justicia no había llegado aún el tiempo de la inamovilidad,
por la que todos clamaban sin embargo.
Por decreto del 5 (Enero),
adicional al reglamento del tribunal supremo de justicia y a las ordenanzas de
las audiencias, se estableció en aquel tribunal y en cada uno de los
superiores de la Península e islas adyacentes, una junta gubernativa de los
tribunales, compuesta del presidente o regente, presidentes de sala y
fiscales; correspondiéndola la resolución de todos los negocios hasta entonces
de la atribución de la audiencia plena, descartándolas, y a los acuerdos de una
infinidad de asuntos; se marcaron las atribuciones consultivas, informativas,
de vigilancia y de inspección, pudiendo separar y suspender a subalternos y
jueces inferiores y promotores, informar en todo lo relativo a estados
generales y particulares de causas y pleitos, etc.; velar sobre prácticas de
tribunales, visita de subalternos, comportamiento de magistrados, jueces,
etc., e inspeccionar todo lo relativo a su cometido.
Centralizando así la
acción administrativa, se ponía en comunicación directa con el gobierno, que podía
impulsar la administración de justicia, remediar sus faltas y hacer que fuera
cabal y cumplida. Se declaraban fijas las salas en las audiencias, permitiendo
así tener presentes los antecedentes en los negocios judiciales. Era
conveniente señalar el puesto del fiscal, y muy justo que en las cartas
ejecutorias no se insertase más que lo estrictamente necesario, desapareciendo
el fárrago que las hacia voluminosas y caras, habiéndose cuidado siempre de conservar
inútiles rutinas e inoportunas tradiciones.
Se autorizó a los prelados
desterrados para que volvieran a su diócesis, y se derogaron las circulares de
20 de Noviembre de 1835, 14 de Diciembre de 41 y 5 de Febrero de 42, para que
en adelante no hubiese necesidad de los atestados de conducta política expedidos
por la autoridad civil para que la eclesiástica concediese a los clérigos
idóneos y de buena vida y costumbres las competentes licencias que los
autorizasen para ejercer el ministerio pastoral con arreglo a los cánones de
la Iglesia y a las leyes del Estado. Y a la vez que esto se hacía en beneficio
del clero, se mandó a los diocesanos, por encargo de S. M., con reiterado
empeño, que observaran e hicieran observar al clero las obligaciones
ordinarias y naturales que le imponía su sagrado ministerio, manteniendo el
orden, proclamando la paz, predicando y sustentando con su autoridad, con su
ejemplo y con su palabra, la sumisión y obediencia a las potestades
legítimas, la lealtad y el amor al trono, y el culto político que se tributa
al rey así en los actos profanos como religiosos, en todo género de monarquía.
El gobierno necesitaba del
clero y le lisonjeaba; abría de nuevo el tribunal apostólico de la Rota,
creaba nuevos seminarios conciliares, y no perdonaba medio para el arreglo de
las diferencias con la Santa Sede, con quien una buena y conveniente inteligencia
es siempre una necesidad en todo país católico.
La legislación relativa a
los escribanos y notarios exigía una profunda y radical reforma que
estableciera la imprescindible mejora que el servicio público reclamaba en
estos brazos auxiliares de la administración de justicia; y aunque no era a la
sazón el momento oportuno de emprenderlas, porque á tan importante reforma
debía preceder la publicación de los Códigos, y con especialidad el de
procedimientos y la nueva planta de los tribunales, urgía adoptar por lo menos
algunas necesarias alteraciones que al paso que produjeran debido beneficio
público, prepararan el camino al definitivo arreglo. Necesario el exigir
cualidades de evidente suficiencia a los que aspirasen a ejercer el cargo de
escribanos y notarios, se estableció en todas las capitales donde residen
audiencias territoriales una cátedra para la enseñanza de los que se dedicasen a
aquella carrera, donde se enseñase el Derecho civil español que se relaciona
con el oficio de escribano y la práctica forense o restauración civil y criminal
y otorgamiento de documentos públicos. Así de un oficio que enaltecían los hombres
de gran moralidad y desinterés, y que desprestigiaban algunos poco aprensivos,
faltando al decoro y buena fé debida, empezó a
hacerse una carrera digna, para la que se necesitan no pocos conocimientos y
siempre una probidad que se pone en evidencia constante.
ESTADO
LXXXIX
En el ministerio de Estado
había que emplear actividad e inteligencia, especialmente en los negocios
extranjeros: se obtuvo el restablecimiento de las relaciones de España con el
reino de las Dos Sicilia, interrumpidas desde 1833, por ser su soberano más
afecto a don Carlos que a Isabel II, y se puso en fuerza y vigor el convenio de
15 de Agosto de 1817.
La carrera diplomática
estaba abandonada casi desde principio del siglo, y desorganizada por órdenes
contradictorias, hijas las más veces de las circunstancias, contra las que se
estrellaban los mejores deseos. Habían estrechado nuestras desgracias el
circulo de las relaciones extranjeras de España; estaban mal atendidos y peor
remunerados nuestros representantes, no bastando lo que cobraban a sostener la
dignidad que el cargo exigía, y renovada la buena inteligencia con algunas Cortes
que no habían reconocido antes a la reina, se decretaron el 4 de Marzo algunas
reglas que pudieran servir en lo sucesivo para organizar de un modo estable la
importante carrera diplomática, algo necesitada de personal apto.
Reducidos los fondos de la
Asamblea de las órdenes de Carlos III e Isabel la Católica por la excesiva
dispensación de gastos con que se concedían las cruces, se resolvió que en lo
sucesivo todos los agraciados con la circunstancia de relevación de pago satisfacieran los derechos que se imponían.
MARINA. MONTES DE
LIÉBANA. DEPLORABLE ESTADO DE LA
ARMADA—REFORMAS —NEGOCIOS SUCIOS
XC
El estado de la marina de
guerra era lamentable por el abandono en que se la tenía; comenzó a
atendérsela, empezó a dar algunas señales de vida, y correspondiendo a este
ministerio los ricos montes de Liébana, fijaron éstos la atención de los especuladores:
aunque se consideraron inaceptables sus proposiciones pretendiendo con su
explotación mejorar nuestra marina, ni se acogió lo que de buena pudiera tener
alguna propuesta, ni se atendió por el gobierno a aquellas inapreciadas selvas que están de cuatro a nueve leguas de la costa; se dejaban con criminal
indiferencia perecer centenares de miles de grandes árboles, agobiados por la
edad, al mismo tiempo que acababan de llegar al Ferrol maderas traídas de
Puerto Rico, encargadas por el anterior ministro señor Capaz, habiendo tenido
que buscarse las piezas en parajes casi inaccesibles, siendo preciso abrir
caminos, lo que costó trabajos muy penosos y gastos extraordinarios,
venciéndose muchos obstáculos.
El opulento don Antonio
Gutiérrez Solana, que tan grandes sumas invirtió en el camino de Ramales a la
Cabada, propuso la construcción del tan necesario áalos montes de Liébana, según el plano y presupuesto formados oficialmente en 1838
y aprobados en 1840, y ni Capaz, ni Portillo, contestaron siquiera al
proponente.
En el deplorable estado en
que se hallaba la armada española había que hacer algo. La insuficiente marina,
estaba guarnecida por una infantería sufrida y disciplinada; pero desnuda, mal
pagada y no bien organizada. Dirigía la construcción naval un cuerpo de
prácticos, que en vez de beber en las elevadas fuentes de la ciencia,
aprendían, en lo general, tan difícil arte, por la rutina y la tradición
declinando la perfección a medida que el tiempo los alejaba do aquellos
luminosos principios que en España dejó asentados el cuerpo de ingenieros hidráulicos,
que existió a principios de este siglo para honra y prez de su nombre y de la
armada española. Formaban el cuerpo de oficiales de artillería sujetos muy
dignos, aunque salvas muy raras excepciones, decía el mismo ministro, no
reunían toda la suma de conocimientos que tan importante materia exigía, y que
no se escaseaba a los artilleros de tierra, y que tanto habían menester los
de mar. La juventud que acudía a poblar los buques de guerra; la administración
y hacienda de estos; el aparejo, las piezas de artillería y las máquinas y
demás que necesitaban nuestros bajeles, todo se hallaba en completo abandono o
en lamentable atraso; y los bosques, ricos en madera, de tal bondad, que con
razón era envidiada de los extraños pueblos, se hallaban abandonados o a merced
de codiciosos especuladores; y por último la marina mercante, plantel fecundo
e imprescindible, arsenal único donde la de guerra extrae determinados y
poderosos elementos, carecía de la debida protección; gimiendo los gremios de
pescadores, escuela de buenos marineros, aprisionados con trabas que los
empobrecían, en vez de ser alentados con mercedes y beneficios.
Tal era el doloroso cuadro
que la monarquía presentaba con relación a su poder sobre los mares que rodean
las dos terceras partes de la Península, y teniendo que cuidar de las islas
adyacentes y de nuestras remotas y ricas posesiones de América y Filipinas y
las atendibles de África. ¿A qué comparar aquí lo que había sido nuestra
marina en los tiempos de Patino, Ensenada y Valdés? Había que poner los
cimientos de nuestra regeneración marítima, y se empezó por establecer un
colegio general naval; por dar propiedad o intervención sobre los bosques a la
marina; fomentar la pesca, como plantel de marineros y medio industrial de producción;
por aumentar el número de los buques de guerra con destino a una importante
colonia; proporcionarse medios de comunicación entre estas y la metrópoli, y
abrir a nuestros jóvenes marinos una escuela práctica de que carecían;
visitando con frecuencia los mares de la India, y el 22 de Enero se decretó la
creación del colegio naval militar, y se autorizó al ministro para la
construcción de seis vapores de guerra con destino a Filipinas, cuya
importancia había crecido desde que China abrió sus puertos a todas las
naciones de Europa, y entró en relaciones mercantiles con los pueblos
civilizados. Se tomaron otras determinaciones, aunque no todas las que se necesitaban:
se hacía algo ya, y de todas maneras cabe no poca gloria al señor Portillo de
haber dado los primeros pasos en el glorioso camino que otros habían de
seguir.
Sirvió esto de estímulo,
quizá, para que algunas distinguidas personas propusieran la formación de una
sociedad con el título de marítima y colonial, de la que se prometían los
mismos brillantes resultados que producía en otras naciones, promoviendo empresas
marítimas, extendiendo los conocimientos navales, y haciendo que la navegación
fuese un manantial de riqueza y prosperidad; y S. M. accedió a lo que se solicitaba,
y hasta recomendaba la urgencia de su establecimiento; pero no tenemos noticia
de los resultados que obtuviera.
No desatendía en tanto el
ministro de Marina, el fomento de la pesca, grande elemento de riqueza
pública, y restableció las almadrabas de buche de Zahara, Conil y punta de la
Isla al ser y estado que tenían antes de la promulgación de la ley de 14 de
Junio de 1837.
El ingeniosísimo método de
almadraba de buche, fué introducido, ó más bien renovado en España hace más de cuatro siglos,
por los italianos y venecianos, siendo entre nosotros de tal antigüedad, que
ya los romanos explotaron esta riqueza durante su dominación en la Bética.
No hay duda que se hizo
algo en la marina, y procuró distinguirse el ministro del ramo; mas si para
sus subordinados pudo dejar gratos recuerdos de su administración, en el país
los dejó fatales. El contrato aprobando la proposición de don José de Bouchental, ofreciendo una anticipación de fondos para la
compra de varios vapores de guerra, entregando dicho señor en la pagaduría de
Marina por cuenta del Tesoro público 10 millones de reales en efectivo metálico,
otros 10 en cupones de la deuda exterior del 4 por 100, no llamados a capitalizar,
y que la obligación para la entrega de estos cupones debería firmarse por D. J.
P. Saimglan Bagneres; que
en reintegro de los 20 millones se darían a Bouchental 4 millones en libranzas pagaderas con los productos de las aduanas de los
puntos que se conviniera con el prestamista, de uno a diez meses por partes
iguales; cuyos giros deberían admitirse en pago de derechos de las mismas
aduanas si no fuesen efectivos los plazos y treinta días después; los 6
millones de reales de las delegaciones sobre azogues, dadas en garantía del
contrato del mismo Bouchental de 18 de Diciembre
último, depositadas en poder de Bagneres, y 10
millones en pagarés de la Dirección del Tesoro realizables con los productos
del tercer plazo de la anticipación por el arriendo de tabacos, en junto 20
millones de reales, fue un negocio funesto. Se señalaban intereses a la falta
de pago, y se consideraban como metálico tales efectos en cualquier empréstito.
Aun no bastó esto, y el
señor Portillo mandó de real orden que, debiendo entregar don José Bouchental 10 millones de reales en metálico, había
resuelto S. M. se le admitieran en pagarés en la forma siguiente: 4 millones a
4 meses, otros 4 a ocho, y los 2 restantes a diez meses, dándole la carta de
pago como si la entrega se verificase en efectivo. A consecuencia de esta
orden, se expidió la correspondiente carta de pago de los 10 millones.
Estos hechos, que no
pasaron desapercibidos, sublevaron con justicia la opinión pública, y hasta
los periódicos que habían sido ministeriales dirigieron tremendas censuras. El
mismo Castellano, uno de los órganos más autorizados de aquella situación, no
pudo menos de decir que el ex ministro de Marina, en otro país, ni gozaría de
libertad ni acertaría a sustraerse de la acción de la justicia. Denuncióse otro hecho de un millón de reales, que debió
haber pagado un comerciante de esta corte, y a su vencimiento se encontró
cobrado, de orden del ministro, por un D. N. Orbeta,
encargado de los aprestos para la expedición a Fernando Po, también por orden
del señor Portillo.
Periódicos moderados y
ministeriales hacían cargos al gobierno porque no se hubiera dado el menor
paso para exigir la responsabilidad al exministro, y exclamaba El Castellano:
«Este abandono con que se miran los asuntos más importantes, esta dejadez del
gobierno, esta desmoralización en las clases más elevadas lo mismo que en las
más humildes, esta falta de justicia nos arranca hasta el último resto de
esperanza. Y tanto más nos disgusta una indiferencia tan chocante en asunto de
tamaña gravedad, cuanto que la mancha que haya podido arrojar sobre si el
señor Portillo, pretenden los enemigos de la situación hacerla extensiva a un
partido entero, olvidándose hasta la procedencia del exministro, y de que poco
tiempo antes militaba en sus filas».
Otros hechos se
denunciaron; sólo contestó a uno respecto a jugadas de Bolsa, diciendo que
pagó las diferencias, y marchó al extranjero. No cesaron las acusaciones, y
hasta en 1848 pidió don Santiago Tejada en las Cortes los expedientes en que
intervino el famoso ministro, y el señor Pacheco dijo solemnemente: «hay que
pagar a Bouchental y ahorcar a Portillo».
FERNANDO
PO Y ANNOBÓN .LA OPINIÓN PÚBLICA EXTRAVIADA
XCI
Después de tanto hablar y
escribir sobre la isla descubierta en el siglo XV por el hidalgo portugués
Fernando de Po, a la que se denominó Formosa por su magnífica vegetación y su
situación pintoresca, que pasó a poder de España por el tratado de 1778, a
cambio de la Trinidad en la costa del Brasil, y trocó su nombre por el de su
descubridor, se envió una expedición desde Montevideo con 150 hombres entre
tropa y diversos operarios a tomar posesión de la isla, a la que arribaron a
los seis meses después de penosa navegación; tomada la posesión el 24 de
Octubre de 1778, salieron el 25 los españoles mandados por el conde de Artolejos, a la de Annobon, en
cuya travesía tardaron dos meses, y sucumbió en ella el conde, al que reemplazó
su segando el coronel de artillería don Joaquín Primo de Rivera, que rechazado
por los portugueses, se retiró a San Tomas a esperar órdenes del gobierno, que
desaprobó su conducta, y mandóle se apoderase de Annobon a toda costa y se estableciese en Fernando Po.
Cumpliólo así, como honrado y
valiente; pero tales vicisitudes experimentó, que regresó meses después a
Montevideo con los escasos restos de su desventurada gente, perdiendo la
colonia, en la que hallaron tantos abandonada sepultura, víctimas de la fiebre
africana.
En posesión de la isla los
indígenas, establecieron los ingleses en 1827 pontones y estaciones que no
les permitía la insalubridad del clima de Sierra Leona; hasta formularon la
compra de terrenos para legitimar la usurpación que se hacía a España; se
hicieron desmontes, se empezó la construcción de una ciudad, que llamaron
Clarens, y no menos irresistible a los europeos, a los que tantas vidas y
dineros costaba, volvieron en 1833 los ingleses su tribunal mixto a Sierra Leona,
y en 1837 vendieron su establecimiento de Clarens a una compañía mercantil, que
quebró traspasando sus derechos a la del África Central, que en 1841 los vendió
a su vez y sus privilegios a la sociedad misionera Batista por 1.500 libras
esterlinas.
En este año fue cuando el
gobierno español, reclamó del inglés la reivindicación de la isla, y
conseguida, se entablaron negociaciones para vendérsela en 60.000 libras que
se aplicarían al pago de los intereses de la deda del Estado. Creyó la
opinión pública que se ofendía la dignidad española vendiendo unas islas
abandonadas tanto tiempo, como si no fuera más digno pagar lo que se debía: se
daba grande importancia a unos terrenos mortíferos, sin condolerse de las víctimas
causadas, no habiendo caridad para evitarlas en lo sucesivo; y por una
quijotesca vanidad, se desechó el excelente y bien pensado proyecto del
ministro don Antonio González, que a nadie cedía en amor a la patria y en estimar
la honra de ésta y la suya propia.
Dispúsose en 1843 una nueva
expedición guiada por el capitán de navío don Juan José Lerena, que tomó de
nuevo posesión de la isla, nombró gobernador al gerente de la compañía
anabaptista, e izó también el pabellón español en la isla de Coriseo.
Mucho se gastó a la sombra
de alguna de estas expediciones; se pidieron cuenta de unos tres millones de
reales extraviados, sin dejar de prodigarse el dinero, y lo que es peor, de
sacrificar la vida de muchos expedicionarios, para obtener pocos resultados.
Ya se pensó entonces en
dar otro destino a una nueva expedición que se proyectaba; que en vez de
enviarla a las islas africanas, fuera a Santo Domingo y aun a Marruecos; y al
fin se decidió en 1845 la que dirigió el capitán de fragata don Nicolás
Manterola, acompañado del infatigable cónsul español en Sierra Leona, don
Adolfo Guillemar de Aragón, que, con no muy exactas
ideas de aquella isla, se proponía estudiar los medios de colonizarla, pues
comprendía desde luego ser empresa difícil cuando menos.
Esta expedición, sin
embargo, dio los mismos resultados que las anteriores.
TRASLÁDASE LA CORTE A
BARCELONA. INTENTOS REACCIONARIOS
XCII
Ya se tenía nuevo
ministerio; faltaba ver si se tendría gobierno. Complacía ver a Narváez de
ministro, porque debía serlo; porque la capitanía general de Madrid no debía
ser el cuartel de un general en jefe, donde se pudieran dar batallas a cien
ministerios; porque se creía cercano el día en que el gobierno, y no los
generales, fuera quien dispusiese de los batallones; porque en España se
consideraban imposibles por algunos las dictaduras inofensivas, olvidando en
esto la historia, las pasiones y errores de los hombres.
Narváez llevaba al
ministerio prestigio y autoridad, y hasta había demostrado recientemente
desinteresado patriotismo cuando al concederle y a Castroterreño,
el tercer entorchado, le renunció, con resolución; no se le admitió la
renuncia, insistió con dignidad, y hubo que mandarle se atuviera a lo resuelto.
Los que conocían sus antecedentes liberales confiaban en ellos como en segura
garantía, y no dudaban que se inauguraba un cambio de política, siendo ésta más
legal y más ajustada a las prácticas parlamentarias y constitucionales. No
tenía si no objeto la variación de gabinete; así, que su primer acto fue levantar
el estado excepcional en que se hallaba la Península, y empezar a ocuparse de
la reunión de Cortes. No contó con la gran autoridad que en Palacio ejercían
los que a esto se oponían, y se dio la preferencia al viaje de S. M. a Cataluña
para tomar la reina baños minerales, cuyo viaje no encontraban oportuno, por
lo menos en aquellas circunstancias y a mediados de Mayo, muchos de los
interesados en aquella situación política.
Salieron, en efecto, SS.
MM. de Madrid en la mañana del 20 con la solemnidad debida, acompañándolas el
general Narváez; se presente después Viluma, y al mes
salieron de Madrid los ministros de Hacienda, Gobernación, Gracia y Justicia y
Marina.
Pernoctaron SS. MM. el
primer día en Quintanar de la Orden, el segundo en Almansa,a donde llegaron a los cuatro de la madrugada después de una jornada de treinta
leguas; el 23 en Valencia, hasta el 29 que se embarcaron para Tarragona,
llegando en la misma noche; visitaron Reus el 31 , y en la noche del siguiente
día entraron en Barcelona.
Desde entonces se hizo el
centro de la política la capital del Principado, donde la reacción había
puesto sus reales, y donde se trabajaba para pedir a S. M. la proclamación del
Estatuto. Firmábanse también peticiones para la
devolución de los bienes del clero, y hasta el restablecimiento de los diezmos,
como solicitaba el clero de la Coruña; y esto y la llegada a la nueva corte
del marqués de Viluma que dejaba la embajada de
Londres para encargarse del ministerio de Estado, alarmó a los liberales, y no de
poco quehacer a Narváez, que se oponía resuelto a tan imprudente reacción. Acudieron en su
ayuda los demás ministros que salieron de Madrid, como dijimos, porque la
situación se hacía harto grave, los elementos reaccionarios eran oídos y
atendidos en Palacio, y peligraban todas las conquistas liberales. En armonía
con las ideas que influían en la corte, hasta una comisión del engañado
ayuntamiento de Algeciras, pidió al comandante general que se proclamase el
Estatuto, diciendo que el pueblo lo quería; pero éste al saberlo, se reunió
como por encanto, y vitoreando a la Constitución, puso en ridículo a los que intentaban
un movimiento al que la tropa tuvo el buen sentido de no prestarse.
Pidieron algunos que se
entrase de lleno en la cuestión de devolver al clero secular los bienes que no
se hubiesen vendido; que se reformase la Constitución por medio de decretos,
por considerar imposible esperar leyes orgánicas de las Cortes; que se hiciera
un corte de cuentas, que se estableciera en fin el absolutismo. ¡Cuánta pasión!
¡cuanta ceguedad! ¡Como se olvidaba que la ilegalidad asesina a los gobiernos
y destruye las situaciones que parecen más fuertes!
Considerábase así la situación, y
aunque se levantó el estado de sitio, algunas autoridades militares se dejaron
llevar más por la pasión política que por la ley, y se permitieron abusos y
arbitrariedades.
BANQUETE EN GENIEYS.—VERGONZOSOS
ABUSOS
XCIII
Como sucede al principio
de toda situación nueva, los ánimos estaban sobresaltados, y a ello contribuían
no poco, imprudencias de unos y otros, y muy especialmente la intolerancia de
esos enemigos oficiosos que tienen todas las situaciones, y son siempre los que
más las comprometen. Existía, además, un verdadero furor contra el partido
progresista, y gente baladí, juzgaba meritorio, para hacerse lugar, ensañarse
con el caído.
Para celebrar los
progresistas el aniversario de la jura de la Constitución por la reina madre,
18 de Junio, se reunieron a comer en la fonda de Genieys,
senadores, diputados, generales e individuos de todas las clases. En una sala
inmediata con puerta abierta para verse unos y otros y como en son de guerra, se
reunieron también a comer oficiales del regimiento de San Fernando con su jefe,
cuya comida encargaron con insistencia cuando supieron la de los progresistas;
y en otra pieza contigua empleados de policía. Una murga había acudido a
felicitar a los reunidos, en esperanza de lucro, y al empezar a tocar bajaron
varios oficiales preguntando para quién era la música; y al contestar: «a
ustedes, que están celebrando el aniversario de la Constitución», la emprendieron
a sablazos con los pobres músicos, sin parar mientes en lo indigno del hecho y
en lo que se deshonraban sus autores.
Empezaba a inaugurarse una
situación que, sin formarla política del gobierno, estaba ésta siendo
instrumento de algunos malvados. Se efectuaban destierros arbitrarios,
encarcelamientos absurdos, y se cometían tales abusos, que los mismos
ministeriales los calificaban duramente y como en desprestigio del partido
dominante. Se ejecutaban en Madrid prisiones por oficiales del regimiento de
San Fernando, y después de tenerlos dos horas en el patio del cuartel, el jefe
del cuerpo les ponía en libertad diciéndoles que había sido una equivocación.
No faltaron excesos prendiendo a algunos por equivocación como al acaudalado
don Pedro Gil, a Bousingault, que acababa de pedir
su separación del servicio, y llegaba de las Peñas de San Pedro donde había
estado tres meses; se prendió también a Satoires, Grassot, Talavera y otros; fue apaleado y preso Asquerino (don Eduardo) por un oficial y un sargento de San
Fernando, asistiendo incauto a una cita para comprometerle; sufrió, y por
distintas veces su hermano don Eusebio mayores atropellos, y personas como
Cortina, Madoz, Cantero y otras muchas marcharon al extranjero, temiendo las
naturales consecuencias de aquel incalificable desorden que autorizaba el gobierno.
La policía dejó de ser la
salvaguardia de la sociedad, y se dio el espectáculo de estar entregado Madrid a
un barón de Pelichi y consortes. Ayudábanles caracteres aviesos y de esas personas que medran en las turbulencias.
Producido por el antiguo
realista Elias Bieco, hubo
un motín que conmovió el barrio de Lavapiés y adyacentes, fue preso, y para
evitar nuevos desórdenes, se prohibió la verbena y feria de la calle de la
Paloma, que debía celebrarse el 11 y 15 de Agosto.
LOS ASESINATOS DE CASPE
XCIV
Las ideas que se habían
emitido en Barcelona y otros puntos, las explotaban maravillosamente los
partidos; se alentaba la pasión política, que si era estéril para el bien, no
lo era para el catálogo de nuestras desgracias, fusilándose en Barcelona el 18
de Marzo a cuatro infelices por conspiración contra el gobierno, pretendiendo
formar una partida para ir a la montaña; por lo que turbaba el orden
inútilmente, como sucedió en Murcia el 30 de Junio, aunque sin consecuencias;
se daba margen a que la policía cometiera punibles excesos, si bien la de
Madrid no necesitaba estímulo de ninguna especie, y se apresuraba el resultado
de algunas causas, como la que llevó al patíbulo el 9 de Julio en Zaragoza a
don Francisco Lagunas, a Ribeiro y a Miaña el general Zurdo, en virtud de
sentencia del consejo de guerra por la muerte del general Esteller hacía más de
seis años. Declaróse el estado de sitio en el
distrito militar de Aragón, aunque por poco tiempo, y un grito subversivo
bastaba para la declaración del estado excepcional.
Los fusilamientos de
Zaragoza obedecían a la sentencia de un tribunal; pero los de Caspe, que se
habían ejecutado un día antes, fueron un verdadero asesinato. Hallábanse procesados en la cárcel de la célebre villa del
compromiso los ex-oficiales carlistas don Juan
Bautista Llobet, don Melitón Bayón y don Gabriel Pajares, y con arreglo a la
ley de 17 de Abril de 1821 les condenó el juez de primera instancia a la pena
capital, manifestando los reos que habían sido aprehendidos en su casa al
regresar de la emigración, que no se les acusaba de seducción, ni cometido
acto alguno que directamente y de hecho fuera contra la Constitución ni ninguno
de los poderes legítimos; y siguiendo la causa sus trámites, con desprecio de
éstos, ofició el capitán general al juez que los tres presos fueran fusilados
sin demora. En cuanto estos supieron tan incalificable orden, acudieron en 30
de Junio á la audiencia del territorio, pidiendo el debido amparo, y en el
ínterin se presentó en Caspe un jefe militar procedente de Alcañiz, con la
correspondiente fuerza, extrajo de la cárcel los tres presos, y los fusiló, sin
darles más tiempo que el preciso para morir cristianamente.
Un mes después el Tribunal Supremo de Justicia dirimió en favor de la jurisdicción ordinaria la competencia que se agitaba entre la Audiencia y el capitán general de Zaragoza. Pero los desgraciados ya no existían, y para los causantes de su muerte no bastaba solo su conciencia, la justicia exigía más si aquel fallo no había de considerarse como una mera ritualidad de foro, y pasar desapercibido sin producir efectos reales y positivos, sin que la ley se aplicara al delincuente.
LOS FISCALES DE LA
AUDIENCIA DE GRANADA
XCV
Fatales semillas se habían
sembrado para desprestigiar la justicia con ofensa de la sociedad, algún tanto
extraviada en ciertas clases. Por lo que la junta de gobierno de la audiencia
de Granada, excitada por los fiscales de la misma, don Francisco de los Ríos y
don José de Castro y Orozco, circuló en 30 de Mayo las prevenciones que, como
regla de conducta habían trazado dichos señores á sus subordinados para poner
término a los abusos, atentados y crímenes que aniquila ban la libertad y
hacían ilusoria la seguridad personal, calificando lo que á la sazón existía o
se practicaba, como la negación de todo sistema.
En breve experimentaron
ellos mismos la verdad de su calificación, porque los dignos presidente y
fiscales de aquella audiencia fueron suspendidos de sus destinos, y sometidas
las exposiciones que al gobierno hicieron, a la calificación del Tribunal
Supremo de Justicia, y hasta parece que se mandaron recoger de real orden las
circulares impresas y dirigidas a los juzgados de primera infancia.
La prensa, al ocuparse
entonces de estos sucesos tan inauditos, exhumó una exposición dirigida a la
reina en 1835 por la junta del Ferrol; en el mismo avanzado sentido que las
demás que se dirigieron entonces por todas las juntas, y que llevaba la firma
de don Luis Mayans, ministro ahora de Gracia y
Justicia, que debió avergonzarse de un proceder que tan poco le honraba.
CRISIS EN
BARCELONA.—SALIDA DE VILUMA DEL MINISTERIO
XCVI
La llegada a Barcelona del
resto del gabinete no podía menos de ejercer una influencia decisiva en los
graves asuntos que se ventilaban. Era indudable que, presentada la cuestión
sobre cuál debía ser la marcha que convenía adoptar, por exigir las circunstancias
una determinada, se puso todo lo existente a la sazón en tela de juicio,
entablándose una verdadera lucha entre los moderados o conservadores
constitucionales, y los moderados semi-absolutistas.
Se quería destruir o modificar por un decreto la Constitución de 1837;
restablecer el Estatuto por una orden o decreto, o dar una nueva Constitución;
devolver los bienes al clero; restablecer algunas órdenes religiosas y concertar
el matrimonio de la reina prescindiendo de las Cortes. Pretendíase,
además, que se tratase con el Papa sin que precediera el reconocimiento de Su
Santidad a la reina, mostrando en esto los que tal pretendían, más que una
obcecación ignorante, ningún patriotismo y un completo desconocimiento de
nuestra historia, queriendo hacer inferior, en cuestiones regalistas, el
reinado de Isabel II del de Carlos III, y aun del de Felipe II, Carlos V y el
del Rey Católico.
Afortunadamente era Narváez
el paladín de la causa liberal, sosteniéndola en los largos y repetidos
Consejos de ministros que por mañana y noche se celebraban desde que llegaron a
Barcelona los señores Mon, Pidal, Mayans y Armero que, más o menos en absoluto, estuvieron al lado del presidente, y se
convino en llevar a las Cortes la reforma de la Constitución de 1837 para monarquizarla más, y hacer parlamentariamente lo que mejor
conviniese, según las circunstancias. Triunfó el principio constitucional sobre
los que pretendían que el país debiera sus leyes a la sola voluntad real, sin
tener en cuenta que la reina aun no tenía catorce años, faltándola aquella
facultad propia y aun capacidad espontánea y que tal código hubiera sido una
ficción real y solo la expresión del deseo de algún ministro.
Vencido el marqués de Viluma, dimitió y le reemplazó después Martínez de la Rosa.
Aún despachó el marqués tres o cuatro días más para concluir un trabajo
diplomático que sobre la cuestión de Marruecos tenía pendiente. Los que en
Febrero de 1821 vieron a un joven apuesto que había estado a pique de
acompañar a Portier a la horca, y que estuvo encerrado en el castillo de San
Antón de la Coruña, jurar sobre la cruz de su espada y los Santos Evangelios,
por Dios y su honradez, sostener la soberanía nacional como base de las
instituciones políticas, firmándolo, y le veían ahora de corifeo del
absolutismo, dudaban si era la misma persona don Manuel de la Pezuela y
Ceballos y el marqués de Viluma.
DISOLUCIÓN Y CONVOCATORIA
DE CORTES
XCVII
El 7 de Julio regresaron a
Madrid los ministros que fueron a Barcelona, siendo portadores del decreto
del 4 que disolvía el Congreso de los diputados, que no había llegado a
reunirse, y disponía conforme al artículo 19 de la Constitución se renovara la
tercera parte de los senadores y que las nuevas Cortes se reunieran el 10 de
Octubre.
Las razones que para la
disolución se daban, eran que «fueron elegidas aquellas Cortes en
circunstancias políticas muy diferentes de las en que ahora se encontraba la
monarquía, y no eran ya a propósito para satisfacer las exigencias y
necesidades de la presente situación. El tiempo, añadía el corto pero expresivo
preámbulo que escribió el señor Pidal, ha llegado ya a introducir el arreglo y
el buen concierto en los diferentes ramos de la Administración del Estado, de
dictar las leyes necesarias para afianzar de un modo sólido y estable la
tranquilidad y el orden público, y de llevar la reforma y mejora a la misma
Constitución del Estado respecto de aquellas partes que la experiencia ha
demostrado da un modo palpable que ni están en consonancia con la verdadera índole
del régimen representativo, ni tienen la flexibilidad necesaria para acomodarse
a las variadas exigencias de esta clase de gobiernos.»
Convocábanse, pues, unas Cortes, que
si no Constituyentes, tenían la misión de reformar la Constitución, a lo cual
estaban resueltos los ministros, no porque «estas reformas las reclamara el
país con ansia y avidez,» sino porque al poder convenía para ulteriores planes
de bien lamentables consecuencias.
ELECCIONES—RETRAIMIENTO DE
LOS PROGRESISTAS— MARTINEZ DE LA ROSA Y SUS IDEAS RESPECTO A LA REFORMA DE LA
CONSTITUCIÓN—DIVERGENCIAS.
XCVIII
El partido que se denominó
monárquico constitucional, nombró una numerosa comisión central para dirigir
las elecciones y uniformar los esfuerzos de sus amigos políticos. Es su
primera reunión, poco concurrida, encomendó la redacción de un manifiesto a
los señores Olivan, Bravo Murillo, Llórente, Sabater
y Armero, y aprobado, se publicó.
El partido progresista
protestó de que se arrogaran el título de monárquicos, como si fueran los
únicos, verdaderos y legítimos sostenedores del trono, considerándose aquel
partido no menos defensor de la monarquía, aun cuando quisiera más facultades
para el poder legislativo. No consideró a propósito las circunstancias para
reformar una Constitución más conocida por sus infracciones que por su
observancia, y perseguidos y encausados muchos de sus correligionarios y
expatriados voluntariamente algunos de sus principales personajes, acordó
retraerse de tomar parte en la lucha electoral y dejar el campo libre a sus
adversarios, como éstos en otra ocasión lo hicieron. En cambió el partido
absolutista acudió a las urnas en Madrid y en otras poblaciones, figurando en
todas sus candidaturas el marqués de Viluma, en gratitud,
sin duda, a lo que quiso hacer al entrar en el ministerio.
Este vio entonces una
defección que tenía alguna enseñanza. Los prelados a quienes llamó de su
destierro, y restauró en sus sillas, se convirtieron en jefes de partido y directores
de la lucha electoral en contra del gobierno, suscitándole obstáculos y
dificultades. Era evidente que los obispos volvían a su diócesi con sus mismas
convicciones, creencias y doctrinas, que cuando los arrojaron de sus sedes.
No triunfaron, sin
embargo, las candidaturas absolutistas, aunque dieron bastante que hacer en
algunos puntos al gobierno, especialmente en Navarra y Provincias Vascongadas,
a pesar de que hacía poco que se les había halagado injusta y hasta
ilegalmente.
Después del arreglo que
produjo la ley de 16 de Agosto de 1841 respecto a los fueros de la provincia de
Navarra, de que ya nos ocupamos, se pensó en proseguir el que necesitaba
hacerse con las tres Provincias Vascongadas; algo hizo Espartero, pero no
convenía esto; había que halagar a los que no se hallaban bien con las
restricciones del decreto de 29 de Octubre de 1811, y se decretó el 4 de Julio
se procediera desde luego a la formación del proyecto de ley que debería
presentarse a las próximas Cortes; y para que las provincias pudieran ser oídas,
nombrará cada una dos comisionados que se presentarán inmediatamente al
gobierno; dándose además otras disposiciones no realizadas.
Exceptuando algunos pocos
absolutistas y carlistas, la generalidad de los elegidos eran ministeriales. El
retraimiento de los progresistas privaba al gobierno de la oposición legal
que tanto necesitaba, que es el alma de los gobiernos representativos, y su
falta funesta siempre para el partido triunfante. Algo merecía el partido
progresista que se hubiera hecho en su obsequio para llevarle a las urnas: el
pueblo estaba a su lado, y la verdadera opinión pública no se hallaba por completo
con el ministerio. Así lo conocía este mismo, cuando al regreso de SS. MM. a la
corte, el 21 de Agosto, entraron en Madrid a las tres y cuarto de la madrugada,
de noche, en medio del mayor silencio y aislamiento del público: lección
elocuente.
Algunos día3 después,
pudieron ver también los moderados que, aunque fuera numeroso su partido, no
era al menos muy entusiasta en asociarse al tributo debido a hombres como
Montes de Oca, que sacrificó su porvenir y dio su vida por su partido, y cuando
trasladaron a Madrid sus restos, pudo compararse el cortejo que tuvo esta
ilustre víctima con el que acompañó a Arguelles que murió de enfermedad y ya
anciano.
No había, sin embargo, en
el ministerio la unidad debida; pero dominaba Narváez y no se podía prescindir
de él. Quiso reforzar el espíritu liberal del gabinete, pensó en Martínez de
la Rosa para la vacante de Estado, y firmó la reina, el mismo día de su entrada
en Madrid, el decreto. No satisfacía al que á la sazón representaba a España en
París formar parte de un ministerio que iba a efectuar una reforma, de la que
no era entonces partidario, ni antes lo había sido, de esta clase de reformas,
pues ya había dicho en una sesión solemne que: «Mi convicción es que, con la
Constitución que nos rige, se puede gobernar la nación, y por eso la he jurado;
si hubiese creído otra cosa, no hubiera prestado el juramento, porque no estoy
acostumbrado a ser perjuro; no porque la crea yo perfecta, no, señores; yo no
soy hipócrita; tiene graves imperfecciones: una de ellas se está demostrando en
la actualidad; pero yo deseo que su reforma se haga por los medios legales; que
la haga primero la opinión y después los cuerpos colegisladores; deseo reformas,
pero no quiero que por satisfacer el amor propio se exponga la nación a los
trances de una revolución sangrienta, cuyos resultados no pueden preverse.» Y
había dicho además: «La Constitución de la monarquía es también un objeto que
debe ser venerado por todos. Señores: hay una barrera detrás de nosotros, y
detrás de ella un abismo: esa barrera es la Constitución, el que quiera volver
la cara atrás, el que quiera derribarla, ese quiere perder la nación».
No le agradaba tampoco la
tendencia que veía en la corte, se hallaba bien en París; pero tanto insistió
Cristina, que al fin aceptó, y su nombramiento se publicó el 16 de Setiembre.
Por estos antecedentes y
por lo que significa la entrada de Martínez de la Rosa en el ministerio, fue
objeto de grandes polémicas, y era justo. Aquel distinguido hombre público
había dicho que la Constitución de 1837 era fruto de sus doctrinas, y entraba a
formar parte de un gabinete, que reunía Cortes para reformarla; redactó la
exposición del proyecto de reforma, y se dejaba presidir por Narváez, que era
ministro por primera vez y con menos títulos que él. Inspiraba, sin embargo,
confianza: a los pocos días corrieron de boca en boca las palabras que en
brindis o discurso pronunció en un banquete con que celebraron los monárquicoconstitucionales
el triunfo electoral conseguido en Madrid, sólo disputado por escasos electores
absolutistas, y cuyo banquete, celebrado por cierto en la misma fonda de Genieys, que él de los progresistas el 18 de Junio, no fué interrumpido como el de estos. Allí dijo el elegante
poeta granadino, que figuraba el primero en la candidatura madrileña: «Todos
los que me han honrado depositando mi nombre en la urna, condenan el
despotismo de que he sido víctima y los excesos de la revolución; sé por una
triste experiencia que los abusos del poder traen las revoluciones, como los
excesos de la libertad conducen al despotismo».
Aunque no presidía el gabinete,
se le suponía en él influyente, y no hay duda que se esforzó en que apareciera
unido y compacto ante las Cortes para hacer frente a exageradas y no muy
liberales exigencias palaciegas. Arreciaban estas, y a la vez iba poco a poco
rompiéndose la buena armonía que en un principio reinaba entre los mismos elementos
de la situación. Cuando las Cortes iban a abrirse, cuando más necesitaban aparecer
unidos, amigos íntimos del gobierno comenzaron a criticar su inacción y a publicar
que algunos se unían y apoyaban exclusivamente a Martínez de la Rosa; que Narváez
capitaneaba a otros, formando con ellos una oposición contra el mismo gabinete,
y los que consideraban que se estaba ya en una situación normal, manifestaban
sin rebozo que aquel general había dado de si todo lo que había de dar, y como
representante único de la fuerza debía desaparecer. No podía contribuir esto
seguramente a dar unidad y fuerza al ministerio, y contribuía a ahondar la
división que en él había; mas llegóse al día de la
apertura de las Cortes, y nadie con mis interés que el presidente del gabinete
en presentarle unido, y compacto fue a las Cámaras, en las que tan graves
cuestiones habían de ventilarse.
APERTURA DE LaS CORTES.—PROYECTO DE REFORMA
XCIX
El 10 de Octubre se
verificó en el Senado la apertura de las Cortes, leyendo S. M. un discurso vulgarmente
escrito, en el que se ofrecía lo que siempre se ha ofrecido, para cumplir lo
que siempre se ha cumplido, excepto la reforma constitucional que tanto interesaba
a sus elevados promovedores. Silencio absoluto se guardaba sobre la cuestión
del clero, de tanta importancia por lo que se había hecho como por lo que se
trataba con Roma, cuyas simpatías no lograban por el pronto las graves
providencias del gobierno ni los decididos esfuerzos del señor Castillo Ayensa; y era tanto más inexplicable este silencio, cuanto
que la cuestión religiosa estaba íntimamente enlazada con la Hacienda y con el
crédito, y había poderosas razones económicas y políticas para que se hubiera
dicho al país en ocasión y documento tan solemnes, lo que se quería o lo que
se pensaba al menos; de todas maneras lo que se había hecho.
Pero ya lo hemos dicho; la
principal misión de aquellas Cortes era reformar la Constitución, y aunque el
ministerio había triunfado fácilmente en las elecciones, no todos los elegidos
eran decididos partidarios de la reforma, y en el mismo seno del partido
moderado empezaron las divergencias. Demostráronse en la votación de la mesa; pues si ostentó evidente mayoría el ministerio en la
elección de Castro y Orozco para la presidencia en contraposición de Isturiz, fue
elegido Pacheco primer vicepresidente, considerado como jefe de la oposición.
Constituido el Congreso y
prestado el sagrado juramento de guardar y hacer guardar la Constitución
política del país, el presidente del Consejo leyó el proyecto de reforma acogido
con el mayor silencio. Comprendióse por todos la
gravedad de lo que se proponía, sin apreciarse su inmensa trascendencia, y
solamente la opinión pública consideró la reforma como una gran calamidad, aun
cuando no se preveían todas las consecuencias que había de producir. Y decíase, sin embargo, en el preámbulo del proyecto que: «La
opinión pública, y aun cierto instinto de conservación que anima a los publos,
indicaban como necesaria la reforma, a fin de robustecer la acción del gobierno».
Se empezaba por cambiarse
el preámbulo de la Constitución, en el que se consignaba el principio de la
soberanía nacional, que se quiso desconocer para enaltecer el de la monarquía,
dando por base a la Constitución la voluntad acorde del monarca y de los elegidos
de la nación; así que en vez de decretar y sancionar las Cortes la
Constitución, y la reina aceptarla, era S. M. quien la decretaba y sancionaba.
Suprimíase el jurado para calificar
los delitos de imprenta, pues no confiaba mucho en un tribunal que acababa de
absolver a los periódicos progresistas denunciados.
El Senado, que se componía
de los escogidos por la corona en terna elegida por el pueblo, se convertía en
vitalicio y de nombramiento de la corona, designando las clases; que los
diputados fueran elegidos por cinco años en vez de tres, lo cual ahorraba los
inmensos perjuicios y graves inconvenientes que llevan siempre consigo las
elecciones; se suprimía el art. 27, en el cual se establecía que «si el rey
dejare de reunir algún año las Cortes antes del 1.° de Diciembre se juntarían
precisamente en este día»; se hacían otras supresiones y variaciones, y en el
titulo 6º, del que nada se hablaba en el preámbulo, y era, puede decirse, la
causa y base de la reforma, se suprimía el párrafo 5° del art. 43 ,y se
proponía: «El rey, antes de contraer matrimonio, lo pondrá en conocimiento de
las Cortes, a cuya aprobación se someterán las estipulaciones y contratos
matrimoniales que deban ser el objeto de una ley. Lo mismo se observará
respecto del matrimonio del inmediato sucesor a la corona.»
Se quitaba a las Cortes el
derecho que les daba el art. 54 de excluir de la sucesión a las personas
incapaces para gobernar o hubiesen hecho cosa porque mereciesen perder el
derecho a la corona y se proponía que fuese necesaria una ley; quitábase también a las Cortes la facultad de nombrar regencia,
confiriéndose al padre o madre del rey niño, y solo cuando estos no existiesen
la nombrarían las Cortes. La milicia nacional se suprimía como innecesaria.
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